Extremeños sin tierra
José Joaquín Rodríguez Lara
Los extremeños no somos de tierra adentro. Somos de tierra afuera. Los extremeños nacemos en una tierra que, o no es nuestra o nos expulsa de su seno, cual útero estremecido por los latigazos del poder. Político, económico, religioso, social, cultural, periodístico...
Extremadura no es la tierra de los extremeños. Es el cortijo de otra gente a la que los extremeños recibimos siempre con los brazos abiertos, aunque su llegada acarree salidas. Los extremeños nacemos emigrantes. Aquí las torres siempre son albarranas y los cortijos son o terminan siendo inevitablemete ajenos. Extremadura es muy madrastra con los suyos.
A veces me cuesta creer que Extremadura sea madre e, incluso, dudo mucho que Extremadura sea tierra. Es muy posible que los extremeños vengamos al mundo sobre un mar de polvo, de rumiado olvido, de molida resignación.
Incluso puede ser que Extremadura sólo sea un galeón que hace una eternidad encalló en los riñones de España, y del que un ejército de hormigas provenientes de lejanos agujeros se han ido llevando los mástiles, el aparejo, los castillos, la fe, las cubiertas, la esperanza y todo lo que había en las bodegas, en una cadena interminable de latrocinios.
Es probable que llamemos Extremadura a lo que sólo son los restos de un naufragio. De un pecio que explicaría la vocación transoceánica de gentes como Hernando de Soto, Hernán Cortes, Francisco Pizarro, Inés Suárez, Vasco Núñez de Balboa, Pedro de Valdivia, Francisco de Orellana y tantos otros hitos de la historia. Porque quinientos años después del descubrimiento y de la conquista de América, de las apolilladas cuadernas del galeón extremeño, de las escuálidas costillas de esto que llamamos Extremadura, continúa saliendo gente con tanta vocación marinera que se echa a la mar sin necesidad de haber visto ni siquiera una playa.
Personas como el desaparecido y eminente historiador, profesor, investigador y escritor Fernando Serrano Mangas, que fue una autoridad mundial en la navegación indiana y cuyo nombre ondea ya en la proa del colegio público de Salvaleón, oteando los cielos del Oeste, las nieblas del Atlántico, para indicarnos que, tanto para la gloria como para la mera supervivencia, los extremeños siempre tendremos marea alta en el Océano.
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