Prostitución, gasolineras, teletrabajo y virus
José Joaquín Rodríguez Lara
El idioma es un reloj delicado, una maquinaria de precisión que siempre exige ajustes finos, manos de relojero, para que no se atrase ni tampoco se adelante. Cada palabra, en el contexto del engranaje con sus vecinas, significa lo que significa y no lo que a veces queremos que signifique. Ni siquiera los términos sinónimos significan exactamente igual. No es lo mismo la honradez que la honestidad, ni la ética que la deontología, por ejemplo.
Procuro tenerlo en cuenta cuando hablo y, sobre todo, cuando escribo, porque de palabras se nutre la onda del pensamiento y el arroyo de la ideología.
Para mí no existen mujeres putas ni tampoco hombres prostitutos. Hay varones que ejercen la prostitución y mujeres prostituidas. Aunque me parece mucho más fiel a la realidad hablar de mujeres puteadas y de hombres igualmente puteados.
No acepto que, como suele asegurarse de forma temeraria, la prostitución sea el oficio más antiguo del mundo. ¿Dónde están las pruebas arqueológicas que lo demuestran?
El origen de los oficios se remonta a los primeros colectivos humanos organizados, a las primeras sociedades. Sin sociedad no hay oficio. Carece completamente de sentido ofrecerle bienes o servicios a alguien que no existe o a quien no se puede acceder.
Los primitivos grupos de cazadores y recolectores, que son las primeras agrupaciones a las que podemos llamar sociedad, estaban integrados por no más de unas treinta personas estrechamente vinculadas por lazos familiares. En esas sociedades primarias, en las que posiblemente se practicase la poligamia o la poliandria, o ambas a la vez, y en las que la promiscuidad e incluso el incesto estarían permitidos, o al menos no mal vistos, así como el intercambio de 'parejas', dada la situación de aislamiento y la necesidad de refrescar las líneas genéticas, resulta difícil de imaginar que algunas personas estuviesen tan necesitadas de sexo o de alimentos para buscar cualquiera de ambos bienes en intercambios profesionales reglados. No había mercado para lo uno ni para lo otro.
Y aún me parece más extraño que, en una sociedad integrada por no más de treinta personas de todas las edades pudiese prosperar alguien que ejerciese la prostitución. ¿De dónde saldría su clientela?
Sin embargo, sí existían tareas especializadas -cazar, recolectar frutos y raíces, fabricar armas y herramientas de piedra, curtir pieles, curar enfermedades...- cuya práctica asidua las convierten en una suerte de protooficios. Incluso se practicaba la forma más antigua y elemental del comercio, el trueque que, si era realizado entre grupos distintos, hasta puede considerarse la primera forma de exportación / importación comercial.
Habrá quien sostenga lo contrario, pero no creo que haya personas que elijan la prostitución como un oficio, como un ejercicio profesional remunerado. A la prostitución te arrastran organizaciones criminales, personas delincuentes, los prejuicios sociales, el entorno familiar, el desamparo personal, desequilibrios emocionales y, seguramente, alguna causa más. No creo que haya quien disfrute sometiéndose a las reglas de la prostitución. Es más, imagino que para sobrevivir, la persona prostituida procurará distanciarse lo más posible de quien la use.
Camilo José de Cela, gran creador de historias y Premio Nobel de Literatura, plasmó de modo muy plástico en uno de sus escritos la indiferencia que exige el psicoanálisis sexual. Cuenta que un joven se afanaba con el mayor de los entusiasmos en su práctica amatoria, previamente pagada, mientras la mujer, muy ilustrada ella, leía una novela del Oeste; concretamente, una obra de don Marcial Lafuente Estefanía. Sin dejar de leer, la mujer le preguntó al cliente: "¿Gozas, vida?". A lo que el joven, sin cejar en la imperiosa tarea, le respondió: "Sí señora".
Como puede ver, esta escena de prostíbulo llena de socarronería celana es lo más parecido a servirse carburante en un surtidor de gasolinera; tal vez con la diferencia de que el surtidor habla más. "Gracias. Buen viaje".
No es bondad todo lo que reluce, pero en los lechos de la prostitución hay mucha buena gente. Mucha. Personas que han sufrido, que sufren, que tienen corazón y que, si llega el caso, hasta pueden apiadarse de la clientela. Procuran siempre mantener la distancia para no cargarse con los problemas ajenos; pero no carecen de afecto. Lo que ocurre es que lo usan poco.
Y el sexo sin algo de afecto, no digo sin amor, digo sin algo de afecto, sin una pizca de interacción emocional, es como pasar por el surtidor de la estación de servicio. "Ha puesto usted gasolina sin plomo".
¿Cómo se va a 'hacer el amor', en el caso de que el amor exista y se pueda fabricar, con una máquina, aunque esté completamente desnuda?
Pues parece que sí se puede y, gracias a la pandemia covid-19, he caído en la cuenta de que es posible hacerlo desde hace bastante tiempo. La prostitución no es el oficio más antiguo del mundo. Eso lo tengo muy claro. Pero algunas personas que ejercen la prostitución se han adelantado muchos años a la eclosión del teletrabajo, la nueva normalidad productiva, beneficio colateral de la pandemia covid - 19. Nadie sabía nada del virus Covid-SarS - 2, ni mucho menos se pensaba en llevarse el trabajo a casa, cuando el sexo frío de las líneas calientes, por teléfono o por ordenador, ya era un próspero negocio.
Sexo impersonal, sí; lejano, también; anónimo, casi; pero sin mascarillas ni otros envoltorios protectores. Y con la ventaja de que se puede leer una novela de don Marcial Lafuente Estefanía mientras se goza. ¡Vida!
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