miércoles, 30 de diciembre de 2020

 Anhelado 2021


José Joaquín Rodríguez Lara


Llevamos demasiado tiempo esperándote como para no recibirte con alegría. Cada vez nos brillan menos los ojos y, a veces, los hace brillar la fiebre. Reímos, pero hay una gota, y hasta un buen chorro, de amargura en nuestros labios. Cantamos, pero jamás hubo tanta nostalgia en nuestros cantos. Y aun así, te recibimos con alborozo. Con menos esperanzas que temores; con más incertidumbre que propósitos. Pero te anhelamos. Nos afianzamos a ti, deseado año 2021, como náufragos golpeados por una tabla. Inermes y a la deriva.

Ignoramos cuales son tus intenciones; si nos rescatarás de la malvada maraña política o nos hundirás aún más en ella; si nos devolverás la dignidad de vivir a costa de nuestro esfuerzo o nos despojarás definitivamente del trabajo, de la dignidad y de la vida. Sabemos aún tan poco de ti que no tenemos suficientes elementos de juicio para valorarte. No queremos caer en la injusticia, pero en la balanza del corazón pesan más nuestros patentes males que tus posibles remedios.

Y aún así, te aplaudimos, festejamos tu llegada, aunque sólo sea porque estrenarte ya es un éxito vital en un escenario trágico; porque el público superviviente se estremece de alegría al ver cómo te llevas por delante al sanguinario 2020, al abominable año de las mentiras y de los ataúdes.


jueves, 10 de diciembre de 2020

 Cuando padre estaba vivo


José Joaquín Rodríguez Lara


Retiro los troncos de rostros cuadriculados en carbones, recojo la ceniza, barro el suelo de la chimenea y busco en la pequeña leñera aledaña un leño que, por su grosor merezca el honor de convertirse en el palo mayor de mi nueva goleta. Él sostendrá las velas de la lumbre con la fortaleza suficiente para que, una vez más, el mañana amanezca entre dos trozos de leña con las caras blancas de ceniza y tatuadas al carbón. El mástil principal de la candela no inicia el fuego ni aviva las llamas, pero las mantiene a flote, las alimenta, las conserva vivas y es el testigo que, pasando de un día a otro, sostiene la hoguera desde los albores de la humanización hasta hoy mismo.

El fuego nos fascina seguramente porque, cual cordón umbilical, nos conecta con quienes fuimos. Somos hijos de la lumbre. Nos dio la vida. Nos alumbró, nos defendió, nos calentó, nos permitió cocinar nuestros alimentos, nos dirigió en las cavernas hasta los mejores lienzos de piedra y nos reunió y vertebró en torno a nuestras realidades y a nuestras fantasías. Él transformó el miedo en religión, la imaginación en leyendas, el roce en afectos, la madera, el hueso y la piedra en utensilios, hierbas, raíces y cortezas en medicina, las sombras en danza...

A veces se cita el 'invento' del fuego como uno de los grandes hitos que jalonan la marcha de la Humanidad desde la copa del árbol hasta las estrellas. No es exactamente así. Los seres humanos no inventamos el fuego. Ya existía en el vientre de la Tierra, en la boca y en la falda de los volcanes, en los rayos del cielo... En ocasiones, en vez del 'invento del fuego' se habla de su 'descubrimiento' y de su control. Tampoco me parecen expresiones acertadas. Descubrir la existencia del fuego no nos hizo más humanos. Ya teníamos ojos cuando lo vimos por primera vez. Y aprender a controlarlo, a evitar las dentelladas de sus fauces, más bien, fue un paso adelante, pero muy corto.

Lo que verdaderamente consistió en una revolución, equiparable al invento de la rueda, fue la invención del encendedor, luego llamado mechero, en honor a su vistosa mecha, y chisquero, seguramente por los chasquidos de la rueda dentada contra su piedra. Fue la posibilidad de hacer fuego cuando y donde quisiéramos -chocando pedernales, frotando palos o de cualquier otro modo-  lo que supuso dar un salto enorme hacia el futuro. Llevar el fuego dormido 'en el bolsillo' y despertarlo cada vez que lo necesitábamos puso en las manos de la familia homínida un enorme poder, una herramienta extraordinaria y, también, un arma devastadora.

Quienes dan preeminencia a la rueda, como la gran impulsora hacia la civilización, reconocerán que el invento más redondo surgido de manos humanas necesitó de la fuerza bruta, de la tracción personal o animal, hasta que el fuego acudió en su ayuda y se puso en marcha la máquina de vapor que dio origen a la Revolución Industrial. Y todo comenzó con la chispa extraída a un encendedor que dormía en el bolsillo.

Lo mismo ocurre en mi chimenea. Al cabo de la noche, entre los rescoldos del día suele quedar alguna brasa diminuta que da sus últimos estertores y, si acercas la palma de la mano, todavía percibes el suave calor de la ceniza; pero son los muñones del palo mayor los que, incluso pareciendo completamente inertes, conservan aún la memoria del fuego.

Arrimo, unos a otros, los troncos casi completamente consumidos, con la intención de que compartan sus miedos y sus fantasías, les doy papel o pasto seco, acerco el encendedor a sus entrañas y, en pocos minutos, mi velero de tierra firme despliega sus llamas para comenzar una nueva singladura. Puedo pasarme horas y horas y horas sentado en este barquichuelo de troncos, empuñando las tenazas como caña del timón, rumbo al puerto en el que me esperan quienes me precedieron en la marinería, quienes me enseñaron a acarrear la leña de encina, a apilarla en la leñera, a retazar las taramas, a montar la lumbre y a aparejarla con pucheros, sartenes, parrillas, cuentos, dichos y razones. 

"Cuando padre estaba vivo, todos para atrás, todos para atrás; y ahora que padre está muerto, todos para adelante, todos para adelante", decía mi padre cuando las llamas trepaban por el gaznate de la chimenea o las brasas apenas si asomaban entre las cenizas del suelo. Con el tiempo me di cuenta de todo lo que encierra la frase. Con un padre -o una madre, claro- que acarrean suficiente leña para convertir la candela en un volcán, hay que separarse de la lumbre. Pero cuando los padres ya no pueden mantener el fuego, no sólo hay que arrimarse a las brasas para enfrentarse al frío de la ausencia; es necesario dar uno o muchos pasos al frente para que podamos seguir llamando hogar a lo que corre el riesgo de quedarse en una simple vivienda.

viernes, 27 de noviembre de 2020

 La nueva sonrisa


José Joaquín Rodríguez Lara


Dicen que la cara es el espejo del alma. No creo que sea así. En el caso de que exista el alma, entendida en un sentido mucho más amplio que el puramente religioso, hay rostros angelicales tras cuyo azogue se esconden espíritus demoniacos. Así que el presunto espejo no refleja con rigor la realidad.

