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martes, 31 de marzo de 2015
miércoles, 25 de marzo de 2015
La coordinación de las diputaciones
José Joaquín Rodríguez Lara
Cada vez que se habla de reducir el número de organismos oficiales se piensa en las diputaciones. Se crearon tras la Constitución de Cádiz de 1812, hace más de 200 años, y supusieron una avance indudable en la descentralización de la gestión política y en el auxilio administrativo a los pequeños municipios.
La primera que se creó fue la Diputación de Extremadura. Se reunió por primera vez el 24 de octubre de 1812 en Badajoz. Tras ella, ese mismo año, se constituyeron las diputaciones provinciales de Cataluña (30 de noviembre), de las Islas Baleares (12 de diciembre) y, a partir de esa fecha, las restantes.
Hubo una época en la que las diputaciones eran imprescindibles. Ya no lo son. El efecto descentralizador que supusieron ha sido ampliamente superado por las administraciones autonómicas. Lo que hacen las diputaciones extremeñas puede hacerlo el Gobierno de Extremadura y a menor coste.
Suprimir las diputaciones no es tarea fácil, pues habría que reformar la Constitución, lo cual exige una mayoría parlamentaria muy cualificada: tres quintas partes del Congreso y tres quintas partes del Senado. Y, además, es sabido que en este país las reformas constitucionales las carga el diablo.
Pero no sería necesario disolver las diputaciones para adecuar la estructura institucional al Estado de las Autonomías.
La propia Constitución, tan alabada por su flexibilidad, deja una puerta entreabierta al reacondicionamiento cuando, en el punto 2 de su artículo 141, establece lo siguiente: “El Gobierno y la administración autónoma de las provincias estarán encomendados a Diputaciones u otras Corporaciones de carácter representativo.”
Es decir que otras corporaciones, ajenas a las diputaciones, pueden encargarse del gobierno de las provincias, según la Constitución.
Y el vigente Estatuto de Autonomía de Extremadura, en el punto 4 de su artículo 59, dice: “La Comunidad Autónoma coordinará las funciones propias de las diputaciones provinciales que sean de interés general de Extremadura. A estos efectos, y en el marco de la legislación del Estado, por una ley de la Asamblea aprobada por mayoría absoluta se establecerán las fórmulas generales de coordinación y la relación de funciones que deban ser coordinadas.”
Así que ni las diputaciones extremeñas son las depositarias exclusivas de la función del gobierno de las provincias de Cáceres y de Badajoz, ni su gestión puede estar al margen de lo que establezca la “Comunidad Autónoma”, que, eso sí, debe aprobar en el Parlamento regional y por mayoría absoluta, una ley que regule esa coordinación.
Una coordinación que, en buena lógica, debería incidir en que no existan competencias duplicadas o triplicadas, si en el recuento entran los ayuntamientos. No parece lógico que si hay una Consejería de Agricultura, por ejemplo, las diputaciones tengan departamentos de agricultura. Y lo mismo puede decirse de cultura, de carreteras, de deportes, de bomberos, etcétera, etcétera.
¿Y qué pasaría con los funcionarios, con los inmuebles, los vehículos, la maquinaria y los ingresos estatales destinados a esas actividades que actualmente están adscritas a las diputaciones? Lo mismo que pasó cuando se puso en marcha la descentralización autonómica. Habría que hacer un trasvase de personas, de medios y de dinero.
Alguien dirá que es una locura despojar a las diputaciones de sus competencias, aunque estén duplicadas o triplicadas. Pero eso es lo que ya se hizo en tiempos y por deseo expreso de las propias diputaciones. Ocurrió cuando se desprendieron de sus competencias en psiquiatría, traspasándole a la Junta de Extremadura los hospitales psiquiátricos de Mérida y de Plasencia, que consumían una gran tajada del presupuesto de las dos diputaciones extremeñas.
