viernes, 10 de enero de 2025

martes, 24 de diciembre de 2024

Señas de identidad.-

No gasto reloj.
No exhibo cruces ni medallas.
No uso cadena ni collares ni pulseras.
No tengo anillo ni tampoco llevo alianza.
No duermen en mi piel hierritos ni tatuajes.
Sólo acuno cicatrices.
Las heridas de la vida.
Y no todas.
Únicamente aquellas que no pude o no supe curar.


martes, 3 de diciembre de 2024

-Las editoriales españolas no les abren sus puertas
a los escritores nuevos o poco conocidos
salvo que, por algún inexplicable motivo,
el autor ya esté dentro.

A las escritoras suele ocurrirles lo mismo.
Pero ellas no necesitan que les abran las puertas
de par en par.
Les basta con una rendija
para penetrar en cualquier universo editorial.


sábado, 16 de noviembre de 2024

El nuevo Siglo de Oro

José Joaquín Rodríguez Lara


La literatura en lengua castellana está viviendo un nuevo Siglo de Oro. No por la gran calidad de todo lo que se publica, sino por la enorme cantidad de lo mucho que se escribe. Las editoriales, tanto las grandes como las modestas, dicen estar atascadas. No les da tiempo, es decir no tienen medios, para leer y evaluar de una forma crítica tantos originales como les llegan. Eso dicen y hasta puede que sea verdad.

    Es mucho más fácil ganar en la lotería -en cualquiera de ellas- que conseguir que una editorial -cualquiera también- acepte y lea un original literario. Sin embargo, se continúa publicando. ¿Cómo lo hacen?

    No siempre, pero sí muchas veces empezando la casa por el tejado. Antes de construir el libro hay que fabricarse a quien lo firmará. Escribir con calidad es muy importante para publicar, pero no más que ser famoso. Salir regularmente por los televisores, mantener una relación sentimental pública y publicada con alguien que sea popular, haber atracado un banco... Cualquier cosa que te ponga en el candelabro, que decía la otra, puede llevarte casi sin querer a la imprenta. E incluso al éxito. Y ni siquiera es necesario que tu libro lo hayas escrito tú. Se lo puedes encargar a un Negro o a un Rojo. Lo que más te convenga. El escribiente a sueldo tampoco necesita matarse escribiendo. Puede recurrir al plagio discreto, vulgo intertextualidad.

    Escribir, incluso escribir bien, es muy poca cosa en estos tiempos de ordenador e inteligencias artificiales. Las puertas de las editoriales están cerradas a cal y canto para quienes sólo escriben. Aunque lo hagan con calidad. Para traspasar el portalón de las imprentas hay que entregar un original literario y algo más. Una talega de popularidad, una mochila con escándalos, un premio literario aunque sea de provincias, a un amigo... O contar con una mano amiga que te introduzca en el interior de la poderosa máquina editora... Casi todo vale. Ya lo dijo Arquímides: la amistad es un poderoso fluido que te empuja hacia el triunfo. En este sentido, las editoriales son como la televisión: no entras si no tienes ya una amistad dentro. Por eso las televisiones, en general, además de caras, soeces y reiterativas, son tan endogámicas. Como ocurría durante la edad de oro del cine con los estudios -las grandes empresas cinematográficas de Hollywood-, las televisiones tienen sus equipos de opinadores, de tertulianas, de gente dispuesta a airear las sábanas de cualquiera, incluidas las suyas, y hasta de sus invitados de cabecera. Las pantallas de los televisores son bodegones. Cambia la composición, pero las flores, las naranjas, los membrillos, las uvas, los faisanes, el cristal y los dorados son siempre los mismos.

    La incapacidad de las editoriales convencionales para sacar al mercado del libro tantos originales como les llegan, ha hecho que se desarrolle enormemente el mercado de la publicación por encargo. Pagando. La oferta es amplísima y el servicio editorial a la carta, tanto en papel como en pantallas, tiene precios y calidades de lo más variados.

    Es una salida, y no la peor, para quienes se han esforzado escribiendo un libro y no quieren dejarlo morir en un cajón. Se paga un dinero y se consiguen unos ejemplares para regalárselos a familiares y amigos.