Y hay muchísimos más demonios con cara de ángel que ángeles con facciones de demonio. Es una opinión personal, no un conteo estadístico, pero estoy convencido de que así es.

El rostro, eso sí, es el pendón, la enseña, de cada ser humano. Nos identifica más que cualquier otro pedazo de nuestro cuerpo. Cada parte de la cara aporta una nota distintiva: la boca, la nariz, los pómulos, la barbilla, la frente... A mí me llaman especialmente la atención los ojos. Son las alhajas de la cara, dos cabujones de ébano, de miel, de esmeralda, de zafiro... Es un tópico poético, una metáfora desgastada por el uso, llamar perlas a los dientes. Las verdaderas joyas del rostro son los ojos, esos ventanales por los que nos llega la luz y se nos van las lágrimas, tinieblas de lluvia y sal, el chaparrón de la tormenta.

A los ojos les hace una dura competencia la sonrisa, ese ajado 'collar de perlas' que se presenta en un estuche de terciopelo carmesí entreabierto, un regalo bien recibido casi en cualquier situación. La sonrisa abre puertas, pero son los ojos -tus ojos- los que alumbran las estancias más oscuras.

Con la pandemia originada por el despliegue universal del SARS-CoV-2, las caras humanas han sufrido un vuelco. La pandemia nos ha borrado la sonrisa; y no sólo en el sentido simbólico de la expresión. Lo ha hecho literalmente. La sonrisa ha sido proscrita, la hemos enterrado en una camisa de fuerza a la que -ironías de la semántica- llamamos mascarilla. No sé si por el IVA, impuesto sobre el valor añadido, hay que joderse, que nos clava el Gobierno o porque amplía la cara con sus gomas, sus telas, sus decoraciones y sus canesús.

Sea como fuere, la Humanidad tardará en echar las 'perlas' al aire para volver a reír, si es que la risa no se extingue por el camino, y los ojos han acentuado su papel protagonista en el centro de nuestras banderas. Además de ocultar la nariz y la boca, las mascarillas se han convertido en los expositores del ébano, del zafiro, de la esmeralda y de las demás piedras preciosas; actúan como peana de los ojos y realzan la belleza de sus gemas. Mirar directamente a los ojos, especialmente en esta tragedia llena de mentiras, no es comportarse con descaro, es saltar sobre la máscara para conectar con la verdad que emana de los cabujones. Los ojos son la sonrisa de la nueva situación.

sábado, 14 de noviembre de 2020

Metamorfosis


José Joaquín Rodríguez Lara


¿Sabrá el humo

que, antes de que aprendiese a volar

como las mariposas,

fue brasa y leño y brizna de hierba y terrón huérfano

acunado en brazos de la lluvia?


¿Y sabrá la lluvia

que, antes de haber sido

caricia de madre y beso de amante y brazo de amigo,

tan sólo fue humo de agua,

frágil algodón

pastoreado por el viento?


(De mi poemario 'Poemas sin libreto')


martes, 3 de noviembre de 2020

Veleros en la memoria

José Joaquín Rodríguez Lara

Océanos de barbechos

y un horizonte de tractores,

cada uno tocado con su vela de algodón,

navegando los campos

para escribir oleajes de terrones

sobre la piel del suelo.

Bendita sea la inocente memoria

capaz de restaurar

el paisaje de una infancia

devorada por el tiempo.


(De mi poemario 'Poemas sin libreto')

sábado, 17 de octubre de 2020

lunes, 12 de octubre de 2020

Mares de cielo

José Joaquín Rodríguez Lara


Romero traigo, 

romero ofrezco, 

para vestir los aires

de aroma bueno

y pintar en la tierra

y pintar en la tierra

mares de cielo, 

mares de cielo.

(De mi poemario 'Poemas sin libreto')


jueves, 1 de octubre de 2020

Elogio del Otoño


José Joaquín Rodríguez Lara

El Otoño es la mejor y más hermosa estación. Es la madurez del año, la fuerza sin rabia aliada con la prudencia sin miedo. El Otoño es un compendio de todas las estaciones: tiene color de primavera, calor de verano y aroma de invierno. Frente al arco iris de las flores se alzan las hojas doradas del arbolado; junto al grano recién ensilado, estallan las granadas, las uvas endulzan el viento y los días se nutren con el vigor de los membrillos, de las bellotas, de higos pasos, nueces y castañas. El Otoño es una estación generosa y sensata que, frente a la cana barba del viejo que tirita bajo la nieve, nos regala perlas de agua para saciar la sed de todo el año.


domingo, 20 de septiembre de 2020

- Días tristes, tristes días, cuando la gente confía 
cada vez más en el coraje de sus soldados
 y cada vez menos en el valor de sus gobernantes.


domingo, 6 de septiembre de 2020

El género de la violencia

José Joaquín Rodríguez Lara


Me asombra la machacona insistencia que se pone actualmente sobre el género, casi tanto como la poca importancia que se le da al sexo. Y esto ocurre en una sociedad que se dice enamorada de lo natural, aunque vive entregada a los brazos de lo artificial.

Lo natural es el sexo, en todas sus facetas. Y sin embargo continuamente se pone el foco sobre el género, sobre lo artificial. Ser mujer u hombre es lo natural, y se manifiesta en los rasgos sexuales primarios y secundarios. Ser masculino o femenina es lo artificial, una jaula y una armadura en la que se archiva a los seres humanos para mantener ordenada a la sociedad. Las personas nacen con el sexo desnudo y, al instante, la sociedad les coloca el disfraz de género. 

Tanto las niñas como los niños suelen nacer con el sexo incorporado, aunque en ocasiones los órganos sexuales externos no se correspondan con la inclinación sexual imperante en la psicología de esas personas. Así que, salvo en esos casos, ni los niños ni tampoco las niñas necesitan instrucciones para llegar a ser hombres o mujeres. Sí las precisan, y muchas, para asumir e interpretar los roles que cada comunidad en concreto asigna a sus mujeres y a sus hombres.

Cuando se usa la expresión 'violencia de género' se manipula el idioma. La violencia no forma parte del género. Si así fuese, la mitad de la población, sin excepción, sería violenta y la otra mitad no. Y no ocurre tal cosa. La inmensa mayoría de la población no es violenta. Hay muchos hombres que sí lo son y aprovechan un rasgo sexual secundario, la fuerza, para llevar a cabo sus comportamientos violentos. Pero también hay mujeres violentas y no tienen el porqué ser las más fuertes.