Si algún día se aprueba la ley mencionada en el artículo 59 del Estatuto de Extremadura, y las diputaciones actúan coordinadas por el Gobierno regional, en vez de cómo gobiernos provinciales autónomos, como ocurre ahora, los ciudadanos saldrán beneficiados. La actuación de las distintas administraciones será más eficaz, no habrá duplicidades innecesarias y, lo más importante, las diputaciones no podrán “hacer la guerra por su cuenta”, actuando como un contrapoder del Gobierno autonómico, ni siquiera cuando estén gobernadas por partidos políticos diferentes.
Y no es que las diputaciones extremeñas lo estén haciendo mal, es que lo hacen bien, pero con el dinero de todos. Y a las instituciones públicas hay que exigirles la mayor eficacia al menor coste, dos parámetros indisolublemente ligados a la especialización. Una especialización de la que las diputaciones españolas están muy lejos. Tan lejos que ni se la plantean.
lunes, 23 de marzo de 2015
Homenaje póstumo a Fernando Serrano Mangas.
Hola, beduino
José Joaquín Rodríguez Lara
Desde que te has marchado no logro verme libre de ti, amigo mío. Más que amigo, hermano, hermano mío. Se me agolpan en el tragaluz de los recuerdos los detalles de todo lo que nos unió, y creo que estoy más cerca de ti en estos momentos de lo que lo estuve hasta ahora.
Me acuerdo de los días de instituto en Barcarrota, en aquel caserón de la Plaza del Altozano, y repaso las clases que compartimos bajo el magisterio de don Hilario, del que tanto aprendimos los dos. Y no sólo en conocimientos académicos; también en actitud ante la vida, en la necesidad de apostar por el trabajo, el esfuerzo y el sacrificio personal como calzado indispensable para recorrer la existencia.
Tú, que siempre fuiste muy porrinero, y eso te honra ante mis ojos y en la consideración de todos tus amigos, salías de clase antes. A ti y a todos los alumnos que vivían en Salvaleón y estudiaban en Barcarrota no os salvaba la campana, si me permites que parodie el título de aquella famosa serie de televisión, os salvaba el Leda, el autobús de línea, que pasaba por la Plaza de los Corredores, creo, a eso de las seis de la tarde, una media hora antes de lo que debía ser el final de nuestra jornada estudiantil. Todos os veíamos marchar con envidia, no siempre sana, porque sabíamos que en ese momento empezaba lo más duro para nosotros, la parte final de una clase que, con don Hilario, nunca se podía decir cuando y como terminaría.
No te lo cuento con pesar, bien lo sabes, Fernando. Te lo cuento por hablarte de algo de lo que ambos formamos parte, sin llegar nunca a haberlo compartido, porque tú siempre fuiste muy porrinero y yo era de Barcarrota.
Contigo aprendí mucho. Tú también nos enseñaste a todos, amigo. De ti aprendimos el amor por la historia, la fortaleza del humor, de ese humor inagotable y peculiar, tan tuyo, el respeto a la amistad, a la justicia, a las convicciones, así como el rigor intelectual y la generosidad que han caracterizado tu vida hasta que el rayo de la enfermedad te ha derribado con estrépito.
Pero no quiero hablar de tristezas, hermano. Todo lo contrario. Me acuerdo de ‘La Fogata’, de aquel rincón en ruinas en el que, los días de frío, durante el recreo, encendíamos una lumbre para calentarnos. Allí se fraguó nuestra amistad, entre el chisporroteo de las tablas en llamas y las conversaciones sobre lo divino y lo humano. Y más sobre la humanidad con trenzas que sobre cualquier otra humanidad.
Fue en ‘La Fogata’ donde celebramos aquel San Fernando, tu santo, un 30 de mayo que, por el calor, ya empezaba a invitar al sesteo. No se te ocurrió mejor cosa que comprar una caja de vino de Jusancu, ocho botellas de a litro creo que fueron, y que nos la bebiéramos, a tu salud. ¡Qué borrachera! El bueno de Susi, que no abría la boca ni cuando cantaba, tuvo que beber quisiera o no. Y Primitivo… A Primi lo llevamos a la fuente del Altozano para refrescarle un poco. Paquita Velasco, que todavía no imaginaba que un hijo le ganaría el Tour varias veces, Manoli, Maricarmen, Carmen, todas las niñas… no podían dar crédito a sus ojos.
