Los chochines de la casa
José Joaquín Rodríguez Lara
Nunca tan poco tuvo tanto encanto. Son preciosos y te hacen disfrutar. Al menos a mí. Especialmente durante esta primavera.
No sé el porqué pero los chochines se han enseñoreado del patio y del huerto de la casa. Hasta ahora, o eso me lo parecía a mí, se limitaban a exhibirse desde sus miradores preferidos con cantos seductores y vuelos cortos y rápidos.
Pero este año, además de asomarse a la casa, han optado por instalarse en ella. Un chochín (Troglodytes troglodytes) decidió tejer su nido en un pliegue del toldo que utilizamos para proteger a las macetas del sol abrasador. Fue mi hermano Servando quien lo descubrió.
- Mira lo que hace ese pajarino.
Era un chochín, el ave más pequeña que habita en la Península Ibérica. Su plumaje, parduzco, no es espectacular, pero su canto, su vivacidad y su alegría de vivir sí lo son. También es muy característico el porte de su cola, enhiesta como un diminuto ciprés de plumas. Una vez que se le ha oído o se le ha visto resulta inconfundible.
El pajarino del patio se pasó varios días acarreando briznas de hierbas y pajuelas hasta la esquina del toldo que había elegido para construir su hogar. Trabajó duro y el resultado fue un nido muy confortable, forrado con plumas, al que todavía se accede por un agujero circular que tiene el diámetro de, aproximadamente, una moneda de dos euros.
En los días siguientes vimos al chochín llevando insectos al nido del toldo. Poco después escuchamos lo que parecían ser débiles trinos de pollos. Procedían del nido.
Por supuesto, aunque ha subido la temperatura, todavía no hemos desplegado la vela mayor del patio. No queremos molestar a los chochines. Ya llegará el verano.
Además, hemos podido confirmar que después del periodo de nidificación, los chochines vuelven al nido familiar y en él se acomodan para pasar la noche. En nuestro caso, fue un descubrimiento doble y sorprendente. Porque, siguiendo las andanzas de los chochines en su vuelos y paradas musicales por el patio y el huerto de la casa, vi que les gustaba posarse en un manojo de ajos castaños colgados bajo una techumbre para su consumo doméstico. Me extrañó la insistencia de aquel pajarillo -todos los chochines son iguales- y examiné el manojo de ajos, descubriendo con sorpresa que en su interior había, hay todavía, otro nido mejor tejido incluso que el del toldo, al que se accede por un agujero idéntico.
Este nido está a la altura de los ojos, por lo que es posible asomarse a su interior sin esfuerzo ni molestias para los animales. La primera vez que lo hice fue para comprobar si el nidal de los ajos había sido usado para incubar una pollada. Resultó que sí. Había un chochín adulto asomado a la puerta del nido. Uno días después quise comprobar si los chochines seguían utilizando el habitáculo. Y allí estaban. Vi dos cabecitas tan interesadas en mis ojos como yo en los suyos.
Han pasado varias semanas y los chochines continúan pasando las noches en su nido. La casa, con su patio, su huerto, sus arácnidos, sus insectos y, tal vez, sus residentes humanos parece que les encanta. Y a nosotros nos encantan los chochines de la casa. Sus cantos y sus vuelos son las flores del aire. Pero, por encima de todo, comparten con nosotros su alegría de vivir. Son joyas maravillosas.