Cuando se habla de violencia de género es siempre refiriéndose a la que ejerce el hombre sobre la mujer. Por ello, la coletilla 'de género' sobra, pues  se considera que los hombres monopolizan los comportamientos violentos y, por lo tanto, la expresión no concierne a la mujer. Es mucho más apropiado hablar de violencia machista. O de violencia a secas. La violencia 'feminista', la que ejerce la mujer, no tiene nombre, que yo sepa. Tampoco es denigrada públicamente; no hay minutos de silencio por los hombres asesinados por mujeres. La violencia de la mujer habita en el limbo.

Estoy convencido de que esta distinción idiota, esta 'brecha de género' sin sentido perjudica a las mujeres, pues caracteriza a la violencia como un atributo exclusivamente masculino, casi como un atractivo rasgo varonil, como la fuerza, el vello o la barba.

Y no es así. La violencia no es patrimonio de los hombres ni tampoco de las mujeres. Cualquiera puede recurrir a la violencia en el momento más inesperado. Incluso a la violencia criminal. Sólo cuando a la violencia se la despoje del género, sólo cuando sea reconocida como un problema interno de las personas y no una manifestación de la personalidad de algunos, demasiados, hombres, esta abominable lacra familiar -entendiendo a la familia como la cohabitación de dos o más personas- empezará a ser controlada y reducida. 

La desigualdad no se corrige con desigualad. Si quieres una sociedad de iguales, practica la igualdad. Si no lo haces así, no corregirás las injusticias pasadas y estarás abriéndole el camino a las futuras.

martes, 14 de julio de 2020

miércoles, 8 de julio de 2020

Prostitución, gasolineras, teletrabajo y virus


José Joaquín Rodríguez Lara


El idioma es un reloj delicado, una maquinaria de precisión que siempre exige ajustes finos, manos de relojero, para que no se atrase ni tampoco se adelante. Cada palabra, en el contexto del engranaje con sus vecinas, significa lo que significa y no lo que a veces queremos que signifique. Ni siquiera los términos sinónimos significan exactamente igual. No es lo mismo la honradez que la honestidad, ni la ética que la deontología, por ejemplo.


Procuro tenerlo en cuenta cuando hablo y, sobre todo, cuando escribo, porque de palabras se nutre la onda del pensamiento y el arroyo de la ideología.


Para mí no existen mujeres putas ni tampoco hombres prostitutos. Hay varones que ejercen la prostitución y mujeres prostituidas. Aunque me parece mucho más fiel a la realidad hablar de mujeres puteadas y de hombres igualmente puteados.


No acepto que, como suele asegurarse de forma temeraria, la prostitución sea el oficio más antiguo del mundo. ¿Dónde están las pruebas arqueológicas que lo demuestran?


El origen de los oficios se remonta a los primeros colectivos humanos organizados, a las primeras sociedades. Sin sociedad no hay oficio. Carece completamente de sentido ofrecerle bienes o servicios a alguien que no existe o a quien no se puede acceder.


Los primitivos grupos de cazadores y recolectores, que son las primeras agrupaciones a las que podemos llamar sociedad, estaban integrados por no más de unas treinta personas estrechamente vinculadas por lazos familiares. En esas sociedades primarias, en las que posiblemente se practicase la poligamia o la poliandria, o ambas a la vez, y en las que la promiscuidad e incluso el incesto estarían permitidos, o al menos no mal vistos, así como el intercambio de 'parejas', dada la situación de aislamiento y la necesidad de refrescar las líneas genéticas, resulta difícil de imaginar que algunas personas estuviesen tan necesitadas de sexo o de alimentos para buscar cualquiera de ambos bienes en intercambios profesionales reglados. No había mercado para lo uno ni para lo otro. 


Y aún me parece más extraño que, en una sociedad integrada por no más de treinta personas de todas las edades pudiese prosperar alguien que ejerciese la prostitución. ¿De dónde saldría su clientela?


Sin embargo, sí existían tareas especializadas -cazar, recolectar frutos y raíces, fabricar armas y herramientas de piedra, curtir pieles, curar enfermedades...- cuya práctica asidua las convierten en una suerte de protooficios. Incluso se practicaba la forma más antigua y elemental del comercio, el trueque que, si era realizado entre grupos distintos, hasta puede considerarse la primera forma de exportación / importación comercial.


Habrá quien sostenga lo contrario, pero no creo que haya personas que elijan la prostitución como un oficio, como un ejercicio profesional remunerado. A la prostitución te arrastran organizaciones criminales, personas delincuentes, los prejuicios sociales, el entorno familiar, el desamparo personal, desequilibrios emocionales y, seguramente, alguna causa más. No creo que haya quien disfrute sometiéndose a las reglas de la prostitución. Es más, imagino que para sobrevivir, la persona prostituida procurará distanciarse lo más posible de quien la use.


Camilo José de Cela, gran creador de historias y Premio Nobel de Literatura, plasmó de modo muy plástico en uno de sus escritos la indiferencia que exige el psicoanálisis sexual. Cuenta que un joven se afanaba con el mayor de los entusiasmos en su práctica amatoria, previamente pagada, mientras la mujer, muy ilustrada ella, leía una novela del Oeste; concretamente, una obra de don Marcial Lafuente Estefanía. Sin dejar de leer, la mujer le preguntó al cliente: "¿Gozas, vida?". A lo que el joven, sin cejar en la imperiosa tarea, le respondió: "Sí señora".


Como puede ver, esta escena de prostíbulo llena de socarronería celana es lo más parecido a servirse carburante en un surtidor de gasolinera; tal vez con la diferencia de que el surtidor habla más. "Gracias. Buen viaje".


No es bondad todo lo que reluce, pero en los lechos de la prostitución hay mucha buena gente. Mucha. Personas que han sufrido, que sufren, que tienen corazón y que, si llega el caso, hasta pueden apiadarse de la clientela. Procuran siempre mantener la distancia para no cargarse con los problemas ajenos; pero no carecen de afecto. Lo que ocurre es que lo usan poco.


Y el sexo sin algo de afecto, no digo sin amor, digo sin algo de afecto, sin una pizca de interacción emocional, es como pasar por el surtidor de la estación de servicio. "Ha puesto usted gasolina sin plomo".


¿Cómo se va a 'hacer el amor', en el caso de que el amor exista y se pueda fabricar, con una máquina, aunque esté completamente desnuda?


