martes, 16 de octubre de 2018


El tren del miedo pasó el domingo en Badajoz, averiado

José Joaquín Rodríguez Lara


¿Qué es un tren del miedo?, preguntaba el domingo por la noche Mario Vaquerizo en el programa de TVE ‘MasterChef Celebrity’.

“Yo conozco el AVE, conozco el Alvia, conozco el Talgo…, pero no conozco el tren del miedo”, exclamaba el marido de Alaska. “¿Qué es el tren del miedo?”

Cualquier tren que circule, si circula, por Extremadura, Mario. Cualquier tren que traquetee por las escasas e infernales vías férreas que hay en Extremadura. Y ni siquiera es necesario que transite por la región extremeña; basta con que huya de ella o a ella se dirija.

Ese es el tren del miedo, Mario, ese. Y no da miedo porque circule demasiado rápido, ni porque haya caído sobre él una maldición del Gobierno, ni porque esté embrujado o lo habiten espíritus malignos. El tren de Extremadura da miedo porque está lleno, atiborrado, de incertidumbre.

Y nada atemoriza más a quien debe viajar que no saber si llegará a su destino, ni cómo ni cuándo llegará. Asusta subir al tren temiendo que salga ardiendo o que se pare en mitad del campo y haya que echar pie a tierra y caminar sobre el balasto con las maletas a cuesta, como náufragos en el secarral, o que se pare en Fuenlabrada al haberse quedado sin gasóleo o que no llegue a Mérida por no sé qué leches. Ese es el tren del miedo, Mario, el tren que circula, cuando circula, en una Extremadura atacada por sus cuatro costados por trenes zombis.

Ya sabemos que cada vez que los viajeros del tren del miedo sufren uno de estos imprevistos previsibles, casi podría decirse que programados, Renfe se pone manos a la obra y traslada por carretera, hasta su destino, a los pasajeros afectados. Pero no es lo mismo, Mario.

No es lo mismo irse de vacaciones a la playa y terminar en un alojamiento de montaña. No es lo mismo prepararse para ir a la playa, con bañadores, toallas y demás, y terminar echando de menos los guantes y la ropa de abrigo. Además de pagar por un servicio y que te endosen otro muy distinto. Y eso es lo que, un mes y un año tras otro ocurre en Extremadura desde que se inventó la máquina de vapor, allá por los umbrales de la eternidad.

Uno de esos trenes del miedo, un Talgo, se ha pasado el domingo 14 de octubre en la estación de Badajoz. Tenía que haber salido a las 7:17 horas camino de Madrid, pero no salió. Se quedó en la estación, averiado. Esta vez, Renfe no recurrió al traslado de los viajeros por carretera. Puso otro tren. En el viaje de vuelta, tampoco hubo tren Talgo, pues el Talgo estaba en Badajoz. En vía muerta o casi. Renfe puso un convoy media distancia que llegó a Badajoz a su hora, 21:26.

Las diferencias entre uno y otro modelo de tren no son excesivas. El Talgo es algo más cómodo, pero igual de lento o más, porque el problema de la lentitud de los trenes del miedo no está en la locomotora, sino en las vías extremeñas que no dan más de sí. La mayor dificultad con la que se encontraron los viajeros fue la de localizar su asiento, ya que el billete que habían comprado no se correspondía con la disposición de localidades en el convoy.

Es decir, que subes al tren sin saber si vas a llegar, ni cómo, ni tampoco cuándo, ni dónde está tu asiento: incertidumbre y más incertidumbre. Este es el tren del miedo Mario. No lo dudes, el tren extremeño. En Extremadura no es necesario practicar deportes de riesgo –alpinismo, puenting, barranquismo…-; en Extremadura subes al tren y recibes un chute de adrenalina que para sí lo quisieran los paracaidistas que se juegan el tipo con la caída libre.


(Sexagésimo octavo artículo publicado en extremadura7dias.com,
el  15 de octubre del año 2018.)


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