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jueves, 28 de febrero de 2019
jueves, 21 de febrero de 2019
La Manada chica, la Manada grande, la ley y la Justicia
José Joaquín Rodríguez Lara
A la leña tuerta hay que buscarle las vueltas; los profesionales de la abogacía lo saben. Por eso, no pocas veces eligen el momento más oportuno, al juez o a la juez que les parece más favorable a sus intereses, a la hora de llevar sus casos al juzgado.
¿Pero no habíamos quedado en que la ley es igual para todos? Sí, sí, y lo es. Pero una cosa es la ley y otra la Justicia, es decir, la aplicación de la ley.
Porque la ley no la aplican máquinas, la aplican personas. Y cada persona, incluidas sus señorías titulares de los tribunales de la Justicia, es un mundo. La verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero y los hechos son los hechos, pero la calificación de los hechos, su interpretación, la aplicación de la ley, el juicio… ¡Ay, el juicio! Acudir a la Justicia es tirar una moneda al aire. A veces hasta cae de canto. Ya lo dice la maldición: pleitos tengas y los ganes.
Es muy difícil que haya dos casos judiciales, sobre todo, penales, exactamente iguales. Y en el análisis de lo ocurrido hay que valorarlo todo, hasta desde donde soplaba el viento, si es que soplaba.
Por eso es legal, aunque extrañe, que dos casos tan parecidos como los ataques sexuales a sendas jóvenes protagonizados por ‘La Manada’ (la clásica, la de San Fermín) y por la ‘Manada de Collado Villalba’ (la de Madrid) reciban sentencias tan dispares.
Los magistrados de la Sección Segunda de la Audiencia de Navarra condenaron a los cinco integrantes de ‘La Manada’ a nueve años de prisión, cada uno, por un delito ¡continuado! de ¡¡¡abuso!!! sexual sobre ¡una joven de 18 años! durante los sanfermines (julio) del año ¡2016! Si las matemáticas no fallan, 9 por 5 son 45.
Los tres integrantes de ‘La Manada de Collado Villalba’ han sido condenados a 44 años de prisión (15 + 15 + 14) por intimidación y ¡¡¡agresión!!! sexual ¡continuada! a ¡otra joven de 18 años! en el mes de marzo del año ¡2015!
La condena de los tres de Collado Villalba es muy superior a la de los cinco de Pamplona. Seguramente hay más diferencia entre las condenas de ambos grupos que entre los daños morales y físicos y las secuelas sufridas por las dos jóvenes después de haber sido atacadas por sus respectivas manadas.
¿O es que, más allá del número, hay diferencias entre los fines y la estrategia de las dos manadas salvajes? ¿No se han comportado, a la luz de lo que ambas sentencias consideran probado, como los mismos perros de recova con distintos collares?
¿O es que los collares están en los tribunales que los han juzgado, en su manera de interpretar y aplicar las leyes? Como en sus salas, los magistrados y las magistradas tienen todo el poder y toda la autonomía e independencia que la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico les otorgan, los tres magistrados de Pamplona vieron abuso donde las tres magistradas de Madrid han visto agresión.
Y el justiciable, la gente, que en la mayoría de los casos carece de conocimientos jurídicos, ve que conductas parecidas, por no decir idénticas en sus consecuencias, reciben sentencias dispares y sospecha que la ley no es igual para todo. Pero no es la ley, es la aplicación de la ley, es la Justicia, con sus tribunales, su Fiscalía, su abogacía, sus agentes policiales, sus testigos, sus peritos, su tiempo, su dinero y sus diferencias de criterio.
Menos mal que por encima de ellos está el Supremo. ¿Está Dios por encima de los jueces? No, no, está el Supremo, el Tribunal Supremo, con sus magistrados, sus magistradas (alguna hay) su Fiscalía y sus propios criterios con los que van limando diferencias entre tribunales a golpes de lentísima jurisprudencia.
(Centésimo primer artículo publicado en extremadura7dias.com,
el 21 de febrero del año 2019.)
lunes, 18 de febrero de 2019
El periodismo y la literatura
José Joaquín Rodríguez Lara
Claas Relotius era la estrella del periodismo alemán. Trabaja en la prestigiosa revista semanal Der Spiegel, ha recibido premios importantísimos por su labor periodística y, hasta diciembre del año 2018, sus historias eran sinónimo de éxito rotundo.
