La vuelta al chozo
José Joaquín Rodríguez Lara
El chozo era redondo, así que no podía ser muy grande. Tampoco era
tan pequeño como los chozos de bayón, ligeros y portátiles, que los pastores
cargan en sus burros para llevarlos de agostadero en agostadero.
Se levantaba directamente sobre el suelo pues carecía de ese anillo protector,
construido con piedra seca, sobre el que se levantan otros chozos. En La Cocosa
no había piedras para hacer paredes. Si acaso todavía habrá alguna clavada en las lindes,
alzándose contra el cielo como dedos que proclaman el sacrosanto misterio de la
propiedad.
Los chozos se construyen
siempre con los materiales que aporta el terreno. El nuestro fue construido con
leños de encina. Mi padre hincó en el suelo los pontones, terminados en
horcajas, y colocó sobre ellas un círculo de palos horizontales, como si cada
pontón le echase los brazos por los hombros a los compañeros que le
flanqueaban. De la cumbre de cada pontón salía otro palo, a modo de costilla de paragua.
Todos ellos confluían en la cima, en la vertical del centro del chozo.
Contemplada en su desnudez, esa estructura de palos tenía cierta apariencia de
torre humana en plena función circense.
Una vez que los pontones, los
brazos y las costillas del chozo habían sido atados con firmeza entre sí, se
empezaba a forrar la estructura. Si hacía falta se rodeaban los pontones y las
costillas con cañas, mimbres u otro tipo de varas dispuestas horizontalmente y
unidas a los pontones y a las costillas para que los huecos entre los palos no
fuesen excesivamente grandes y el forro de fusca se sujetase mejor.
Con el armazón de palos
firmemente dispuesto sobre el terreno se cubría todo con una capa de ramaje. Mi
padre utilizó ramas de encina y las aseguró atándolas a la estructura de palos.
Llegó entonces el momento de cubrir el chozo con una capa impermeable. Para
ello se recurría al bayón, al que también se llama enea, anea y hasta espadañas, a los juncos, al
bálago de centeno, a la retama o a la juncia. El bayón, los juncos y la juncia
crecen en los arroyos. El centeno y la retama son de secano. De todos estos
materiales, el mejor para forrar chozos es el bayón. Pero escasea. Ahora, me
paree que incluso está prohibido cortarlo. Lo mismo ocurre con el centeno. Que
prácticamente no se siembra. El junco abunda, pero dista mucho de ser un buen
material. La retama también es abundante y tiene ventajas. Pero no carece de
inconvenientes. La juncia, verde, olorosa, áspera y afilada como cuchillas de
afeitar fue lo que eligió mi padre para que forrásemos nuestro chozo. La juncia
abunda y tiene muchas más ventajas que inconvenientes. Se van colocando grandes
manojos de juncia en la parte exterior de las paredes del chozo. De abajo hacia
arriba, de modo que el agua de la lluvia escurra siempre sobre una capa de
juncia, de bayón o de lo que se utilice como techumbre. Exactamente igual a
como se hace con las tejas al distribuirlas obre las tablas el tejado.
Para que la cubierta del techo
no resbale y caiga al suelo, dejando sin protección al chozo, es necesario
coserla a la estructura y, al mismo tiempo, sostenerla con cañas o varas no muy
gruesas dispuestas de forma horizontal. Como hilo de costura se utiliza cuerda
o alambre. En nuestro chozo usamos alambre de alpaca, que así llamamos a las pacas
de paja. Esta operación deben realizarla dos personas. Una estará dentro de la
choza que se va a coser y la otra fuera. Conviene que la más experta –mi padre–
esté dentro. Yo, que tendría 6 o 7 años, estaba fuera. Para pasar el hilo, ya sea
de cuerda o de alambre, a través de la cubierta se usa una aguja larga. Suele
ser de hierro. Con su pico y su ojal. Vale una de coser serones de esparto si es
lo suficientemente larga. Se enhebra con el hilo y se comienza a pasar de
dentro hacia fuera. Dentro del chozo se ata el filamento a un elemento fijo de
la estructura. Un pontón, una rama o algo así. Una vez que la aguja está fuera,
se rodea con el hilo un manojo de la juncia, de los juncos, del bayón etcétera,
y se vuelve a clavar la aguja, volviendo a atar el hilo, que debe de quedar muy
apretado. Cuando ya se ha forrado una extensión suficientemente amplia del
chozo, se sujeta esa parte de la cobertura con cañas o varas. Para ello se atan
con el hilo a la parte interna del chozo pasando la aguja cuantas veces se
considere necesario. Si se desea, esta operación puede dejarse para el final. Cuando
y está colocada toda la techumbre.
No toda la fusca de la
cobertura tiene la misma tendencia a permanecer en el sitio en el que se coloca
y tal y como se dispone. A pesar de la cañas de sujeción. El junco es el
material que más se desliza. El bálago de centeno también se escurre bastante.
El material que ofrece más resistencia a caer y, por lo tanto, es menos
propenso a abrir goteras en la techumbre del chozo es la retama. Aunque al secarse se contrae y pierde eficacia. La escoba es
muy parecida a ella. Las ramas de estas plantas se enganchan unas con otras y
se sostienen casi sin la ayuda de las cañas. No obstante, por seguridad y como
garantía de que no habrá goteras o serán las menos posibles, conviene coserlas
bien con el hilo y la aguja y sujetarlas con cañas o varas igualmente cosidas a
la parte interior del chozo.