Pues parece que sí se puede y, gracias a la pandemia covid-19, he caído en la cuenta de que es posible hacerlo desde hace bastante tiempo. La prostitución no es el oficio más antiguo del mundo. Eso lo tengo muy claro. Pero algunas personas que ejercen la prostitución se han adelantado muchos años a la eclosión del teletrabajo, la nueva normalidad productiva, beneficio colateral de la pandemia covid - 19. Nadie sabía nada del virus Covid-SarS - 2, ni mucho menos se pensaba en llevarse el trabajo a casa, cuando el sexo frío de las líneas calientes, por teléfono o por ordenador, ya era un próspero negocio.


Sexo impersonal, sí; lejano, también; anónimo, casi; pero sin mascarillas ni otros envoltorios protectores. Y con la ventaja de que se puede leer una novela de don Marcial Lafuente Estefanía mientras se goza. ¡Vida!


domingo, 24 de mayo de 2020

Publicidad un pelín machista


José Joaquín Rodríguez Lara


Acabo de ver en televisión un anuncio de ING, "el banco no banco", perteneciente a un grupo financiero de origen neerlandés. Para 'invitar' a su clientela a 'sentirse libre', el "banco no banco" muestra a una mujer de espaldas con el torso desnudo.

Esa mujer, 'para sentirse libre', se suelta el broche del sujetador. Confieso que, hasta ahora mismo, nunca he usado sujetador, pero sospecho que oprime y quitárselo debe de tener algo de liberación. Pero también intuyo que lo mismo debe de pasar con los zapatos de tacón de aguja, con las medias y, por supuesto -lo sé de buena tinta- con las corbatas, con las chaquetas, con las camisas ajustadas y con otras prendas del vestuario masculino.

 

¿Por qué se usa -del verbo usar, primera conjugación- el cuerpo semidesnudo de una mujer para un anuncio que, en principio, va dirigido al público en general?


 

No se me ocurre otra explicación que debido al hecho de que el machismo es un residuo contaminante que aún pervive en el mundo de la publicidad.

 

En mi opinión, con este anuncio de ING no estamos ante un caso gravísimo de machismo pero, además de sorprenderme este ramalazo machista en la publicidad de una entidad bancaria de los Países Bajos, me asombra que se caiga una y otra vez en el lenguaje sexista en vez de esforzarse en buscar formas de expresión inclusivas sin desvirtuar la realidad y sin caer en expresiones estúpidas como contribuyentes y contribuyentas, jóvenes y jóvenas, jueces y juezas, periodistas y periodistos, presidentes y presidentas, todos y todas... y tantas otras.

 

Sé por experiencia lo difícil que es expresarse correctamente sin caer en fórmulas machistas o feministas, pero creo que este texto que está usted leyendo demuestra que sí es posible. Considero que las palabras contribuyente, joven, periodista, presidente y muchas más valen tanto para referirse a mujeres como a hombres si se emplea el artículo, femenino o masculino, apropiado.

 

Emplear expresiones sexistas es como tirar plásticos al suelo: de uno en uno no degradan el medio ambiente, pero una tras otra no sólo mantienen vivo el machismo, sino que lo propagan. Y no creo que sea bueno hacerlo si puede evitarse. Es como soltar virus sobre quienes nos rodean. Tal vez uno no sea suficiente para causar una infección, pero ¿para qué arriesgarse?


jueves, 14 de mayo de 2020

Pedro Sánchez nos quiere preñar


José Joaquín Rodríguez Lara


No salgo de mi asombro. Nos mantienen confinados durante meses, cierran las fábricas, los bares, las escuelas, los parques... Nos machacan con mensajes amedrentadores, con pelotones de fusilamiento disfrazados de ruedas de prensa... Todo para que no nos contagiemos, para que no nos alcance el coronavirus covid-19.

 

A pesar de lo cual, al 14 de mayo del 2020, las últimas cifras oficiales hablan de casi 230.000 personas contagiadas y de cerca de 30.000 víctimas fallecidas.


Pero, cuando se comprueba mediante sondeos estadísticos que sólo ha tenido contacto con el virus el 5% de la ciudadanía, hay lamentos, porque estamos muy lejos del 60% / 70% de contagios necesarios para alcanzar la protección llamada 'inmunidad de rebaño'.


Esta es una expresión procedente de la sanidad animal, pero resulta perfectamente aplicable a las personas. Se llama así porque si el 70% del rebaño está inmunizado es muy difícil que se contagien los animales no vacunados, ya que los ejemplares inmunes forman tal barrera física, en torno a los indefensos, que al virus le resulta muy difícil superarla, pues no puede saltar de un animal vacunado a otro también inmune.


Entonces, ¿qué es lo mejor contra un mal bicho tan virurápido -lo de virulento se le queda corto- como este homicida? ¿Enterrarse en casa para que no te encuentre el coronavirus o salir a la calle a buscarlo para contagiarte y, si hay suerte y no te mueres, inmunizarte?


Sinceramente, no sé qué es lo menos terrible. Pero lo que está haciendo el Gobierno con los españoles me recuerda a un pasaje de la novela 'Jarrapellejos', del gran Felipe Trigo. En esa obra del autor extremeño, castigan a una joven soltera por haberse quedado en cinta, en primer lugar; por haber dejado que la embarazase el pastor de la finca, en segundo término; y, ante la consumada e irreversible preñez campestre, finalmente también la castigan por no haber retozado con su novio oficial, después del bucólico desvirgamiento, para borrar pistas de sus cochinas andanzas rastrojeras.


Así que no está claro si debemos poner a salvo la honra frente a la rijosa calentura del coronavirus o, por el contrario, lo más conveniente es retozar con el bicho y entregársela para que nos fecunde.


En cualquier caso, parece que Pedro Sánchez, todavía presidente del Desgobierno de España, nos prefiere preñados. Cogidos por el Covid-19, pero poquito; entre el 60% y el 70%.

Me tiene perplejo, auténticamente ojiplático, este Pedro, Pedrillo, Pedrete, que tiene nombre de pastor.

 



viernes, 8 de mayo de 2020

Donde no habite el olvido 


José Joaquín Rodríguez Lara


Que la noche arrope con su luto a la tristeza,
que las lágrimas laven los quebrados ventanales de la vida,
que la pena haga nido en los corazones
y los llene para que ningún nuevo dolor pueda invadirlos,
que la memoria sea tu camino cada día
y que cada instante te dé fuerzas para hacerle justicia a la sonrisa.


(De mi poemario 'Poemas sin libreto')


domingo, 3 de mayo de 2020

El coronavirus, un remedio para la España rural


José Joaquín Rodríguez Lara


Entre las muchas interrogantes que rodean a la pandemia originada por el coronavirus covid-19, una de las más importantes es ¿qué será de la humanidad a partir de ahora?

