Llegó el Almirante y mandó a callar
José Joaquín Rodríguez Lara
Hubo un tiempo en el que uno, periodista en ciernes, recorría los pueblos extremeños haciendo extras. Unas páginas que giraban en torno a las fiestas patronales de la localidad y que eran como una revista en miniatura, con su sección de política (el alcalde y algún bosquejo de oposición), de economía (la singularidad empresarial), de deportes (el equipo de fútbol), de cultura (un poeta, un grupillo de teatro, un artesano con vocación de artista...), de personajes singulares (la reina de las fiestas y sus damas de honor) y, en fin, de la juventud en general (jóvenes a granel).
Me lo pasé bien -viajar solo es muy gratificante- y aprendí mucho. Entre las cosas que recuerdo de aquellos trabajos es que la juventud siempre se quejaba de lo mismo: ¡de la falta de locales para que se reunieran los jóvenes! Y todos planteaban la misma reivindicación: ¡locales para poder reunirse! Ignoro si sus padres y sus abuelos, en su momento, se habían quejado de lo mismo, pero estaba muy claro que a lo hijos y a los nietos no les bastaba con la plaza ni tampoco les satisfacía la era.
La Junta de Extremadura cogió el toro por los cuernos y puso manos a la obra. Como por arte de magia, los pueblos comenzaron a poblarse de casas de la cultura (como los teleclubes tardofranquistas, pero de nuevo cuño), de espacios para la creación joven (como las casas de la cultura, pero sin público sentado), de festivales itinerantes (flamenco, teatro, canción ligera...; como los festivales de España pero de menor porte y con otro nombre).
La Junta gastó centenares de miles de euros en la construcción de esos locales y en la financiación de esas actividades, pero la demanda juvenil de sitios para reunirse no se apaciguó hasta que el botellón llegó a los pueblos. Ya se sabe que el Almirante (ron barato muy apreciado en los botellones) aplaca cualquier descontento.
En general, las casas de cultura han ido evolucionando al compás de la capacidad de desplazamiento de los naturales. Así han pasado de ser foros para dar cobijo al espíritu cultural cada fin de semana, a convertirse en almacenes en los que, durante semanas, meses e incluso años, se guardan los bártulos de la función, aunque tengan poco de cultura.
Si algún día vuelvo a recorrer los pueblos para contar sus grandezas e insatisfacciones, no le quepa a usted la menor duda de que una de las nuevas secciones de cada extra estará dedicada a las casas de la cultura. Y otra, al botellón, el océano por el que navega a sus anchas el ron Almirante.
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