El cascarón es un manjar y también se come
La gastronomía extremeña está delimitada por unas líneas generales claramente distinguibles. La primera de ellas es, sin duda de ningún tipo, la calidad. En Extremadura se producen muy buenas carnes de razas autóctonas, como el cerdo ibérico, el vacuno retinto, la oveja merina, el cabrito de las cabras retintas y veratas, los gallos y pavos de cortijo y las piezas de caza, tanto mayor como menor.
Si no le gusta la carne, tome pescado. Extremadura dejó su firma en la inmensidad de los océanos, tanto en el Atlántico como en el Pacífico, y surcó los mares con arrojo, así que los extremeños no somos de tierra adentro, somos de una tierra que por ahora no tiene mar, que es cosa muy distinta. Además, tenemos más costas lacustres que muchos países costeros y no sólo adobamos manjares con peces de agua dulce, como la tenca, en Cáceres, la boga, en Badajoz, y la trucha, en el Jerte, sino que hacemos de la necesidad virtud y auténticas maravillas con el bacalao, ese pez que se cría a la humilde sombra de las encinas extremeñas -eso de que lo pescan en Terranova es un cuento- y florece coronado, rey de los fogones, en los recetarios monacales y emperador de los sabores en las mesas domésticas. Cada municipio extremeño debería dedicarle una plaza a la abuela, una calle a la madre y una avenida al bacalao. ¡Qué menos!
Extremadura produce unos quesos maravillosos, tanto de oveja como de cabra, y tiene en la torta -la del Casar de Cáceres y la que se elabora en La Serena- al as de oro de los quesos del mundo. Un queso tan singular que hasta hace muy pocos años no se producía industrialmente, pues nadie sabía el porqué de unos cinchos salían quesos y de otros se desprendían untuosas tortas llenas de misterio y de aromas montaraces.
La torta no sólo es un tesoro culinario, sino que perfila otra de las grandes líneas de la gastronomía extremeña: la naturalidad. Si la cocina no es natural tampoco puede ser extremeña, aunque se cocine en Extremadura. Leche de oveja, cuajo vegetal, de cardo, sal, afán, trabajo y experiencia: con estos ingredientes se elabora el as de oro de los quesos, la torta.
La humildad es otra de las características de la gastronomía extremeña. Un saber culinario que trasforma el pan duro en saludables y nutricias migas, el ajo, el aceite, la sal y el vinagre en gazpachos, de poleo, de ajo blanco, de tomate... Y todo ello en una cocina que no desecha nada, porque donde no hay abundancia nada sobra y porque sabe que hasta con unas simples pencas de acelga o unos garrapatos (judías verdes) y un escabeche se puede preparar un plato suculento.
Mucho antes de que se pusieran de moda palabras como integral y reciclaje, los extremeños sabían que del cerdo, del cordero y del pan se aprovecha todo. ¿Hay algo más integral que una tradicional matanza doméstica extremeña? ¿Cabe mayor reciclaje que cocinar el pan duro? Y no queda ahí la cosa; lo mismo puede hacerse con la torta.
Como usted sabrá, la torta extremeña es un queso prácticamente líquido que se come untándolo en el pan. Cuando toda la crema de la torta se ha consumido y se han arrebañado tanto el fondo como las paredes y la tapa de esta joya culinaria, nos encontramos con una vasija de queso, una especie de fiambrera, vacía. ¡Ay!, hay quien la tira, pero también hay quien la cocina y se la come.
Una vez que la cáscara de la torta está completamente vacía y ha sido despojada de cualquier etiqueta o adorno, se limpia cuidadosamente por fuera, llegando incluso a raspar la corteza si fuese necesario, y se reserva.
Torta extremeña rellena de risotto. (Imagen publicada por |
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