Existe el convencimiento, casi general, de que la pandemia cambiará los comportamientos sociales, tanto públicos como privados. ¿Cuántos de esos cambios serán beneficiosos? Y, ¿a quién beneficiarán, más allá de a quienes están dando pelotazos multimillonarios actuando como tiburones intermediadores en la compra de mascarillas, test, ventiladores y demás?

Una cosa está quedando clara: quien da primero da dos veces. Eso le ha ocurrido a algún despacho español que, en una cuarentena, ha pasado de facturar unos miles de euros al año a ganar decenas de miles. Como se ve, eso de que la economía española está en hibernación no es completamente cierto.

En el sector inmobiliario también se están registrando iniciativas de negocio:  aumenta el interés por vivir lejos de los grandes núcleos de población. ¿Qué impulsa a ello? Dos visitas que han llegado para quedarse. El virus de los virus, que da mucho miedo; y el teletrabajo, que ha dejado de darlo.

Las inmobiliarias empiezan a recibir consultas sobre viviendas situadas a decenas y centenares de kilómetros de los grandes núcleos de población. Casas aisladas en el campo, chalés unifamiliares, pareados, adosados... En resumen, viviendas sin ascensor, sin metro en la puerta y sin hipermercado en la manzana, pero con mucho espacio tanto dentro como fuera.

Si estos arrepíos iniciales cuajasen en un comportamiento que frenase la despoblación de la España vaciada o, incluso, en el colmo del optimismo, si se revertiese el flujo migratorio y hubiese un retorno importante a la España rural, algunos de los problemas más importantes de este país -desempleo, masificación, contaminación, mala calidad de vida, etcétera- podrían paliarse.

Pero para que eso ocurra, la España vaciada tendría que reaccionar con diligencia. La gente no emigró a las grandes ciudades para construirlas; se fue porque en las ciudades había empleo, aunque fuese construyendo pisos de 60 metros cuadrados para encerrarse en ellos. Pasaron de la casa con corral y el campo abierto, al piso sin balcón y el metro lleno.

Ahora hay personas, familias enteras, dispuestas a vivir lejos de la ciudad; la España vaciada debería prepararse para ofrecerles alojamientos acordes con la nueva situación, redes informáticas para que puedan teletrabajar y colegios y centros sanitarios adecuados. No se trata de construir nuevas ciudades en el campo, sino de proporcionar los servicios imprescindibles para que vivir en la España rural no sea un paso atrás, sino un paso adelante, en el que se conjuguen la seguridad y el progreso.

En las crisis, en las guerras, en las catástrofes naturales... siempre hay personas, demasiadas, que se arruinan y gente que se enriquece. Los ricos siempre actúan con diligencia y ofrecen lo que los demás necesitan, sea pan, vivienda, fibra óptica, seguridad...
 
Hay personas dispuestas a cambiar de vida con tal de seguir viviendo. Es una oportunidad que si no la aprovecha el mundo rural, alguien la aprovechará, en perjuicio de la España vaciada.

sábado, 2 de mayo de 2020

Llegó el Almirante y mandó a callar


José Joaquín Rodríguez Lara


Hubo un tiempo en el que uno, periodista en ciernes, recorría los pueblos extremeños haciendo extras. Unas páginas que giraban en torno a las fiestas patronales de la localidad y que eran como una revista en miniatura, con su sección de política (el alcalde y algún bosquejo de oposición), de economía (la singularidad empresarial), de deportes (el equipo de fútbol), de cultura (un poeta, un grupillo de teatro, un artesano con vocación de artista...), de personajes singulares (la reina de las fiestas y sus damas de honor) y, en fin, de la juventud en general (jóvenes a granel).


Me lo pasé bien -viajar solo es muy gratificante- y aprendí mucho. Entre las cosas que recuerdo de aquellos trabajos es que la juventud siempre se quejaba de lo mismo: ¡de la falta de locales para que se reunieran los jóvenes! Y todos planteaban la misma reivindicación: ¡locales para poder reunirse! Ignoro si sus padres y sus abuelos, en su momento, se habían quejado de lo mismo, pero estaba muy claro que a lo hijos y a los nietos no les bastaba con la plaza ni tampoco les satisfacía la era.


La Junta de Extremadura cogió el toro por los cuernos y puso manos a la obra. Como por arte de magia, los pueblos comenzaron a poblarse de casas de la cultura (como los teleclubes tardofranquistas, pero de nuevo cuño), de espacios para la creación joven (como las casas de la cultura, pero sin público sentado), de festivales itinerantes (flamenco, teatro, canción ligera...; como los festivales de España pero de menor porte y con otro nombre).


La Junta gastó centenares de miles de euros en la construcción de esos locales y en la financiación de esas actividades, pero la demanda juvenil de sitios para reunirse no se apaciguó hasta que el botellón llegó a los pueblos. Ya se sabe que el Almirante (ron barato muy apreciado en los botellones) aplaca cualquier descontento.


En general, las casas de cultura han ido evolucionando al compás de la capacidad de desplazamiento de los naturales. Así han pasado de ser foros para dar cobijo al espíritu cultural cada fin de semana, a convertirse en almacenes en los que, durante semanas, meses e incluso años, se guardan los bártulos de la función, aunque tengan poco de cultura.


Si algún día vuelvo a recorrer los pueblos para contar sus grandezas e insatisfacciones, no le quepa a usted la menor duda de que una de las nuevas secciones de cada extra estará dedicada a las casas de la cultura. Y otra, al botellón, el océano por el que navega a sus anchas el ron Almirante.



viernes, 24 de abril de 2020

Chernóbil, Fukushima y mi centro de salud



José Joaquín Rodríguez Lara


En abril de 1986 estalló el reactor de la central nuclear de Chernóbil, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Una gran tragedia. Fue el mayor accidente nuclear ocurrido en el planeta Tierra. La URSS puso a 600.000 personas, conocidas como 'liquidadores', a enterrar el reactor bajo toneladas y toneladas y más toneladas de hormigón, así como a intentar limpiar la zona. Casi 35 años después, en Chernóbil hay un nivel de radiación tan alto que el riesgo que conlleva para los seres humanos mantiene el lugar deshabitado.

En marzo del año 2011, un tsunami dañó gravísimamente la central nuclear de Fukushima, en Japón. El país asiático envió a expertos de avanzada edad a tratar de controlar el reactor. Estaban protegidos por trajes y equipos apropiados, y trabajaron en turnos organizados para minimizar los daños personales. A pesar de ello, la radiación les afectó. Se les conoce como los héroes de Fukushima. 