Y don Hilario, empeñado en dar la clase; y precisamente en el estudio chico, calentado por el sol de la tarde. Menos mal que el sentido común derrotó a su acendrado sentido del deber y el buen hombre optó por mandarnos a casa. Años después me reconoció que le habíamos puesto en un compromiso, pero no nos guardaba rencor. Sabía que éramos buena gente. Creo que a ti también te ha perdonado ya.
¿Te acuerdas de aquel verano que nos dio por recorrer la comarca? Tú, siempre a lo tuyo: la historia, los monumentos, la arqueología… No te imaginas lo que daría yo en estos momentos por tener fuerzas para ir desde Barcarrota hasta el castillo de Nogales en bicicleta. Y no por el kilometraje, que a lo mejor, si me pongo… Lo digo por el equipaje, por volver a hacer el recorrido Salvaleón-Nogales-Nogales-Salvaleón en agosto y en una bicicleta, una sola, contigo subido en el portamaletas. Y sin frenos, que te dejaste la suela de las zapatillas de deportes en la rueda de atrás, tratando de parar en la cuesta que baja al arroyo, y gastaste toda tu imaginación en darme ánimos para que luego siguiera pedaleando cuesta arriba.
No cuento aquí el timo del limpiabotas en un quiosco de San Francisco, en Badajoz -cinco duros quería el tipo por quemarme el zapato-, porque ya lo contabas tú en cuanto tenías ocasión y te hartabas de reír con mi invocación a “tu tío el policía”.
Siempre nos lo pasábamos bien, ya lo sabes. ¿Pero quién iba a suponer que de aquel mostrenco porrinero que escribía a mano y distribuía un periódico, al que llamabas ‘La Boronía’, haríamos carrera? Y no una carrera cualquiera, una carrea de doctor en Historia y de investigador de lujo. Una carrera que ha frenado con un hachazo alevoso la enfermedad, cuando estabas en lo mejor de tu trayectoria profesional y habías descubierto datos importantísimos con tus investigaciones.
Quienes te queremos y te admiramos nos sentimos orgullosos de ti y de tus libros. ‘Los Galeones de la Carrera de Indias’ es una obra genial; ‘Armadas y flotas de la plata’ resulta aleccionador; ‘Función y evolución del galeón para la Carrera de Indias’ me entretuvo; ‘Naufragios y rescates en el tráfico indiano durante el siglo XVII’ me encanta; ‘La crisis de la isla del oro’, ‘Vascos y extremeños en el Nuevo Mundo durante el siglo XVII: un conflicto por el poder’, ‘La encrucijada portuguesa’… Para qué seguir si tú te los conoces mejor que yo. Pero, como barcarroteño y como periodista, me quedo con ‘El secreto de los Peñaranda’. Ese libro es tu libro, Fernando. Tu libro y el nuestro. Aunque sólo hubieses escrito ese libro estarías en la historia. A mi modesto entender, el mérito de descubrir que fue Francisco de Peñaranda, judío, médico y llerenense, y no un “librero irresoluto e ignorante”, como llegó a publicar el académico Francisco Rico, quien escondió los textos de la Biblioteca de Barcarrota en la tapia de un doblao, es muy superior al de haberlos hallado 400 años después, o al de estudiarlos y reeditarlos.
Con ese complejo de inferioridad que nos caracteriza a los extremeños, el Gobierno de Rodríguez Ibarra buscó fuera de Extremadura a los mayores expertos para que dictaminasen sobre los libros de Barcarrota y su origen. Pero tuvo que ser un extremeñito del pueblo de al lado, un porrinero listo y sin ínfulas, quien desentrañase el misterio. Tienes mucho mérito, hermano, mucho. Y te has ido sin que te lo reconozcamos, porque aquí el trabajo intelectual sólo se agradece, si es que llega a agradecerse, cuando el homenajeado ya no puede defenderse de los elogios. ¡Qué se le va a hacer! Somos asina, que decía Luis Chamizo.
