Que viva el regaliz
José Joaquín Rodríguez Lara
En esto que estoy en el puesto de las pipas y la dueña del quiosco sonríe con ojos de siquiatra sabe-lo-todo, pero me da las tres barras de regaliz, que una cosa es el choteo y otra el negocio.
Tres duros y a mascar, que la vida es breve. La señora vuelve a sonreír, pero para mí que no entiende esto de que un mocito salido de quintas coma regaliz. ¡Qué le vamos a hacer! Termina uno la 'mili' y ya le están preguntando sobre la fecha de la boda. Encuentra el trabajo que ha buscado toda su vida y el mundo entero supone que uno debe 'sentar cabeza'. Pues qué bien.
Y no es que esté en contra. Lo que ocurre es que me niego a seguirle la corriente a las tablas de edad establecidas por costumbre. Aquí, a los dos años se tiene chupe, a los veinte novia y a los cuarenta, peña de amigos. Todo calculado.
Le obligan a uno a hacerce viejo, aunque no quiera. Y no le empujan desde abajo -qué más quisiera la juventud, pobrecilla-, sino que le arrastran desde arriba. Uno envejece a tirones y cuando ha llegado a la copa del árbol -a esas ramas tan finas que malamente soportan el peso, aunque sea liviano, de la vejez- está perdido. Ya no tiene fuerzas ni imaginación para bajar al suelo. Llegan los vientos del otoño y uno se va, como una hoja. ¿De qué valió la experiencia amigo?
Los que intuimos que eso de la vejez no es cosa de años, sino de hábitos, queremos subir de 'categoría' por aburrimiento, no por obligación. Hay que hartarse de regaliz antes de llegar al dominó. Hay que rebelarse contra los aduaneros de la edad: hasta aquí, pantalón corto; de aquí en adelante, pantalón largo.
Y al fin de cuentas, ¿qué es un viejo? ¿Cuándo se entra en el mundo de los venerables? Felipe González anda por los cuarenta y se le considera joven; entre los dirigentes de la URSS todavía se es un 'chicuelo' a los sesenta; el portero de la selección italiana tiene cuarenta y sigue de titular, pero de Nadia Comanechi se empezó a decir que era 'vieja' a los diecisiete.
¿Cuándo hay que dejar de comer regaliz entonces? Nunca. Estoy convencido de que la vejez comienza justo en el momento en el que uno piensa, por vez primera, que lo que no pueda hacer lo harán los que vengan detrás.
Hola, Joaquín: Como cada vez que me acerco a tu blog, me has hecho sonreír con este relato siempre teñido de esa añoranza del tiempo y los recuerdos.
ResponderEliminarUn saludo
Muchas gracias, Leonor. Es una alegría y un honor que me leas. Saludos.
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