- ¡Qué poco te queda señor Marrano! - Me queda bastante más que a usted, don Presumido. - ¿De veras? Yo ya te veo el lomo bien cubierto de tierra... - Y yo a vuecencia le imagino sin plumas ni kirikikí. - Claro, porque no me ves. Como sólo miras para el suelo... - No miro al suelo, medito. - ¿Meditas? ¡No me digas! - Le digo a usted, don pollito Presumido, que yo seguiré en boca de todos al menos un año, aunque sea colgado de los maderos del doblao, y de su pechuga se habrán olvidado todas las bocas antes incluso que de los Reyes Magos.
Se celebró la Nochebuena, hubo comida de Navidad, pasaron las fiestas y se confirmó que, llegado el momento, poco importa el porte, el brillo de la voz o el fulgor de la librea, pues el tiempo es un juez inexorable que pone a cada cual en su sitio.
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