Al menos, le hicimos justicia al doctor Peñaranda, gracias a la entonces concejala de Cultura, Marina González, hija de mi maestro Antonio ‘Cuerda’, que acogió inmediatamente, con tu aquiescencia, desde luego, mi sugerencia de cambiarle el nombre a la biblioteca municipal y llamarla ‘Francisco de Peñaranda’. Dicho y hecho. El Pleno municipal lo aprobó inmediatamente y ahí está, gracias a que tú nos descubriste al dueño del Lazarillo. Espero que algún día, además de en la portada de tus libros, tu nombre también esté escrito en una fachada de Barcarrota, de este pueblo que es tan tuyo como de los barcarroteros.
Y no lo digo con la intención de mitigar mi pesar. Bien sabes que eso es imposible. Al dolor de perderte se une la pena de no poder seguir leyéndote. Esperaba yo, con impaciencia, ese libro sobre Hernando de Soto en el que trabajabas cuando se te declaró la enfermedad.
- “Tengo datos muy gordos”, me dijiste.
- ¡Se confirma que es de Barcarrota!, ¡¿verdad?!, te respondí esperanzado.
- “Ya veras, ya verás”.
- ¡Pero dime algo, hombre!
- “Se aclara todo el misterio sobre su origen. Ya te contaré, ya”.
Pero te has ido sin contármelo, mal amigo. En nuestra última conversación, cuando por fin accediste a ponerte al teléfono –comprendo perfectamente que no te apeteciese hablar ni un día, ni otro, ni una semana ni tampoco al mes siguiente–, en ese breve contacto telefónico te animé a que escribieses tu libro sobre Hernando de Soto y volví a pedirte que terminases la investigación sobre la familia de Milano, el naviero judío que dominó Barcarrota y los pueblos aledaños y que te condujo hasta los Peñaranda. Ahora comprendo que lo que entonces me impulsó no era el deseo de darte ánimos, hermano, sino el temor a que tu obra quedase inconclusa, hundida ya para siempre en el fondo de una caja de cartón, como esos pecios llenos de tesoros que tú localizaste buceando en el Archivo de Indias, en Sevilla. Datos maravillosos que, tal vez, ya nunca saldrán a la luz, que jamás serán libros, o que alguien expoliará en su propia gloria y beneficio; retazos de nuestra historia que probablemente pasarán de tu cabeza al olvido, como los libros que Francisco de Peñaranda tapió en el doblao -es que no me gusta llamar desván ni sobrado ni doblado al doblao-, en el doblao, insisto, de su casa solariega, en Barcarrota.
Y ¿quién vendrá detrás de ti, Fernando, con el pico del albañil en la mano, con tu inteligencia, con el rigor de tu profesionalidad, con el celo protector de la paja centenaria y de la tapia de un doblao de Barcarrota y, sobre todo, con tu generosidad humana e intelectual, para desempolvar tus notas, para ordenar tus fichas y retomar, con la fina prosa que siempre te ha caracterizado, tu discurso interrumpido por el rayo de esa carne que, a veces, se nos amotina en las entrañas y nos crece hasta destruirnos?
¿Quién, Fernando, quién? No dejo de preguntármelo y no sé que responderme, hermano. Es curioso, por no decir cruel, que la obra que con tanto esfuerzo y tanto mimo has elaborado durante años pueda pasar de tus notas al olvido, como ocurrió con los textos de Francisco de Peñaranda. Si a él, por haber escondido sus libros en la tapia, le pusimos una biblioteca, tú, por escribir los tuyos y descubrir al propietario de los ajenos, por lo menos te mereces una imprenta.
Bueno, beduino. Tengo que despedirme. Ya te contaré más otro día. Pero esto no es un adiós, ni siquiera un hasta luego, porque vas a seguir conmigo hasta el final. Sobre todo ahora que cuando suene el teléfono, nadie me preguntará “¿cómo estás beduino?” para que, durante un buen rato, hablemos de naufragios, de libros, de don Hilario, de amigos, de política, del Madrid y de nuestra muy admirada Charlize Theron, a la que tú tienes tan impresionada como ella me tiene a mí.
