La corrupción, esa forastera
José Joaquín Rodríguez Lara
La corrupción no huele ni escandaliza ni molesta cuando está cerca. La corrupción tiene su propia profundidad de campo, como los objetivos de las cámaras fotográficas. Sólo indigna cuando está suficientemente separada, aunque no excesivamente lejos.
Se llama profundidad de campo al espacio situado entre el primer objeto que se ve perfectamente enfocado, cuando se mira a través del objetivo de una cámara, y el último que se percibe con la misma nitidez. Todo lo que está fuera de esas marcas de enfoque aparece borroso, difuminado o, simplemente no se ve. Si está demasiado cerca, no se ve con claridad porque es corrupción de cosecha propia, y si se encuentra lejos, porque no interesa, ya que tampoco se le puede lanzar a la cara al vecino.
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