España
es un país de propietarios. De propietarios de vivienda. Encabeza las estadísticas
de la Unión Europea en este apartado. La creencia de que pagar un alquiler es
tirar el dinero, pues con lo que te cuesta ser inquilino vas comprando un piso
que en unas pocas décadas será totalmente tuyo, es uno de los factores que está
detrás de la burbuja del ladrillo y, por consiguiente, de la gravísima crisis
económica de la que aún no hemos salido.
Durante
los años inmediatamente anteriores a que estallara la crisis, España vivió una
auténtica vorágine compradora de pisos. Se usó y se abusó del ladrillo como si
fuese el colchón de la abuela. Muy pocas personas se planteaban vivir de
alquiler en esos días; casi todo el mundo quería ahorrar o invertir teniendo una
vivienda en propiedad.
La
crisis cambió algo la tendencia. No había empleo, no había ingresos, los bancos
no daban créditos y, a falta de otra posibilidad, el alquiler empezó a ser
mirado con mejores ojos. Pero parece que la situación está volviendo a las
viejas rodadas y comprar para especular ha recuperado su atractivo, a pesar de
las intenciones sangradoras del ministro Cristóbal Montoro. El ladrillo empieza
a moverse. De nuevo.
La Constitución de 1978 consagra, en su artículo 47, el derecho de todos los españoles "a disfrutar de una vivienda digna y adecuada", pero no especifica si debe ser propia o alquilada. Sin embargo, el artículo se suele interpretar como una invitación a disfrutar del derecho a la propiedad.
La
elección de alquilar o comprar la vivienda habitual no es un dilema en este país.
Aunque usted no lo crea, el dictador Francisco Franco protegió a las personas
que vivían de alquiler, que no sólo no podían ser desahuciadas fácilmente, sino
que ni siquiera se les podía subir el alquiler de forma desmesurada. El
socialista Miguel Boyer, ministro de Hacienda en el primer Gobierno de Felipe
González, terminó con los alquileres baratos anulando la protección legal a las
viviendas, alquiladas, de renta antigua. Y una ministra socialista, Carme Chacón, propuso
crear juzgados especiales para agilizar los desahucios de quienes no tenían
vivienda propia.
La
política de este país lleva demasiados años girando a favor de la compra para
que la afición por el alquiler no se hubiera resentido con semejante acoso. Las
ventajas fiscales del alquiler son aún muy inferiores a las que la compra disfrutó
durante años.
La
crisis dejó sin vender casi un millón de viviendas terminadas, o a medio
terminar, y a pesar de la falta de compradores, la obsesión oficial era aliviar a los bancos del peso del ladrillo ‘tóxico’ vendiéndolas como fuera. ¿Y el
alquiler? El alquiler no era opción o se consideraba el último remedio contra
el problema.
¿Pero es mejor para todos la compra/venta que el alquiler? Estoy convencido de que
no. En primer lugar considero que ambas opciones son compatibles. Y en último
caso, si una modalidad de acceso a la vivienda debe arrasar a la otra, nunca
debería permitirse, ni mucho menos estimularse por las administraciones públicas,
que la compra/venta impere de forma abrumadora sobre el alquiler.
El
alquiler activa la economía muchísimo más que la compra. La agiliza, la
fluidifica, la flexibiliza. Comprarse un piso es como comprarse un convento. El
esfuerzo y el ahorro de toda una vida enterrados entre cuatro paredes. Una
inversión enorme que sólo suele desamortizarse por herencia, cuando fallecen
sus propietarios. A veces, ni así.
Cierto es que las personas ancianas que son
dueñas de una vivienda viven dentro de una hucha, pero la hucha no se mueve y si
la rompen se quedan en la calle, sin techo bajo el que cobijarse.
En
cambio, con el alquiler se puede apostar en cada momento a la casilla que más
convenga y disponer del dinero sobrante como se prefiera. Al final de sus días,
ni el propietario ni el inquilino se llevarán nada al otro barrio.
El
alquiler tiene efectos positivos sobre el empleo, porque facilita la movilidad
de la población trabajadora, que puede desplazarse a donde haya trabajo sin
dejar una casa atrás y teniendo la seguridad de que allí a donde se mude habrá
viviendas de alquiler a precios razonables. Claro que, para que haya esa
movilidad es necesario que las administraciones públicas se tomen el alquiler,
el empleo y la economía de otro modo.
Se precisa la misma inversión para hacer
una vivienda para venderla que para alquilarla; se necesitan los mismos
materiales y su construcción genera el mismo número de empleos. La diferencia
está en que la vivienda propia nos ata al terreno y la alquilada, no.
Eso
sí, hay un término medio. En Estados Unidos, país que creció a lomos de caballos y sobre carromatos y
tiene una de las tasas de movilidad laboral más altas del mundo, lo saben muy
bien, así que además de viviendas en propiedad y de viviendas en alquiler, los
estadounidenses tienen viviendas de quita y pon. Las compran enteras o en
tablones, como si fueran de IKEA, las montan sobre terrenos alquilados que
tienen todo lo necesario –acceso, abastecimiento de agua, de luz y de gas,
desagües, etcétera- para instalar una vivienda y si les sale una oportunidad
laboral, aunque sea seis estados más allá, cargan su casa en un camión, con el
frigorífico en su sitio y hasta con las camas hechas, y se mudan aunque tengan
que cruzar el país de punta a punta.
Pero,
¿quién sería capaz de trasladar, ladrillo a ladrillo, el convento que se compró
en un barrio de España?
(Segundo artículo publicado en extremadura7dias.com,
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