M & M
José Joaquín Rodríguez Lara
Paco Herrera ascendió al Badajoz en la temporada 91/92 y lo puso a caminar por la Segunda División en la siguiente, pero antes de que terminase dejó el banquillo para no hundir al club en la Segunda B. Llegó entonces José Enrique Díaz, que salvó al equipo, pero no pudo salvarse a sí mismo y la temporada 93/94 la estrenó Boronat. Primero colocó al Badajoz en órbita y después estuvo a punto de hacerlo naufragar, así que en la temporada siguiente -94/95- se confió en Ortuondo, quien no pudo aguantar la presión de la grada y, a pocas jornadas del final, se fue para ascender al Extremadura un año después. Herrera se encargó de llegar a puerto con el equipo. La temporada 95/96 vino Colin Addison y por donde había llegado se fue con los palos de golf al finalizar la liga. Le tocó entonces el turno, temporada 96/97, a Maceda que ya tenía listo el petate antes de terminarla, pero la concluyó. La temporada 97/98 la empezó Lotina y la consumó Peiró, con un breve interregno en Liga a cargo de Generelo. En la 98/99 hemos visto a Toti Iglesias en el inalámbrico, a Gene con carnet y a Blas Ziarreta al pie de la línea de banda recibiendo rayos y centellas desde la grada. Así que está muy claro: aunque el empleo de técnico es muy difícil, entrenar al Badajoz tiene la ventaja de que dura poco. Lo malo es lo que hay que aguantar por el camino.
Ziarreta cree que se le está faltando al respeto y probablemente tiene razón. Algunos no respetan la profesionalidad de este hombre, que vino para sacar al equipo del agujero y hasta ahora lo está consiguiendo, y que se hizo cargo de una plantilla con muchos problemas de ahormado y ha configurado otra completamente distinta que va mejor que la primera. En el fracaso de este Badajoz, publicitado para el ascenso, hay más de un responsable, y Ziarreta no es, ni por asomo, el más señalado. Por eso hay mucha gente que está siendo injusta con él.
El campo de fútbol del Badajoz es como La Real Maestranza sevillana, pero a lo largo. Muchos de los que se sientan en los tendidos de la plaza de toros de Sevilla, como mínimo, se han puesto alguna vez delante de una vaca, por eso cuando el torero está mal se callan. No son nada los silencios en La Maestranza. En los graderíos del Vivero -del nuevo y del viejo, pues la cosa viene de lejos- se sienta más de uno que, como mínimo, ha hecho campeón de Europa al Botafogo. Por eso, cuando el equipo no les gusta, en vez de echarse la siesta o irse al cine, van al Nuevo Vivero a darle lecciones al entrenador. Le mientan a Camacho, vitorean a Gene... Cualquier jangada vale si te la ríen. Cosas del balompié; resabios comprensibles en un público incomprendido y sin pizca de paciencia.
Afortunadamente, el futuro de Ziarreta no depende de la cátedra, sino de los dueños del C. D. Badajoz y del propio técnico. Lo que haya de ser será. Mientras, al equipo no le vendría mal sentir el aliento del público y no la amargura de los graderíos. Pero eso parece imposible por ahora. A esta afición le duele tanto ver cómo cualquiera menos ella se monta en el globo de la Primera, que sólo la consolaría un Menotti que supiera lidiar con sus urgencias históricas. Un Menotti y un Munitis.
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