Este tipo de viviendas no suelen
tener ventanas ni necesitan chimeneas. Aunque cortan el paso de la lluvia, las
paredes del chozo dejan que pase el aire, que ventila el recinto, y el humo de
la lumbre. En algunos casos se le coloca en lo más alto de la estructura uno o
varios conos de metal, con la apertura más ancha hacia dentro, para facilitar
la salida del humo. Pero no es necesario, ni tampoco conveniente, abrir esos
agujeros en la techumbre, pues por ellos puede entrar la lluvia.
Aunque no tenga chimenea,
dentro de un chozo se puede hacer fuego, sin problemas, y cocinar. Sólo hay que
tener la precaución de que las llamas no se acerquen a las paredes del recinto.
Para conseguirlo se hace la lumbre en el centro del círculo. Y se procura que
las candelas no sean muy grandes. Con el tiempo, toda la materia vegetal del
interior de la choza se va cubriendo con una película negra. Es el hollín. Esta
pátina de humo solidificado impide que se incendie la cubierta con las
chispas que emergen del fuego. La lumbre es la parte más peligrosa de cualquier
chozo y hay que tener mucho cuidado con ella. Conviene rodearla con piedras
para que las brasas no rueden al golpearlas involuntariamente. Tampoco está demás colocar la candela sobre una
plataforma. En vez de hacerlo directamente sobre la tierra. Puede ser una
plataforma de piedra, por ejemplo una lancha, de ladrillo o de metal. Una chapa
clavada en el suelo. De esta forma, el fuego quedará circunscrito a un lugar
seguro, será más fácil retirar las cenizas y el calor y los trabajos de
limpieza no irán abriendo un agujero cada vez más profundo en el suelo.
El piso de todos los chozo
suele ser de tierra, aunque nada impide enlosarlo o pavimentarlo de cualquier
otro modo. Si la tierra está al descubierto, conviene tener cuidado a la hora
de barrer, para no ir rebajándola cada vez más y convertir la vivienda en un
foso.
Las puertas de los chozos
suelen ser pequeñas. Hay que tener cuidado al entrar y salir para no golpearse
la cabeza. Son de dimensiones reducidas por economía de materiales. Para evitar
que entre mucho frío. Con el fin de impedir que el viento arremoline las llamas
de la lumbre. Y también, para no debilitar la fortaleza de la estructura. En
ocasiones, las puertas están partidas horizontalmente, de modo que se puede
cortar el acceso, cerrando la parte inferior, y permitir el paso de la luz dejando
abierta la parte superior de la hoja. Se consigue lo mismo usando una puerta,
completa, y una sobrepuerta o contrapuerta, más corta que la anterior, que deje
al descubierto la parte superior del vano de acceso a la choza. La sobrepuerta puede ser de quita y pon. Así era la nuestra.
Uno de los puntos débiles de
un chozo es su perímetro inferior. La parte que toca el suelo. Si carece de un
muro de piedra, es necesario proteger esa zona. Hay que defenderla del agua de
lluvia que corre por el suelo y de los animales y otros intrusos. Que siempre
los hubo. Conviene reforzar la cubierta colocando una o varias capas de fusca
más gruesa en ese anillo. Igualmente es conveniente cubrir la parte inferior de
la techumbre, la que toca el suelo, con tierra extraída de allí mismo, como más
adelante se explicará, o traída de otro lugar.
Para defender el chozo se
rodea su base con un bardo. Un anillo de taramas y vegetación espinosa. Ese
bardo corona todo el perímetro de la choza,
salvo el lugar en el que está la puerta. Impide que el ganado se restriegue por
la cubierta del habitáculo y la dañe. También sirve como elemento disuasorio
para que las alimañas –zorras, ginetas, garduñas…– no usen la cubierta como
cubil o refugio ocasional. Impide que los cerdos y las gallinas domésticas hocen
y escarben en esa zona tan sensible. Dificulta los robos. En fin, un buen bardo
es muy útil y alarga la vida del chozo.
Aunque siempre se ha llamado
bardos a los poetas y juglares celtas, el diccionario de la Real Academia de la
Lengua también define al bardo como ‘un vallado de leña, cañas o espino’.
Igualmente reconoce el verbo bardar, al que le admite el significado de ‘poner
bardas a un vallado o a una tapia’.
Por fuera del bardo y
rodeándolo en toda su extensión, incluso delante de la puerta, se abre una
zanja, como de cuarenta centímetros de anchura y veinte de profundidad para
recoger y canalizar el agua de lluvia que escurra de la cubierta, así como la
que corra por el suelo. El objetivo es impedir que entre dentro del chozo y
alejarla lo más posible de él.
A medida que se extrae la
tierra de la zanja se puede depositar sobre la base de la cubierta, para
taparla. Sólo hay que tener la precaución de dejar el espacio suficiente entre
la zanja y la fusca para construir más tarde el bardo.
En un chozo, aunque sea
pequeño y portátil, como el que utilizan los pastores, se puede dormir. No
caben muchas camas y no conviene que sean grandes, pero un chozo puede usarse
como dormitorio, cocina, despensa y salón de estar. Todo al mismo tiempo. Desde luego, nunca será tan
amplio y cómodo como una casa. Pero generaciones enteras de extremeños han
nacido y se han criado en este tipo de viviendas campestres. Hemos vivido, en
definitiva, en chozos sin que ello nos haya impedido disfrutar de una cierta
felicidad. Hay hasta quien ha podido prosperar.
Los chozos actuales se
construyen para usarlos como diversión. Para verlos, más que para vivirlos. Y,
en realidad, la inmensa mayoría de ellos ni siquiera son chozos. Son casas
redondas. Y más que casas, son cosas. Están construidos con paredes de ladrillo y mortero. Tienen cuarto de
baño con aseo y ducha. En vez de lumbre están dotados de calefacción y cocina.
Es decir, se les llama chozos para no llamarles casas. Pero ni son chozos ni se
les parecen.
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