jueves, 2 de abril de 2020

El virus que nos gobierna


José Joaquín Rodríguez Lara


Se dice que después de la pandemia, nada sera igual. Salvo el coronavirus que ha venido para quedarse y, seguramente, permanecerá agazapado entre la población esperando su nueva oportunidad.


Me parece innecesario esperar a que termine la pandemia para constatar que este patógeno ha cambiado al mundo. Que lo ha cambiado ya. Nada es igual desde que el coronavirus empezó a matarnos. Han terminado las aglomeraciones, hemos dejado de estrecharnos las manos, salimos a la calle, cuando salimos, con guantes y mascarilla, se apaga el trabajo presencial y se enciende el teletrabajo, se cierran los centros educativos y las calles, las plazas y las carreteras están prácticamente vacías de personas mientras empiezan a ser ocupadas por animales silvestres.


Hasta la detección de los terremotos ha cambiado. Afirman los sismólogos que, con la cuarentena y el correspondiente cese casi total de la actividad productiva, los sismógrafos han empezado a detectar sacudidas de la corteza terrestre que antes pasaban desapercibidas. No hay más terremotos, pero ahora se notan más.


¿Cuantos de estos cambios permanecerán después de que el coronavirus deje de cebarse con la humanidad? Seguramente más de uno; el teletrabajo, las mascarillas, tal vez también la mala imagen de los saludos compulsivos...


Minucias si se comparan con los grandes cambios que se necesitan. Para empezar, a los políticos hay que exigirles responsabilidades penales cuando antepongan sus intereses personales, de partido o ideológicos a la salud de la ciudadanía. Es necesario legislar para que, en el Gobierno, al cubrir puestos de libre designación prime la capacidad sobre el amiguismo y el reparto estratégico de poderes. En algunos países se examina a las personas candidatas.


Pero como en España esto sera muy difícil, por no decir imposible, hay que rediseñar el sistema sanitario, teniendo muy en cuenta el número de hospitales, de camas, de profesionales, de reservas estratégicas de aparatos, fármacos, y consumibles de todo tipo. También es imprescindible organizar el suministro sanitario de tal modo que no se dependa exclusivamente de la producción ajena. No es prudente poner todos los huevos -fármacos, batas, mascarillas...- en la misma cesta china.


Y es muy importante redimensionar las ciudades limitando su crecimiento. Como ha ocurrido siempre, esta pandemia se está cebando con los mayores núcleos de población, allí donde el contacto entre las personas es mayor. Milán, Madrid, Barcelona, Nueva York están siendo los monstruosos escenarios de esta pandemia.


Desde los romanos hasta la Edad Media, en las grandes epidemias históricas, buena parte de la población se refugió en el campo para intentar salvarse. Con ciudades más pequeñas, diseñadas a la medida del ser humano, construidas en horizontal, no en vertical, con menos ascensores, con menos desplazamientos en masa para ir a trabajar, a divertirse, a dormir..., los virus tendrían menos facilidades para propagarse.


Además, está demostrado que la multiplicación ordenada de los núcleos de población facilita el desarrollo económico de los territorios y corrige la despoblación. Es conveniente y necesario poblar la España vaciada y para ello hay que redistribuir las inversiones. Las grandes capitales y sus cinturones industriales deben dejar de ser los agujeros negros del país, vórtices insaciables que devoran a las pequeñas localidades absorbiendo a sus habitantes y, con ellos, sus recursos.


Esta es una carrera de gran fondo para la que se necesitan menos políticos que estadistas, y más expertos en ordenación del territorio, en creación de redes de comunicación, de intercambio, de interrelación, que especialistas en juegos de magia. Mientras sigan gobernándonos políticos corruptos, inútiles y trileros, el coronavirus y cualquier virus al que se le dé la oportunidad de invadir a los seres humanos camparán a sus anchas.

 

Ahora mismo, en España, tiene más poder el coronavirus que Pedro Sánchez, todavía presidente del Gobierno.


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