viernes, 12 de septiembre de 2025

La agonía del corredor


José Joaquín Rodríguez Lara


Nunca he estado, ni siquiera de visita, en lo que se suele llamar 'el corredor de la muerte'. Eso sí, llevo casi 70 años en 'el corredor de la vida'. Viviendo en mí.
    Aunque no tenga la mala fama del primero, 'el corredor de la vida' es mucho más letal que el de la muerte. Del corredor de la muerte, a veces, las menos, se sale vivo. Más muerto que vivo, pero se sale. A pesar de la pena de muerte. Del corredor de la vida, de la vida y de sus gozosas y penosas correrías, nadie ha salido vivo jamás. La vida no perdona. La muerte sí lo hace. En ocasiones.
    Más cruel que perder la vida en manos del verdugo me parece a mí vivir los últimos años de la existencia en el corredor de la muerte, despertando cada mañana sin saber si será esa la última luz de tus amaneceres.
    Cierto es que en el corredor de la vida ocurre lo mismo. Nunca sabes cuando vas a morir. Más incluso y aún peor: ignoras en qué forma morirás. Las personas condenadas a muerte sí lo saben. Su señoría el señor juez se encargó personalmente de poner por escrito si morirás frito en la silla eléctrica, envenenado por el gas que huele a almendras amargas, crucificado en una camilla hospitalaria y con jeringuillas en las venas del brazo, pasado por el cortafiambres de la guillotina, acribillado entre el paredón y el pelotón de fusilamiento, hecho una pasta para croquetas entre los dedos del garrote vil, con el cuello roto y pendiente de una soga... La distancia que recorrerás en ese tu último viaje cayendo desde lo alto del patíbulo y la forma y colocación del nudo bajo tu cabeza determinarán tu nivel de sufrimiento.
    El bonito arte de ejecutar a quien delinque no solamente se está extinguiendo, sino que cada vez es más pobre en sus procedimientos. Con menos variedad. Pero aún conserva el corredor de la muerte. El tiempo de espera entre la condena y la ejecución. Soy lego en la materia, pero desde mi punto de vista la estancia en el corredor es lo más angustioso de la pena capital. La muerte es rápida. Inapelable. Silenciosa en sí misma. Pero la espera... La espera es un clamor. Está llena de dudas. De esperanzas y de desesperanzas. Mientras esperas al verdugo haces amistades en el vecindario, con otras personas tan desdichadas como tu. O más, porque llevan más tiempo esperando a que las maten. El día menos pensado te empujan suavemente por el corredor, como nos muestran las películas de los estados unidos de Norteamérica, que no son los estados norteamericanos canadienses del Gran Norte, ni tampoco los estados mexicanos de América Central, mientras avanzas encadenado de pies y manos y vestido de color butano, miras alternativamente a un lado y a otro y te vas despidiendo de las amistades que hiciste en la última parada del autobús de tus días.
    - Adiós, amigo. Cuídate. Volveremos a vernos.
    No debe de haber mayor zozobra ni angustia tan honda como la agonía del corredor de las agonías. Donde el tiempo se sienta frente a tu celda, te mira al fondo de los ojos y espera que pases tú, no él, para verte sufrir. En las sentencias de muerte se debería especificar no sólo a qué tipo de muerte se condena al reo, sino también a cuánto tiempo. Cuánto tiempo deberá esperar en el corredor de las agonías.
    

No hay comentarios:

Publicar un comentario