Un obrero cae de un andamio y ya no almuerza, si se me permite la licencia poética, pues lo que realmente dice César Vallejo, en su poema ‘Un hombre pasa con un pan al hombro’, es: ‘Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza’.
Contraviniendo el verso del grandísimo poeta peruano, no fue uno, sino que fueron dos los trabajadores que, el lunes 13 de agosto, cayeron en Badajoz; y no cayeron de un techo, sino de un andamio; y no eran albañiles, sino pintores; y no murieron, pues parece que sus lesiones son leves; y no sé si después de la caída almorzaron o no, pues eso cae, también, dentro de la esfera privada y va en gustos, en necesidades y en posibilidades.
Pero lo cierto es que dos pintores, que estaban trabajando en la fachada de una entidad financiera en el centro de la ciudad de Badajoz, cayeron el lunes de un andamio, cuando estaban a más de tres metros de altura sobre el pavimento urbano, y según el 112 Centro de Atención a Urgencias y Emergencias de Extremadura, no les pasó nada digno de incluir en sus peculiares fichas estadístico-informativas.
Tanto o más que el hecho de que salieran indemnes de la caída, me llama la atención el andamio desde el que cayeron. Si el andamio que estaban usando es el que sale en la fotografía de David Vega, videocámara y fotógrafo de 7Días, y yo aseguraría que sí lo es, se trata de una herramienta más fácil de encontrar en los desguaces y chatarrerías que en las obras y trabajos que actualmente se realizan en la calle.
Un andamio de hierro, pintado de color amarillo, a pesar de que los manchurrones de la pintura le hayan desfigurado la tez, estabilizado con tirantas que se cruzan en aspas… Un andamio que no coincide con los andamios de aluminio, más gruesos, con muchos más elementos de seguridad, homologados por la Unión Europea, que suelen verse en las obras desde hace algún tiempo.
Ignoro si los dos pintores accidentados utilizaban este andamio porque no tienen otro, porque con él nunca les había pasado nada, porque su empresa -ese ente abstracto- les ordena usarlo o porque la crisis -esa realidad empírica- les obliga a que lo usen, pero lo cierto es que los hierros retorcidos, por el golpe, del andamio del accidente constituyen una metáfora laboral y casi césarvallejiana de que hay que doblar la esquina: es necesario cambiar de andamio. Hay que ajustarse a los nuevos tiempos y a las nuevas normativas. Y ahí están los sindicatos, tan padrazos todos ellos, para aconsejar el cambio, y la Inspección de Trabajo, tan madraza, para obligar a hacerlo. El trabajo debería ser lo primero, pero la seguridad debe ir por delante. Siempre.
Bien se sabe que la seguridad, como la buena vida, es cara, muy cara, y también que, aunque la hay más barata, no es vida.
(Sexagésimo primer artículo publicado en extremadura7dias.com,
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