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Hembra de podenco ibicenco de pelo liso. |
Tiene la cabeza enteca, descarnada, seca, expresiva y afilada como una cuña de acero. Está cubierta, como todo el cuerpo, por una piel completamente adherida a los músculos, que resaltan allí donde los haces de fibra son más rotundos. Sus patas son, en la mayoría de las razas, muy finas, largas y ágiles. Tan aptas para la carrera y el salto como para el rastreo minucioso en zonas de difícil andadura. Terminan en píes recogidos, apretados, con almohadillas plántales duras, apropiadas para moverse por terreno árido. El podenco parece diseñado para el calor.
Dispone de una buena caja torácica, amplia, pero no descendida. Su pecho no baja del codo, lo que le facilita la brega en el campo. El paquete intestinal tampoco es voluminoso, circunstancia que, igualmente, favorece su agilidad. Su cola es una bandera que alegra al cazador y le pone en guardia en las inmediaciones del rastro.
El podenco es un atleta fuerte y resistente, despierto y perfectamente adaptado a su medio. Es la belleza subordinada a la eficacia, la austeridad decantada en el campo, la viveza puesta al servicio de la caza. El podenco es la joya canina de la cuenca del Mediterráneo y sin él, la historia cinegética de los países ribereños sería muy distinta.
Especialmente en Extremadura y en otras regiones en las que el podenco está íntimamente ligado a la persecución y captura del conejo entre piedras, zarzales, jaras y tamujos. ¿Y qué hubieran hecho los monteros sin podencos? ¿Cómo apagar la voz milenaria de estos perros desencamando las reses en las sierras extremeñas? ¿Cómo borrar su veloz llegada a tanto agarre, cuando los mastines y otros pesos pesados de la recova todavía desenredan el ovillo de la ladra, intentando avistar el ciervo o al jabalí acosado ya por los podencos?
Pocas razas caninas pueden presentar un hoja de servicios más dilatada en el tiempo, más ajustada a las características del terreno y del clima en que se desenvuelve y, a la vez, más versátil. Sus múltiples cualidades han sido admiradas desde la prehistoria.
El podenco es un regalo de la tierra a los hombres que, durante milenios, han recorrido la ribera mediterránea colonizando islas, fundando imperios, reedificando ciudades y cazando. Podencos de color retinto, canela, leonados o berrendos en blanco; de pelo fino y corto o duro y encrespado; de largas y ágiles extremidades, para saltar sobre la maleza, o cortas patas para entrar mejor en los zarzales; siempre con orejas erizadas, dirigidas a la más minúscula brizna de rumor; con ojos vivísimos, capaces de cortar la penumbra del jaral y de los canchales como bisturíes; con un olfato al que no se le escapa ni el conejo agazapado en la grieta de un lanchón ni aquel otro que trepa a la vieja encina para anidar su precaución y su miedo en una trueca. Y, sobre todo, con una sapiencia cazadora innata y poco común, para pararse ante la pieza encamada, para indicar al cazador con un medido monosílabo que el conejo está a punto de saltar y para llenar el campo con su potente latido, dibujando el rastro en el aire, sin dejar de correr y sin levantar la nariz del suelo.
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