Estés donde estés, cuídate, hermano.
domingo, 22 de marzo de 2015
domingo, 15 de marzo de 2015
El Anfiteatro y el deporte
José Joaquín Rodríguez Lara
En el Anfiteatro Romano de Mérida combatieron los gladiadores, lucharon a muerte las fieras, se han representado obras de teatro y no sólo lleva más de 2.000 años en uso, abierto al público, sino que todo ese tiempo ha estado expuesto a los elementos: al sol, a la lluvia, al viento, al calor, al frío, al granizo, al hielo y, en ocasiones memorables, hasta a la nieve.
Sobre su óvalo crece al inicio del otoño el Crocus lusitánicus, una especie de azafrán silvestre, muy bonito por cierto, y en su entorno, entre la primavera y el verano, dispara sus semillas el Pepinillo del diablo, Ecballium elaterium, al que se debe tratar con mucho respeto, por muy divertido que resulte hacer eyacular a sus calabacillas -yo lo hice-, pues toda la planta es tóxica y causa problemas intestinales, hemorragias, abortos y hasta la muerte.
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El foso del Anfiteatro Romano de Mérida ocupado por una instalación artística, en agosto del año 2007. (Imagen publicada por www.forocoches.com) |
Y en el Anfiteatro Romano de Mérida se posan y se cagan las palomas, aunque les gusta más hacer sus nidos en el frente escénico del Teatro, que es como el hermano mayor y la estrella de los monumentos emeritenses. El Teatro es el monumento romano que más se usa en la capital extremeña; para el Festival de Mérida, para la entrega de las medallas de Extremadura y para conciertos y actos de todo tipo. El Anfiteatro no. El Anfiteatro es como un monumento secundario, a pesar de que es más auténtico, pues está mucho menos reconstruido que el Teatro. Durante la época romana era al revés. A los romanos lo que de verdad les gustaban era las carreras de cuadrigas, en el Circo, al que la gente llama hipódromo, y las peleas en el Anfiteatro. En el Circo de Emérita debió de competir el lusitano Caius Apuleius Diocles, el mejor auriga de la historia, que se hizo supermillonario con las cuadrigas. Tuvo tanta fama en Roma como la tienen ahora las más brillantes estrellas del deporte.
Para los romanos, el teatro era secundario. Cuando ya casi nadie sabía latín, Margarita Xirgu vio las ruinas del de Mérida, hizo la ‘Medea’ entre sus columnas, todavía tiradas en el suelo, y la historia del Teatro Romano emeritense cambió para bien y para siempre. Y con ella, la de Mérida y la de toda Extremadura, que tiene en el Festival de Teatro Clásico una joya de relevancia internacional.
Ahora se ha decidido celebrar en el Anfiteatro de Mérida una competición deportiva y se escuchan voces en contra, como si la lucha deportiva con raquetas de pádel fuera una afrenta a un recinto en el que se peleó a muerte con espadas, redes, tridentes y colmillos; como si una pista de pádel pudiera causarle a la arena del Anfiteatro el daño que no le hicieron los escenarios teatrales en los gobiernos de Ibarra y de Vara; como si un graderío de quita y pon fuese más dañino para la historia que miles y miles y miles de turistas caminando sobre el monumento. La campaña de salvación del Anfiteatro está en las redes sociales. Curiosamente, muchos de esos mensajes que pretenden salvar de oprobio al Anfiteatro está ilustrados con fotos ¡del Teatro! Es decir que hay quien confude al Anfiteatro con el Teatro pero se considera una autoridad y llama “burro”, textualmente, a quien autoriza el uso del Anfiteatro para un evento deportivo.
El pádel no es el principal peligro al que está sometido el Anfiteatro Romano de Mérida. No se le va a sacar de una urna de cristal para exponerlo al aire libre. Lleva más de 2.000 años a la intemperie. Las autoridades que autorizan su utilización como escenario de una competición deportiva no están menos cualificadas que las que permitieron que se usase para representaciones teatrales. El celo que se pondrá en evitar que el monumento sufra daños no va a ser inferior al que se puso cuando gobernaba el PSOE.