El mismo año del accidente, los 'liquidadores' del reactor de Fukushima fueron galardonados con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.

En marzo del año 2020 la pandemia causada por el coronavirus Covid-19 se extendió por España. Después de no pocas indecisiones y gravísimos titubeos, el Gobierno de España, presidido por el socialista Pedro Sánchez, confinó en sus viviendas a la ciudadanía cuyo trabajo no resultaba indispensable y ordenó a todo el personal médico, de enfermería, sanitario y parasanitario en general, así como a los cuerpos y fuerzas de seguridad, a los parques de bomberos y a otras personas que forman parte del servicio de protección civil, a que se pusieran a atender a las miles de víctimas del coronavirus. 

Son quienes están liquidando el coronavirus en España, los héroes y heroínas de la pandemia.

Se les envió a luchar en lo hospitales, en los centros de salud, en los depósitos de cadáveres, en las residencias de personas mayores, en las calles, en las carreteras... Se les conminó a luchar contra un enemigo desconocido pero sin armas para enfrentarse a él. Sin mascarillas, sin ropa apropiada, sin pasar test de control, sin fármacos, sin aparatos, sin experiencia, sin conocimientos indispensables... Pasadas unas semanas les enviaron mascarillas y resulta que no servían; luego también les proporcionaron test y no valían...

Más de 30.000 'liquidadores' se han infectado con el terrible virus. Bastantes, tanto figuras eminentes como profesionales sin notoriedad pública antes de caer en el frente, han muerto.

Y no hay un crespón negro, ni una bandera a media asta, ni un minuto de luto nacional. Nada. Como si nadie hubiese muerto. El Gobierno no tiene corazón. No hay muertes que le conmuevan. El mayor reconocimiento público que están recibiendo estas heroínas y héroes son los aplausos de la población.


La gran mayoría recibe sueldos muy por debajo de lo que debería corresponder a su cualificación y al riesgo que asumen. A quienes se contrató para atender el tsunami de personas infectadas ya se le empieza a comunicar que el contrato toca a su fin, que les espera el paro.

Muchas de estas personas, tanto funcionarias como contratadas con prisas, así como lo colegios y organizaciones laborales en las que se encuadran acusan ante los tribunales al presidente del Gobierno y al ministro de Sanidad. Defienden ante los jueces su derecho a la salud y a la vida.

Nunca se debe esperar demasiado que la Justicia nos resarza por los daños sufridos, pero hay otro tribunal, el de la sociedad, el de la ciudadanía, corazón a corazón, persona a persona, que ya está preparando su alegato, su dictamen y su sentencia. 

Y por ahora no parece que en su proceso judicial quepa aplicar ni siquiera un atenuante tan sencillo como el del arrepentimiento espontáneo.

jueves, 23 de abril de 2020


El juego del escondite


José Joaquin Rodríguez Lara


Al prisionero del famoso romance anónimo, "una avecilla" le "cantaba al albor" para decirle "cuando es de día y cuando las noches son". A quienes padecemos el asedio mortal del coronavirus, las estadísticas sobre las personas infectadas, sobre las fallecidas y sobre las dadas de alta nos cantan cada mañana el paso de los días. 


El sol nos sale por el televisol (sic). Nuestro amanecer son estúpidas ruedas de prensa. Nuestros crepúsculos, dolorosas ausencias. El río del último adiós arrastra en sus crecidas aguas el nombre de pesares conocidos, de penas vecinas, de aflicciones amigas y hasta de tragedias familiares. 


No hicimos nada ilegal, no somos culpables, pero nos han condenado al confinamiento. Nuestro hogar es nuestra mazmorra. Pero no estamos encerrados en nuestras casas: estamos escondidos. Y si salimos a la calle, salimos disfrazados, embozados como ladrones que fuésemos a robar un sorbo de aire libre, un pañuelo de viento limpiándonos la frente, una cucharada de pasos, un trago de libertad...


Seguimos en pie, los que en pie todavía seguimos, porque hasta en sueños vivimos jugando al escondite con el virus, con la muerte que se agazapa en el lugar menos pensado.


Ahora más que nunca, vivir es eso, jugar al escondite con la muerte.


- Vivir es jugar al escondite con la muerte.


domingo, 19 de abril de 2020

Solapar las competiciones deportivas, una posible solución al parón del coronavirus

José Joaquín Rodríguez Lara


Defunciones, dificultades respiratorias, tos seca, fiebre alta, pérdida del gusto y del olfato, erupciones cutáneas… Cada día se conoce un poco más del coronavirus covid-19 y de sus síntomas.


El más grave de todos es sin duda la muerte. El que tendrá una mayor repercusión en el futuro tal vez sea la depresión económica. Y el más extendido, la parálisis. El covid-19 ha parado el mundo. Su poder infeccioso es tan enorme que ha obligado a que se paren hasta las personas a las que no ha infectado. Muy pocos son los sectores a los que el coronavirus ha acelerado. Servicios fúnebres, producción de material sanitario y poco más.


El mundo está atascado y hay parcelas de la actividad cotidiana que no saben cómo salir del barrizal. El deporte es una de ellas. ¿Cómo reanudar las competiciones? ¿Cómo poner fin a las ligas? ¿Cómo decidir los equipos campeones, los que ascienden, los que descienden, los que deben acceder a las competiciones continentales? No es que falten soluciones, es que todas parecen injustas y cuesta decidirse por una de ellas, aunque sea la menos mala.

Como ciudadano, como aficionado y como profesional del periodismo, recientemente jubilado pero todavía interesado por la actualidad, me pregunto si no sería lo mejor considerar el parón deportivo causado por el covid-19 un ‘tiempo muerto’ en las competiciones deportivas. Es decir, que las ligas y las demás pruebas y torneos se reanuden, justo en el punto en el que se pararon, cuando la situación lo permita, sin que se produzcan ascensos, descensos ni otros cambios semejantes.

Si, por calendario, llega el momento de comenzar una nueva competición sin que se haya completado la anterior, por ejemplo las ligas de fútbol, deberían solaparse los dos campeonatos, que mantendrían los mismos contendientes, ya que no se habrían producido ni ascensos ni descensos.

El nuevo campeonato debería comenzar con la estructura del campeonato no concluido, que se situaría al inicio de la nueva competición, sorteándose solamente los enfrentamientos de las demás jornadas. De esta forma y en esas primeras jornadas, cada partido y cada resultado del nuevo campeonato valdrían para esa competición y para la anterior.