Eran, pero ya no lo son, porque a Claas Relotius se le ha ido la mano con la fantasía y le ha echado demasiada creación a sus reportajes. Tanta que ha hecho pasar por verdad lo que sólo era pura ficción, burdo engaño, mentiras y más mentiras.
De eso ha vivido Claas Relotius, de la mentira, hasta que otro periodista, en este caso sin estrella, Juan Moreno, hijo de un emigrante español, un jornalero de la información, sin empleo estable, le ha desenmascarado poniendo a la vista sus falsedades y convulsionando a Der Spiegel, al periodismo alemán y a buena parte de su clientela.
La historia de este cuentista alemán metido a estrella del periodismo me ha traído a la memoria la vieja creencia de que el periodismo y la literatura son mundos antagónicos, que no se puede ser a la vez buen literato y buen periodista y que la ficción y la realidad se repelen como el agua y el aceite.
Nunca he creído que la literatura y el periodismo sean universos irreconciliables. Ni siquiera me parecen siameses unidos por la espalda. Todo lo más, dos ramas del mismo árbol por las que corre la misma savia, la comunicación, y en las que madura el mismo fruto: la vida.
¿Acaso no hay en la noticia, el más preciado y básico de los géneros periodísticos, tanta urgencia, tanto ímpetu y tantos latidos como en la estrofa de un poema?
¿Y qué otra cosa son algunos poemas, especialmente los épicos, como 'El Cantar del mío Cid', que una noticia extendida; es decir, lo que en periodismo se denomina una información?
Para mí, la novela, el cuento y los libros de viajes son a la literatura lo que el reportaje es al periodismo. Pura tensión narrativa, con cimas y valles, con paisajes, con personajes. Hay relatos de viajes que son reportajes maravillosos. Son tantos y tan diversos los que han visto la luz desde el origen de la escritura hasta hoy mismo, que resulta imposible hacer una relación justa y mínimamente representativa de este apartado de la producción literaria. Y hay otras obras, como 'A sangre fría', de Truman Capote, en las que resulta difícil decidir sin son una novela o un reportaje.
La crónica periodística, ya sea política, la social, la deportiva... le debe mucho a la crónica histórica, a los anales. ¿Y qué fueron los cronistas de Indias sino reporteros, narradores de lo que vieron y les tocó vivir?
La entrevista, como género, no como herramienta para obtener información, es el arte dramático del periodismo. Como en el teatro, en la entrevista hay un escenario, con su decorado, que forma parte del mensaje, y hay puesta en escena y personajes -quien pregunta y quien responde- que mantienen un diálogo a veces hasta ensayado.
¿Y no es el artículo de opinión, la clásica columna, un microensayo en el que se exponen datos, se argumenta y se defiende una tesis?
El teatro y el ensayo son, posiblemente, los géneros literarios más difíciles, pues para triunfar con ellos no basta con la imaginación y la fluidez expresiva, con el buen estilo. Hay que dominar el escenario, el tiempo, los mutis... No basta con saber argumentar, es necesario saber. Ese es el argumento del ensayo, el conocimiento. Lo mismo pasa con la entrevista, resulta imprescindible saber conducirla, con templanza, con dureza, con palabras y con silencios hasta conseguir que la persona entrevistada se entregue. El objetivo final de quien firma artículos, como de quien escribe ensayos no es informar, sino convencer, lo que resulta mucho más difícil que escribir poemas, hacer poesía es otra cosa, o redactar noticias.
Así que no creo que la literatura y el periodismo estén separados por un abismo insondable. Ha habido grandes creadores que han sido, a la vez, periodistas y escritores. Ahí están las obras de Mariano José de Larra, de Ernest Hemingway, de Gabriel García Márquez, de Ryszard Kapuscinski y de tantas y tantas figuras de la comunicación que han sabido conjugar con éxito lo real y lo ficticio.
¿Y por qué no está entre ellos el periodista alemán Claas Relotius que ha llenado de literatura sus reportajes? Pues porque la estrella de la revista Der Spiegel se ha construido un prestigio de ficción, usando sin vergüenza la única faceta de la literatura a la que tiene alergia el periodismo: el embuste, la más asquerosa de las mentiras.
Para justificar lo que ha hecho, Claas Relotius asegura que lo hizo porque tenía miedo a fallar, a dejar de ser una estrella. Pero lo cierto y verdad es que, con su pretensión de continuar siendo una estrella, a sabiendas de que era una estrella falsa, se ha estrellado.