Por no recordar que uno de los alcaldes emeritenses más preocupados por la cultura y por la historia de Mérida, el socialista Antonio Vélez, ahora concejal de SIEX, llegó a plantearse la posibilidad de utilizar el Anfiteatro para una naumaquia, es decir, una batalla naval, para lo cual había que llenar de agua el monumento. O tal vez fuese para una corrida de toros, como en Nimes. No sé. Ha pasado tanto tiempo que ya Ni-me acuerdo. Pero gladiadores no eran, ¿verdad, Antonio? Eso lo tengo claro. Y que lo que pretendías era usar los monumentos romanos, sin dañarlos, en beneficio de Mérida y de los emeritenses también me consta.
Los gladiadores vinieron después, con sus luchas fingidas y sus armas sin filo, con las que sólo se puede matar el tiempo. Hay fotos de ellos en Internet. También vinieron los artistas, con su arte decorativo, o lo que sea. Y siguieron llegando turistas y la historia siguió pasando, sin detenerse, sobre un Anfiteatro que permanece desde el año 8 antes de Cristo echado boca arriba sobre la tierra emeritense. No se sabe si escudriña los cielos con su único ojo, si tiene la boca abierta por el asombro o es que bosteza de aburrimiento. Pero ahí sigue.
miércoles, 11 de marzo de 2015
lunes, 9 de marzo de 2015
Que la Virgen de Guadalupe le ilumine, monseñor
José Joaquín Rodríguez Lara
Monseñor Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo, ha reducido a un “problema político” y hasta “un poco nacionalista" el legítimo deseo existente en Extremadura de que el santuario de la patrona de la región, Nuestra Señora de Guadalupe, dependa de una diócesis extremeña.
"Es un problema político y me atrevería a decir que un poco nacionalista", ha dicho monseñor Rodríguez, mostrando un desconocimiento absoluto de lo que sienten muchísimos extremeños respecto a su Virgen y al santuario que la acoge.
Hay un fondo de desprecio perceptible en las palabras del arzobispo de Toledo. Un menosprecio que ni Extremadura ni los extremeños se merecen. Esta tierra lleva años solicitándole al arzobispado de Toledo y al Vaticano que consideren la posibilidad de que el santuario de la Puebla de Guadalupe y todo lo que el monasterio conlleva dependan de una diócesis extremeña, de la que la Iglesia quiera.
Siempre se ha solicitado de forma respetuosa, sincera, sin dobleces, de modo directo y firme, sin titubeos. Y la Iglesia siempre había respondido hasta ahora con el silencio o dando largas. Nunca ha negado la posibilidad de acceder a lo solicitado ni jamás ha dicho que sí.
Pero es la primera vez que una autoridad eclesiástica, y nada más y nada menos que el arzobispo de Toledo, responde de un modo tan grosero, tan impropio de la Iglesia y con una formulación tan mezquina como acaba de hacerlo monseñor Braulio Rodríguez, que o no se entera o quiere ofender sin que se le haya provocado para que reaccione de esta forma.
Le aseguro monseñor Rodríguez que nunca fue la política y mucho menos el nacionalismo lo que ha movido a los extremeños que llevan años solicitando, con toda la humildad del mundo, que Guadalupe dependa de una diócesis extremeña. Se lo aseguro como periodista veterano, como amigo de personas destacadas que apoyan esa solicitud y como extremeño que la comparte plenamente.

Monseñor Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo
y de Guadalupe.
(Fotografía publicada por www.revistaecclesia.com)
Usted no “se atrevería a decir que (la reivindicación extremeña de Guadalupe es) un poco nacionalista”, usted se ha atrevido, lo ha dicho, monseñor, y creo que se equivoca de parte a parte. Es una reivindicación cristiana y social, no política. La apoyan extremeños de muy diferentes ideologías. No conozco entre ellos a alguno que sea nacionalista.

y de Guadalupe.
(Fotografía publicada por www.revistaecclesia.com)