jueves, 30 de octubre de 2014


Un cuadro con historia


José Joaquín Rodríguez Lara


Cervantes ya lo hizo con su novela 'Coloquio de los perros', Stanley Kubrick lo repitió en su película '2001: Una odisea del espacio', Nuria Llop lo utilizó en 'La joya de mi deseo', Juan Mayorga también se sirvió de ella en 'El arte de la entrevista' y Alfonso Zurro acaba de hacer lo mismo en 'Historia de un cuadro'.

Son sólo algunos ejemplos, pero hay muchos más, porque la técnica funciona y le ofrece ventajas al creador. Se trata de utilizar personajes, como los perros Cipión y Berganza, u objetos, como el misterioso monolito hallado en la Luna, en realidad un prisma rectangular de apariencia metálica, la enigmática perla peregrina, una simple cámara de vídeo o una pintura, como pretexto para recorrer y mostrar diferentes vidas, situaciones o etapas de la historia. Alfonso Zurro lo hace con una supuesta tabla de El Greco en 'Historia de un cuadro', obra representada en el 37 Festival de Teatro de Badajoz.

Desde el futuro hacia atrás, José Manuel Seda,
 Manolo Caro y Roberto Quintana. (Fotografía publicada
 por culturavaldepenas.blogspot.com)
El montaje, que acaba de estrenarse -antes de llenar el teatro López de Ayala sólo se había representado dos veces-, realiza un ameno recorrido por la historia, "una indagación a través del tiempo", escribe Zurro en el programa de mano. Y lo hace de un modo original, contando lo ocurrido al revés, desde el final hacia el principio. Se trata de un espectáculo agradable de ver con muchos personajes y sólo tres actores: Roberto Quintana, José Manuel Seda y Manolo Caro. Los tres realizan un buen trabajo, aunque cualquier obra de teatro es un ser vivo que puede evolucionar y hasta mejorar.

Por ejemplo, la estrategia de la representación arqueológica, desde el final hacia el principio, acrecienta el interés del público. Aunque ya se le ha contado lo que pasó, se genera en los espectadores el deseo de saber no lo que pasará, sino las causas que dieron origen a lo ya ocurrido. Cada escena despeja dudas, pero plantea otras. Es un buen sistema.

Inexplicablemente esta buena línea narrativa se quiebra al final en dos escenas. Primero, cuando uno de los personajes va al estudio de El Greco, en Toledo, para cobrar un deuda que antes ya había puesto sobre el escenario; y, segundo, cuando el último poseedor del cuadro le da a la tabla su destino final.

Para el primer caso no hallo justificación, aunque seguramente Alfonso Zurro, autor y director de 'Historia de un cuadro', tendrá razones para hacerlo así. Y para el segundo creo que hay varias soluciones, alguna de las cuales contribuiría, además, a que el público entreviera definitivamente la pintura.

La obra está segmentada en tiras, como las tiras de los cómic, cada una de las cuales cuenta lo ocurrido en una fecha concreta. Cada tira es presentada al público por un actor que, a modo de acotaciones, le explica en qué año y en qué lugar se sitúa lo que verán a continuación. Estos frontis rompen el ritmo del espectáculo y podrían ser sustituidos por textos proyectados contra el fondo del escenario, o aprovechar los cambios de decorado -uno por cada frontispicio- para agilizar la explicación.

Por último, al final, cuando se desvela la identidad de uno de los personajes, quien más y quien menos ya sabe de quién se trata y lo que habría de ser una sorpresa y hasta causar asombro se convierte en la constatación de una obviedad, perdiendo toda la gracia, como un chiste ya sabido. Bastaría con invertir el orden de las explicaciones del personaje en su escena final, que desvelase primero quién es y a continuación contase a qué dedica el tiempo libre, para asegurarse el efecto sorpresa.

Pero la obra entretiene y puede funcionar bien, pues plantea situaciones, tanto reales como ficticias, que, en general, interesan al público.

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