Así, en muy pocas semanas se habrían completado las ligas suspendidas y se estaría jugando una liga nueva. Por supuesto, los títulos de campeón correspondientes a las competiciones paradas por el covid-19 serían meramente honoríficos y sólo tendrían valor estadístico. No habría ascensos ni tampoco descensos y diputarían las competiciones continentales los clubes que se hubiesen clasificado para ellas en los torneos anteriores al estallido de la pandemia.

Con esta solución no se crearían agravios comparativos entre clubes y la pandemia sería considerada como lo que es, una trágica pesadilla que nos hizo perder el sueño, también en el deporte, pero que no debe impedirnos volver a poner el mundo en marcha, aunque sólo sea como homenaje y tributo a quienes desgraciadamente no lograron despertar de ella.


martes, 14 de abril de 2020

jueves, 9 de abril de 2020

Personas odiosas

José Joaquín Rodríguez Lara


Esas que conducen por las autovías por el carril de la izquierda y muy por encima del límite legal de los 120 kilómetros por hora y que, cuando van a sobrepasar a un camión, a un autobús o a otro vehículo cuya velocidad no supera el límite máximo permitido, sufren un repentino e inexplicable ataque de prudencia.

 
Entonces, durante unos centenares de metros, las personas odiosas circulan en paralelo con el vehículo lento, incluso a menos de 120, y forman un tapón que no sólo impide que otro vehículo adelante, sino que ponen en serio riesgo de colisión por alcance a los vehículos que circulan a 120 inmediatamente por detrás.

 
Fiera, si puedes y quieres adelantar, adelanta y vete. Pero vete ya, fiera, lárgate. No pongas en peligro a los demás con tu doble conducción temeraria: primero por exceso de velocidad y después por exceso de prudencia. Eres un peligro para ti y para las demás personas usuarias de la autovía, fiera, tanto cuando circulas a 150 kilómetros por hora como cuando conduces a 110.


domingo, 5 de abril de 2020

El profesor asesino


José Joaquín Rodríguez Lara


"Nunca se ha vivido como se muere ahora" dejó por escrito el poeta Manuel Pacheco (Olivenza, 1920 - Badajoz, 1998). Pacheco fue un importante autor de poemas sociales. Sus versos rezuman dolor humano. Él, tan maltratado por la vida desde muy niño, escribía estrofas atormentadas en una Extremadura, en una España y en un mundo que apenas si lograban sacar la cara del fango para tomar aliento.


Manuel Pacheco se nos fue Guadiana abajo, camino del infinito, convertido ya para siempre en un puñado de ceniza azul. Pero su poesía sigue vigente pues, como estamos viendo, nunca se ha vivido como se muere ahora. Ahora, este domingo 5 de abril del año 20, en el que debemos alegrarnos por la muerte de 674 personas -674 seres humanos- por el mero hecho de que son 135 menos que las víctimas del día anterior.


El maldito coronavirus, el asesino que nació en China, nos está enseñando mucho sobre el amargo sabor de la alegría. A lomos de su caballo desbocado desnuda a los poderosos parapetados detrás de la verborrea; corona de laurel a los profesionales, desde quienes limpian los hospitales a quienes cambian el fusil por la manguera de fumigar; nos enseña a malvivir sin besos, sin abrazos, sin libertad...


Pero, sobre todo, el coronavirus nos está enseñando matemáticas: 130.759 personas infectadas, 58.744 hospitalizadas, 6.861 jugándose la vida en las UCI, 12.418 borradas de la faz de la tierra, 674 de ellas en las últimas 24 horas, para alegría de quienes cuentan cadáveres, y 38.080 supervivientes. Ni siquiera los virus letales son infalibles, pero, eso sí, ya lo dijo Pacheco, "nunca se ha vivido como se muere ahora".


viernes, 3 de abril de 2020

- ¿Qué hice para merecer esta condena, este silencio atroz sin huellas de la voz que anhelo?


jueves, 2 de abril de 2020

El virus que nos gobierna


José Joaquín Rodríguez Lara


Se dice que después de la pandemia, nada sera igual. Salvo el coronavirus que ha venido para quedarse y, seguramente, permanecerá agazapado entre la población esperando su nueva oportunidad.


Me parece innecesario esperar a que termine la pandemia para constatar que este patógeno ha cambiado al mundo. Que lo ha cambiado ya. Nada es igual desde que el coronavirus empezó a matarnos. Han terminado las aglomeraciones, hemos dejado de estrecharnos las manos, salimos a la calle, cuando salimos, con guantes y mascarilla, se apaga el trabajo presencial y se enciende el teletrabajo, se cierran los centros educativos y las calles, las plazas y las carreteras están prácticamente vacías de personas mientras empiezan a ser ocupadas por animales silvestres.


Hasta la detección de los terremotos ha cambiado. Afirman los sismólogos que, con la cuarentena y el correspondiente cese casi total de la actividad productiva, los sismógrafos han empezado a detectar sacudidas de la corteza terrestre que antes pasaban desapercibidas. No hay más terremotos, pero ahora se notan más.


¿Cuantos de estos cambios permanecerán después de que el coronavirus deje de cebarse con la humanidad? Seguramente más de uno; el teletrabajo, las mascarillas, tal vez también la mala imagen de los saludos compulsivos...


Minucias si se comparan con los grandes cambios que se necesitan. Para empezar, a los políticos hay que exigirles responsabilidades penales cuando antepongan sus intereses personales, de partido o ideológicos a la salud de la ciudadanía. Es necesario legislar para que, en el Gobierno, al cubrir puestos de libre designación prime la capacidad sobre el amiguismo y el reparto estratégico de poderes. En algunos países se examina a las personas candidatas.


Pero como en España esto sera muy difícil, por no decir imposible, hay que rediseñar el sistema sanitario, teniendo muy en cuenta el número de hospitales, de camas, de profesionales, de reservas estratégicas de aparatos, fármacos, y consumibles de todo tipo. También es imprescindible organizar el suministro sanitario de tal modo que no se dependa exclusivamente de la producción ajena. No es prudente poner todos los huevos -fármacos, batas, mascarillas...- en la misma cesta china.


Y es muy importante redimensionar las ciudades limitando su crecimiento. Como ha ocurrido siempre, esta pandemia se está cebando con los mayores núcleos de población, allí donde el contacto entre las personas es mayor. Milán, Madrid, Barcelona, Nueva York están siendo los monstruosos escenarios de esta pandemia.


Desde los romanos hasta la Edad Media, en las grandes epidemias históricas, buena parte de la población se refugió en el campo para intentar salvarse. Con ciudades más pequeñas, diseñadas a la medida del ser humano, construidas en horizontal, no en vertical, con menos ascensores, con menos desplazamientos en masa para ir a trabajar, a divertirse, a dormir..., los virus tendrían menos facilidades para propagarse.


