Tras la violación y/o el asesinato de una cría o de un crío, las familias de las víctimas exigen mano dura con los autores, los políticos se plantean poner en marcha una comisión para preparar reformas, los juristas reclaman sosiego y el conjunto de la sociedad asombrada, ofendida y lacerada por tanta bellaquería se reafirma en que algo habrá que hacer, y más pronto que tarde, para evitar que sigan produciéndose palizas, violaciones, crímenes y todo tipo de agresiones personales, mayores y menores, sin que la sociedad se defienda de ellas aunque sea a guantazos.
El debate se centra ahora en el umbral de la imputabilidad, en esa raya roja que separa a los criminales del resto de los malos bichos que, por su edad, no pueden ser procesados, ya que para el ordenamiento jurídico vigente no responden de sus actos aunque se rían de ti en tu cara. El limite está en los 14 años. A partir de esa edad si violas eres un violador; pero con 13 años eres un angelito, aunque asesines a tus padres eligiendo con mimo las herramientas.
Es la ley que todos nos hemos dado y, como nos la hemos dado, si no nos sirve también podemos y debemos cambiarla. Más importante que el umbral de la imputabilidad debería ser la gravedad de los hechos. Es injusto que la ley considere tan angelito al niño que roba como al que viola o al que mata, pues hay delitos, como los informáticos, por ejemplo, en los que la niñez incluso lleva ventaja. Es inadmisible que la impunidad la den los años y no la madurez mental del sospechoso. Hay medios para medir la capacidad de discernimiento, de distinguir el bien del mal, y hay que usarlos. No se puede tratar a todos los niños de 13 años por igual, pues los abominables violadores, los mayores criminales que registra la historia y todos los dictadores y asesinos en serie que hubo, hay y habrá, fueron niños adorables. Alguna vez. Robar, violar y matar está al alcance de millones de crías y de críos, y a delincuentes llegan poc@s. Curémosles antes de que crezcan.
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