Fábula del campanario metido en harina
José Joaquín Rodríguez Lara
Había una vez una aldea en la que se cocía pan. La mayor parte de la producción se vendía a los habitantes de las aldeas vecinas, que no tenían hornos ni molinos harineros, aunque sí producían trigo.
Embriagados por el brillo y el aroma de sus molinos y tahonas, los regidores de esa aldea y una buena parte de su población despreciaban a los agricultores y demás vecinos residentes en las otras aldeas de la comarca. Todo su empeño se centraba en excavar fosos y en reforzar la empalizada con la que habían rodeado a su poblado para mantener alejadas a las personas ajenas a su tribu e impedir así que se acercasen a sus molinos y a sus tahonas.
Ofendidos por una actitud que consideraban absolutamente injusta y xenófoba, los habitantes de las demás aldeas decidieron dejar de comprar el pan que se cocía tras los fosos y la empalizada. Esto alarmó a muchos molineros y a bastantes panaderos, por lo que se apresuraron a anunciar que abandonaban su aldea.
Pero también causó alarma entre algunos productores de trigo que, con el jefe de su tribu a la cabeza, se metieron en harina y se subieron al campanario para advertir a sus feligreses que si dejaban de comprarle pan a los panaderos xenófobos, los molineros que los despreciaban no le comprarían trigo a los agricultores despreciados y la economía de la aldea se resentiría.
MORALEJA: Hay gentes a las que les preocupa tan poco la dignidad de quienes, a ambos lados de la sinrazón, luchan y arriesgan sus bienes en defensa de la justicia, que prefieren seguir comerciando con los xenófobos para que no se le descalabren sus cuentas.
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