Además, está demostrado que la multiplicación ordenada de los núcleos de población facilita el desarrollo económico de los territorios y corrige la despoblación. Es conveniente y necesario poblar la España vaciada y para ello hay que redistribuir las inversiones. Las grandes capitales y sus cinturones industriales deben dejar de ser los agujeros negros del país, vórtices insaciables que devoran a las pequeñas localidades absorbiendo a sus habitantes y, con ellos, sus recursos.


Esta es una carrera de gran fondo para la que se necesitan menos políticos que estadistas, y más expertos en ordenación del territorio, en creación de redes de comunicación, de intercambio, de interrelación, que especialistas en juegos de magia. Mientras sigan gobernándonos políticos corruptos, inútiles y trileros, el coronavirus y cualquier virus al que se le dé la oportunidad de invadir a los seres humanos camparán a sus anchas.

 

Ahora mismo, en España, tiene más poder el coronavirus que Pedro Sánchez, todavía presidente del Gobierno.


miércoles, 1 de abril de 2020

Himnos contra la peste


José Joaquín Rodríguez Lara


No suelo publicar en mi blog textos que no son míos, pero dada la situación excepcional en la que estamos muriendo, me hago, metafóricamente, coautor de estos dos himnos universales en lengua castellana y los ondeo desde aquí como banderas y espadas contra la peste.



Romance del prisionero

(Anónimo)


Que por mayo era, por mayo,
Cuando hace la calor,
Cuando los trigos encañan
Y están los campos en flor,
Cuando canta la calandria
Y responde el ruiseñor,
Cuando los enamorados
Van a servir al amor;
Sino yo, triste, cuitado,
Que vivo en esta prisión;
Que ni sé cuándo es de día
Ni cuándo las noches son.
Sino por una avecilla
Que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
Déle Dios mal galardón.



Resistiré

(Dúo Dinámico)


Cuando pierda todas las partidas
Cuando duerma con la soledad
Cuando se me cierren las salidas
Y la noche no me deje en paz
Cuando sienta miedo del silencio
Cuando cueste mantenerme en pie
Cuando se rebelen los recuerdos
Y me pongan contra la pared
Resistiré, erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla
Pero siempre sigue en pie
Resistiré, para seguir viviendo
Soportaré los golpes y jamás me rendiré
Y aunque los sueños se me rompan en pedazos
Resistiré, resistiré
Cuando el mundo pierda toda magia
Cuando mi enemigo sea yo
Cuando me apuñale la nostalgia
Y no reconozca ni mi voz
Cuando me amenace la locura
Cuando en mi moneda salga cruz
Cuando el diablo pase la factura
O si alguna vez me faltas tú.
Resistiré, erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla
Pero siempre sigue en pie
Resistiré, para seguir viviendo
Soportaré los golpes y jamás me rendiré
Y aunque los sueños se me rompan en pedazos
Resistiré, resistiré.

viernes, 13 de marzo de 2020

- Hace tiempo que no lloro y me da miedo. Presiento al llanto agazapado tras el aliviadero de las lágrimas, listo para acuchillarme.



lunes, 24 de febrero de 2020

jueves, 2 de enero de 2020

La arteria femoral de una ciudad con nombre de agua


José Joaquín Rodríguez Lara


Miles de años después del Apocalipsis, cuando los arqueólogos con escafandra rastreen con sus paletines y sus brochas los baberos del Cerro de la Muela, descubrirán que allí, junto al vado del río Guadiana, hubo una ciudad con nombre de misterio.


No se lo dirán las murallas de su alcazaba, convertidas ya en demolido polvorón de tapia, ni la fachada en esviaje -como si, avergonzada, huyera a esconderse- del ayuntamiento; tampoco lo verán en las piedras de la catedral, reutilizadas en no sé qué dependencias de algún inmueble ostentóreo.


Lo descubrirán en los restos de la relojería de los Álvarez Buiza. Al raspar el polvo acumulado bajo las estrellas, los mineros del tiempo se convencerán de que, en ese descansillo del Cerro de la Muela, en lo que fue la explanada del Campo de San Juan, existió una ciudad porque, justamente allí, hubo una maternidad de cronómetros, una clínica de instantes, un hospital de momentos, un sanatorio de relojes, un santuario del tiempo, un templo dedicado a Cronos, el dios respigador de los días.


Debió de ser un edificio principal al que se acudiría en peregrinación desde lugares lejanos, con la ilusión de darle cuerda al molinillo de la vida o, en el peor de los casos, con la esperanza de que, en una precisa operación a corazón abierto, manos expertas volvieran a darle vida a la cuerda del molinillo.


El coro místico del tic tac resbalaría por las paredes, en una catarata interminable, y del cielo bajaba el dios Cronos, en todo su esplendor, decidido a marcarle el paso a clientes, mercaderes, médicos, paseantes, políticos, tratantes, clérigos, militares, escribientes, leguleyos, artistas, truhanes y demás gente con reloj.


Tal vez, al pasar por el tamiz de sus cedazos la tierra arrancada al olvido, quienes profesan la arqueología encuentren la cadena de algún cronómetro de bolsillo a medio reparar; quizá hallen un jirón de lienzo con pinceladas sueltas que Adelardo Covarsí puso en el techo del santuario o el verso acompasado de un Manuel Monterrey caído ya en la soledad del bastón. Incluso es posible que, antes de que se hundan para siempre en la terrera de la excavación, los cirujanos de la memoria rescaten lágrimas sarcófagas de 'Asfalto', obra escrita por Carlos Buiza (Álvarez Buiza), o poemas irreductibles y desalentados de Jaime Álvarez Buiza, entrañable chinche de los chinches y, a la vez, tan humano que se reconoce instalado en la duda. Lo humano no es errar; lo humano es dudar.


¿Me pregunto si hago bien en separar estas dos afirmaciones, aunque sean erradas, con punto y coma? ¿No bastaría con una coma? Aunque, tal vez un punto sería más asertivo y actuaría como clavo de refuerzo en mi dictamen. En fin, ya me lo dirá Jaime (Álvarez Buiza). Salvo que el punto, la coma y su punta madre le den tres leches.


En la explanada del Campo de San Juan, bajo los cimientos del principal santuario del Cerro de la Muela, tal vez haya más páginas de 'Asfalto' y otras vidas, otros jaimes iconoclastas y más tic tacs, pero hubo un tiempo durante el que a esta ciudad con nombre de agua le daban cuerda en la relojería de los Ávarez Buiza que, aunque ya casi no se recuerde, fue un enclave estratégico en la arteria femoral de Badajoz.