martes, 7 de agosto de 2018


Los caminos no deben ser un mero circuito para excursionistas

José Joaquín Rodríguez Lara


Las grandes crisis económicas siempre se han solucionado a ras de suelo, apoyando los pies en tierra firme y trabajando sobre lo tangible. Apostar por las estrellas, como solución a la falta de empleo, es una iniciativa novedosa, imaginativa y con altura de miras. Pero no está probada. Aún no se sabe si sacará a Extremadura del hoyo o la enterrará un poco más, y tal vez definitivamente, en el desconsuelo.


También hay otras posibilidades que no son tan novedosas, ni tan imaginativas, ni con tanta altura de miras. Ahí están las obras públicas de toda la vida. Una de ellas consiste en arreglar los caminos, que no exigen tanta inversión ni competencias como construir carreteras. Los caminos de toda la vida, los caminos rurales. Esas autopistas de herradura por las que durante siglos circularon las personas, las mercancías, el folklore, las creencias religiosas, la información, la superchería, las cartas, los ungüentos, la gastronomía, la cultura y, en definitiva, la vida.


La inmensa mayoría de los caminos rurales extremeños no sólo están hechos de polvo; además, están hechos polvo. Se abrieron y hasta se empedraron, algunos, para que circulasen por ellos las carretas y, muchos, están tan llenos de piedras caídas de las paredes y de vegetación –zarzas, escobas, chaparras, jaras, etcétera- que actualmente no pasarían ni los hatos de cabras.


Las administraciones públicas deberían arreglarlos, pero como cada una va por su lado -a pesar de que el Estatuto de Autonomía permite coordinarlas- más que arreglar caminos, los parchean, así que las reparaciones duran un santiamén.


Y arreglar los caminos, pero arreglarlos bien, de una vez, para que pasen por ellos camiones, sin que dejen de ser caminos, no sólo generaría mucho empleo de forma inmediata, sino que sería una inversión para el futuro.


Gastar unos miles de euros en un mirador de estrellas es un lujo, pues para contemplar el firmamento no hace falta un mirador. Y si, al final, los ‘clientes’ potenciales se aburren de mirar las estrellas, el mirador se queda en una instalación vacía. Con los caminos arreglados nunca pasará semejante cosa. Una vía de comunicación en buen uso siempre tendrá clientela y generará riqueza.


Los viejos caminos tiene múltiples usos y beneficios económicos: en la producción agraria, en el ocio, en el deporte reglado, en la cultura... Bastaría con empezar a recuperar las viejas y desdentadas paredes de piedra seca, extraordinarios enclaves ecológicos, que enmarcan muchos de los caminos extremeños, para mejorar el paisaje, para que no se pierda el viejo oficio de parelero, para generar empleo en el sector rural, el más expuesto a la desertización, para que esas arterias rústicas, desembarazadas de su particular colesterol, volviesen a irrigar de vida el maltrecho organismo de Extremadura, en el que la sangre se concentra en unos pocos orgánulos mientras que la mayor parte del tejido sobre el que nació esta región se necrosa, sin que al mal se le ponga remedio de una vez por todas.


Cierto es que se arreglan tramos de caminos, aquí y allá, casi siempre para convertirlos en circuitos de paseantes, pero con eso no basta. Los caminos fueron las carreteras del pasado. Y no sólo conectaban las poblaciones, como las carreteras actuales, también inteconectaban los campos. Tenían una función económica, no eran rutas senderistas como se pretende que ocurra ahora. Por ellos fluyó el progreso a uña de caballería. Si permanecen cegados, si no pueden circular los vehículos, ni siquiera las antiguas carretas, se estará estrangulando al mundo rural extremeño, convirtiéndolo en una mera pista de excursionistas.


Hay regiones en las que el alquitrán de las carreteras llega hasta la misma puerta de los caseríos. En Extremadura, hay carreteras a las que ni siquiera les llega el alquitrán.


(Sexagésimo artículo publicado en extremadura7dias.com,
el  6 de agosto del año 2018.)




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