miércoles, 17 de julio de 2013


Los cerdos de Ikea

José Joaquín Rodríguez Lara


Hay por ahí una marca de jamón al que, para darle más atractivo y aureola de calidad, se le anuncia como 'jamón serrano de hembra. Pero ¡ay!, en realidad es un engaño. La empresa llama 'hembras' a los lechones machos una vez castrados, lo que se hace para evitar que la carne y el jamón adquieran sabor 'a macho', a varraco reproductor. Es decir, que el 'jamón serrano de hembra' es jamón serrano de hembra o de macho castrado, según le venga en cuenta al autor del cuento.

Cerdos pastando en la dehesa,
un ámbito que para el porcino significa
calidad de vida. (Imagen bajada de Internet)
En torno al jamón hay muchas creencias infundadas. Una de ellas es la del sexo del animal. Ni el mejor catador distinguirá entre un jamón de hembra y un jamón de cerdo castrado, si la castración se realizó correctamente y se dejó pasar el tiempo necesario antes de sacrificar al animal. Ni el jamón de hembra es mejor que el de macho ni en los supermercados hay jamón exclusivo de hembra auténtica etiquetado como tal. Por supuesto, el jamón de macho castrado tampoco es mejor que el de las hembras. Unas hembras a las que también se castra. Al macho para evitar los sabores inconvenientes y a la hembra, para eludir los inconvenientes del celo.

Otra creencia sin fundamento es que conviene tener en cuenta de que lado se acuesta el animal a la hora de elegir si se deja el jamón izquierdo o el derecho. Es una patraña. La calidad del jamón no depende del lado que se eche el cochino, sino de la pureza genética del cerdo; el jamón es mejor mientras más porcentaje tenga de porcino ibérico. También depende del ámbito en el que se haya criado el animal; si se crió libre en el campo habrá hecho más ejercicio, con lo que la grasa se infiltraría mejor. Además, al ser porcino de dehesa, tendrá una dieta más variada, desarrollará más sus músculos y sufrirá menos estrés que si se crió encerrado en una jaula o en un pequeño corral. Igualmente incide en el sabor del jamón la alimentación; la bellota le da a la carne de porcino una calidad y un sapidez que no aportan los piensos industriales. Por último, están el sacrificio, el paso por la sal, la curación, el momento del consumo, el corte..., factores que nunca arreglarán un mal jamón, pero sí pueden desmerecer a otro que no sea malo. La mayor parte de lo dicho para el jamón es aplicable a todos los derivados del cerdo, incluida la carne vendida para consumo en fresco.

¿Qué le habrán dado? (Imagen espeluznante bajada de Internet)
Pero los grandes almacenes Ikea, que de muebles seguramente no saben nada, pero en albóndigas y cerdos son los mayores expertos mundiales, han descubierto que la felicidad del cochino es un componente esencial en la calidad de su carne, así que en los restaurantes de los Ikea de Bélgica han decidido servir sólo carne de cerdos felices. Como la felicidad es un estado transitorio entre dos disgustos -más o menos como la virginidad-, hay que preguntarse si los cerdos de Ikea, además de lelos serán masoquistas: ¿felices desde el parto hasta el plato, sólo felices en el plato, felices hasta que les presentan al matarife o simplemente cerdos con felicidad falsificada, como las hembras de macho castrado?

Cerdo que nunca hará felices a los clientes de Ikea.
(Imagen bajada de Internet)
Como garantía de esa supuesta felicidad porcina, se asegura que Ikea sólo ofrecerá carne de cerdos no esterilizados quirúrgicamente por el 'capaó', sino capados químicamente, mediante fármacos, que conserven la cola y que hayan crecido en jaulas lo suficientemente grande para hacerse la ilusión de que los verdaderamente infelices son los clientes de Ikea, a los que, una vez llegados a la nave de sacrificio, la empresa de las albóndigas les regala cintas métricas y lapicerillos para que sean comedidos en sus ilusiones y no meen fuera del tiesto.

He visto lo que sufren los cerdos machos cuando les cortan las turmas y sé que las hembras padecen mucho más cuando les quitan los ovarios, pero empiezan a retozar tan pronto como salen de las manos del 'capaó' y a los pocos días corretean por la cerca sin mostrar signo alguno de estrés. Parecen tan felices como antes de la castración.

Ikea no incluye los baños de barro
entre los requisitos de felicidad del porcino.
(Fotografía bajada de Internet)
Ignoro si a los cerdos de Ikea se les dibujará una sonrisa cuando los castren químicamente y si aplaudirán cuando sepan que la empresa que vende muebles por centímetros les ha proporcionado una jaula más amplia y confortable precisamente a ellos, para que, llegado el día, sean filetes llenos de felicidad. En cualquier caso, no creo que los cerdos felices de Ikea lleguen jamás a ser tan felices como los infelices cochinos que se bañan en las charcas de las dehesas extremeñas, lo que hozan en el suelo buscando raíces y animalillos, los que sestean a la sombra de las encinas y se ponen henchidos de felicidad a base de bellotas, sin percatarse de que, además de ser felices, algún día harán la felicidad de muchos comensales.

Hay dos cosas especialmente preocupantes en la desgraciada iniciativa de los Ikea belgas.

La primera: como somos lo que comemos, si en Ikea se sirve carne de cerdo feliz, es decir, de cerdo castrado químicamente, ¿a partir de ahora los varones empezaremos a salir de Ikea con cara de felicidad, en vez de la tradicional cara de resignación con la que salíamos antes?

Y la segunda: como en Bruselas, y en todos los despachos dirigentes de la Unión Europea, ni saben de campo ni quieren aprender, si por decreto se impone la tontería belga de comer cerdos felices, ¿terminarán cargándose definitivamente al sector porcino extremeño y con él las prácticas, tradiciones y oficios que han demostrado su utilidad durante siglos y siglos?

No sé qué ocurrirá, pero tengo una nueva razón para no ir a los Ikea belgas: no necesito comer cerdos felices. Por precaución, simplemente.



No hay comentarios:

Publicar un comentario