    No se puede estar toda la vida a las puertas de Las Ventas -de las superventas, en este caso- como hacían los antiguos maletillas que pedían una oportunidad. Ahora hay otros medios. Si se puede pagar, se paga. Y se torea. Se publica, vaya. Que se consigan trofeos ya depende del respetable.


sábado, 2 de noviembre de 2024

- FÚTBOL:

La bota de oro te la entregan si la ganas.

El balón de oro lo recibes cuando te lo regalan.

- CONCLUSIÓN:

La bota de oro la ganas. El balón de oro te lo regalan.

domingo, 6 de octubre de 2024

En la Universidad de Badajoz


José Joaquín Rodríguez Lara


Pasear por los mercadillos es como realizar un peripatético y ocasional curso en la Universidad de la vida. Se aprende muchísimo. Yendo a clase todos los domingos, o todos los martes, los jueves o el día de la semana que tenga a bien el alcalde, a poco que se preste atención se sale del mercado poligonero con una licenciatura, y hasta con un doctorado, en bragas, colchas de hilo, castañas, orégano, aceitunas, cinturones y demás bienes imprescindibles para tener una existencia plena.

    Hace años, muchos, muchos años, había folcloristas y escritores que recorrían las calles y las plazas y los campos escuchando, anotando y publicando refranes y pregones populares casi tan impactantes como los actuales de calcetines a un euro. Eran los acentos de aquel mapa.

        ¡Cántaros y barriles. Porrones vedriaos!, gritaba el botijero de Salvatierra de los Barros, acompañado siempre por el burrillo que le hacía las veces de establecimiento, mostrador, furgoneta y almacén. Los botijeros fueron siempre profesionales valientes, esforzados y austeros que han recorrido el mundo con sus cacharros y sus pregones. Llegaron hasta el Amazonas. Las mujeres del norte de Europa les compraban la loza por compasión. Les apenaba ver a los burros, a los que les daban caramelos, todo el día cargados con las angarillas rebosantes de tiestos. En el último cuarto del siglo XX, los botijeros salvaterreños se instalaron en las playas mediterráneas y adecuaron sus pregones a las nuevas circunstancias. Very good, very nice, aseguraba el famoso Bonanza mostrándole los pucheros a las bañistas.

      ¡Puntillas. Tiras bordás!, pregonaba el vendedor de encajes y coloridas orlas para los vestidos. O ¡El último. Uno me queda. Me queda uno. Seis mil pesetas a la peseta!, anunciaba incansable el lotero, repartidor de fortunas etéreas. 

     Todo ello hay que darlo prácticamente por desaparecido. Por obra y gracia de los grandes medios de comunicación, aunque en Extremadura nos hayamos quedado atascados en el polvo de los caminos de asfalto y en el humo de las vías férreas de tierra, vivimos sumergidos en una sopa publicitaria en la que casi todos los pregones suenan lo mismo. Y si es americano, mejor. 

        Mientras recorría las aulas de la Universidad de Badajoz, en el polígono El Nevero, he visto un cartel que me ha llamado la atención. Gajes del oficio. Se trata de un letrero escrito con letras de imprenta en una cartulina plastificada de color verdiamarillo anaranjado algo gris. El cartel, colgado entre la mercancía, viene a decir: estos artículos no tienen cambio ni devolución. Una forma sencilla y directa de informar a la clientela de que si compra ahora, calle para siempre. Eficaz advertencia que ha desaparecido hasta de las bodas. Rápidamente he buscado al jefe del puesto, he esperado que dejase de hablar por teléfono y, muy respetuosamente, le he ofrecido mi colaboración. Señor, perdone usted la impertinencia, le he dicho, pero puede mejorar el letrero diciendo que sus artículos no tienen cambio ni marcha atrás. El hombre me ha mirado fijamente y se ha sonreído. Sí, sí. Está bien tirao, me ha dicho. Creo que le ha gustado. Lo mismo, a partir de ahora, cambia el currículo de su asignatura.

domingo, 22 de septiembre de 2024

Los futbolistas y lo albañiles

José Joaquín Rodríguez Lara

Festejar la consecución de un gol, sobre todo si lo anota el contrario en propia puerta, resulta infantil. Imagínese a los albañiles corriendo a saltos por el andamio cada vez que colocan un ladrillo. Sería ridículo. Para celebrar un éxito hay que tener una copa en la mano. Aunque sea de gaseosa.