El nuevo Siglo de Oro
José Joaquín Rodríguez Lara
La literatura en lengua castellana está viviendo un nuevo Siglo de Oro. No por la gran calidad de todo lo que se publica, sino por la enorme cantidad de lo mucho que se escribe. Las editoriales, tanto las grandes como las modestas, dicen estar atascadas. No les da tiempo, es decir no tienen medios, para leer y evaluar de una forma crítica tantos originales como les llegan. Eso dicen y hasta puede que sea verdad.
Es mucho más fácil ganar en la lotería -en cualquiera de ellas- que conseguir que una editorial -cualquiera también- acepte y lea un original literario. Sin embargo, se continúa publicando. ¿Cómo lo hacen?
No siempre, pero sí muchas veces empezando la casa por el tejado. Antes de construir el libro hay que fabricarse a quien lo firmará. Escribir con calidad es muy importante para publicar, pero no más que ser famoso. Salir regularmente por los televisores, mantener una relación sentimental pública y publicada con alguien que sea popular, haber atracado un banco... Cualquier cosa que te ponga en el candelabro, que decía la otra, puede llevarte casi sin querer a la imprenta. E incluso al éxito. Y ni siquiera es necesario que tu libro lo hayas escrito tú. Se lo puedes encargar a un Negro o a un Rojo. Lo que más te convenga. El escribiente a sueldo tampoco necesita matarse escribiendo. Puede recurrir al plagio discreto, vulgo intertextualidad.
Escribir, incluso escribir bien, es muy poca cosa en estos tiempos de ordenador e inteligencias artificiales. Las puertas de las editoriales están cerradas a cal y canto para quienes sólo escriben. Aunque lo hagan con calidad. Para traspasar el portalón de las imprentas hay que entregar un original literario y algo más. Una talega de popularidad, una mochila con escándalos, un premio literario aunque sea de provincias, a un amigo... O contar con una mano amiga que te introduzca en el interior de la poderosa máquina editora... Casi todo vale. Ya lo dijo Arquímides: la amistad es un poderoso fluido que te empuja hacia el triunfo. En este sentido, las editoriales son como la televisión: no entras si no tienes ya una amistad dentro. Por eso las televisiones, en general, además de caras, soeces y reiterativas, son tan endogámicas. Como ocurría durante la edad de oro del cine con los estudios -las grandes empresas cinematográficas de Hollywood-, las televisiones tienen sus equipos de opinadores, de tertulianas, de gente dispuesta a airear las sábanas de cualquiera, incluidas las suyas, y hasta de sus invitados de cabecera. Las pantallas de los televisores son bodegones. Cambia la composición, pero las flores, las naranjas, los membrillos, las uvas, los faisanes, el cristal y los dorados son siempre los mismos.
La incapacidad de las editoriales convencionales para sacar al mercado del libro tantos originales como les llegan, ha hecho que se desarrolle enormemente el mercado de la publicación por encargo. Pagando. La oferta es amplísima y el servicio editorial a la carta, tanto en papel como en pantallas, tiene precios y calidades de lo más variados.
Es una salida, y no la peor, para quienes se han esforzado escribiendo un libro y no quieren dejarlo morir en un cajón. Se paga un dinero y se consiguen unos ejemplares para regalárselos a familiares y amigos.
No se puede estar toda la vida a las puertas de Las Ventas -de las superventas, en este caso- como hacían los antiguos maletillas que pedían una oportunidad. Ahora hay otros medios. Si se puede pagar, se paga. Y se torea. Se publica, vaya. Que se consigan trofeos ya depende del respetable.