Yo no dimito, tú no dimites, ella no dimite
José Joaquín Rodríguez Lara
La dimisión es un fármaco que está sobrevalorado en España. Desde el cervantino bálsamo de Fierabrás no se había visto nada igual.
No sólo hay quien cree que la dimisión lo soluciona todo, sino que hay gente convencida de que la dimisión se puede exigir como si fuese un derecho amparado por la Constitución.
Me asombra que se exija la renuncia al cargo casi tanto como me hace gracia que se exija el arrepentimiento. ¿Cómo se puede hacer que una persona se arrepienta? ¿Torturándola en el potro del escándalo público? ¿Qué se puede hacer para que una persona dimita? ¿Lincharla en las redes sociales?
La dimisión y el arrepentimiento son asuntos muy personales. La primera es una acción volitiva y el segundo es el resultado de una reacción que tiene mucho más de emoción que de racionalidad.
Ni una ni otro son exigibles ante un tribunal de Justicia. Al menos en España. ¿Y por qué? Pues por la sencilla razón de que, en España, las leyes no obligan ni a arrepentirse ni a dimitir.
En la cultura japonesa están milimétricamente regulados los grados que, en función de la falta cometida, debe inclinarse el cuerpo para pedir perdón. En España, no.
En España, los políticos exigen dimisiones y arrepentimientos para torturar y tratar de linchar al adversario, pero no aprueban leyes para castigar con la destitución, con el despido, a quienes, en su opinión, han cometido irregularidades tan graves que debieran dimitir. ¿Por qué los políticos no hacen leyes para castigar con ‘la dimisión’ las faltas cometidas en el ejercicio del cargo?
Los motivos son variados, pero hay uno que destaca sobre los demás: si la ley obligase a renunciar, es posible que alguna vez les tocase dimitir a ellos, así que ¿para qué van a tentar a la desgracia?
Y como la ley no obliga a dimitir, ¿por qué tendría que dejar el cargo alguien que cree que no ha hecho algo social y políticamente reprobable? Es más, ¿por qué dimitiría una persona capaz, no sólo de engañar a sabiendas, sino de mantener contra viento y marea ante todo un país que no está mintiendo? Por supuesto, podría arrepentirse y renunciar al cargo, pero si dimite estará reconociendo que ha mentido y eso no sólo no la eximiría del linchamiento político y social, sino que lo agravaría.
Así que yo no dimito, tú no dimites y ella, por lo que se ve, tampoco dimite. España y sus criaturas somos así.
(Trigésimo tercer artículo escrito para extremadura7dias.com,
publicado el 7 de abril del año 2018.)
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