Robé un instante; no lo tomé prestado, lo robé. Corrí con él atravesado en la boca, como huye el lobo que acaba de cosechar un cordero. El tiempo alzó los brazos y gritó, los relojes señalaron con sus alarmas mi osadía, el día hizo un alto en su camino y me llamó ladrón. A ninguno escuché, no dejé que sus amenazas enmoheciesen la sangre de mis latidos; busqué un lugar apartado, al abrigo de cualquier intromisión, y disfruté de mi botín, de un instante robado que era solo para mí. Lo acaricié y se me deshizo entre los dedos, como una mirada tras los visillos, pero ni el sueño de la eternidad puede durar tanto.
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