Mutis
José Joaquín Rodríguez Lara
Los problemas y los camiones menguan según se alejan por la carretera, pero los políticos no, los políticos crecen.
La renuncia a las glorias parlamentarias que acaba de hacer Manuel Cañada, diputado en la Asamblea y coordinador regional de Izquierda Unida, sin duda agranda su figura pública, orlándola con un aura de dignidad y de honradez que generalmente no se le reconoce a los políticos en activo. No es el primer caso que registran los anales.
Gerardo Iglesias, ex dirigente del PCE, ascendió en la estimación popular al mismo tiempo que bajaba desde la silla gestatoria de Carrillo a la mina asturiana de la que salió. Demetrio Madrid, ex presidente de Castilla-León, dimitió por un delito que, más tarde, se demostró que no había cometido y se le recuerda mucho más por haberse ido de la Presidencia castellanoleonesa que por haber estado en ella. La renuncia de Adolfo Suárez, cuando velaba los restos mortales del Gobierno de la UCD, perfiló su estela de duque abandonado. Aznar, seguramente pesaroso por la contundencia y eficacia de su ¡«Váyase, señor González»!, dijo que a los ocho años él lo dejaría, y ya tiene las maletas en la mano.
Cañada también se va. Dice que para facilitar la renovación de IU y de la política. Su mutis por el foro es de agradecer. Aunque la renuncia no le hace mejor persona, sí le aporta un halo de autenticidad, de ciudadano común. Además, no se marcha por fascículos como otros, sino de golpe, sin amagos ni esos anuncios de consultas a las bases, a las alturas y a los medianeros que suenan a dimisión a rastras.
La renuncia no sólo honra a Cañada, sino que le sitúa definitivamente en la historia de su circunscripción electoral. Los políticos, como cualquier hijo de vecino, se pasan los años intentando abrirse un hueco en lo suyo y la mayoría sólo lo consigue cuando deja vacío el asiento.
Cañada dice adiós y además de irse, se marcha entre felicitaciones y hasta muestras de resignación. Normal. En este país, la dimisión de cualquiera sorprende mucho.
Como toda santidad tiene algo de desvarío, aquí lo habitual es sacrificarse por el prójimo aunque te queme el convento para que lo dejes en paz. Cañada no, Cañada renuncia al púlpito parlamentario y parece que se encamina hacia el movimiento antiglobalización, nueva tierra de misiones.
Suerte y al toro, que se llama Bush.
(Publicado en mi columna de opinión El Rincón)
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