Honrar a las víctimas no sirve de nada, hay que deshonrar a sus verdugos
José Joaquín Rodríguez Lara
“Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. La frase se le atribuye frecuentemente a Albert Einstein, aunque no existe constancia documental de que la pronunciara el mayor genio del siglo XX. No obstante, la dijera Agamenón o su porquero, la afirmación refleja una verdad de la física que, hasta ahora, parece incontrovertible.
En la lucha contra la violencia machista, doméstica, de pareja o de género –póngale usted la etiqueta que más le horrorice- se lleva demasiado tiempo haciendo lo mismo con la vana pretensión de obtener resultados diferentes: un hombre asesina a una mujer y brotan por doquier los minutos oficiales de silencio. A veces, el minuto de silencio ni siquiera transcurre en silencio, y parece más un minuto de asueto, pero el resultado continúa siendo el mismo: después de cada minuto de silencio asesinan a otra mujer y luego a otra y a otra…
Los minutos de silencio son minutos perdidos. Como ya dije en este mismo periódico en otro artículo de opinión, (el 16 de mayo de este año) me avergüenzan y me asquean los minutos de silencio. ¿En qué mejora la situación de las víctimas cuando se les tributa un minuto de silencio?
Siempre se pone el foco sobre las víctimas, se habla demasiado de ellas y muy poco de sus verdugos. La delegada del Gobierno en Extremadura, María Yolanda García Seco, acaba de ponerlo de manifiesto en unas jornadas dedicadas a la formación de los agentes policiales en medidas contra la violencia sobre la mujer. “Es necesario que el conjunto de la sociedad rechace contundentemente el comportamiento del agresor, que sean señalados con el dedo por su entorno más cercano; ese que conoce o que intuye que se están produciendo agresiones y que mira hacia otro lado”, opina la delegada.
Comparto su opinión. Es más, creo que toda la sociedad debería enfocar al asesino, en vez de consumir esfuerzos en honrar a su víctima. En lugar de guardar un minuto de silencio por la mujer asesinada no habría que callar ni un minuto para deshonrar al uxoricida.
Como no se hace, ignoro qué efectos tendría esta actitud social y, sobre todo, política. De lo que estoy convencido es de que no produciría los mismos resultados que la reiteración, asesinato tras asesinato, de las mismas rutinas.
Creo que para cegar la profunda y hedionda gavia social existente entre hombres y mujeres hay que practicar la igualdad –con pregonarla no basta- desde la cuna. La igualdad pura y dura, sin bonificaciones ni pretendidos desvíos correctores. Si lo que se está haciendo hasta ahora no logra terminar con la violencia sobre la pareja -sea mujer o sea hombre-, las personas, la sociedad, la profesión política, las instituciones y el periodismo tenemos la obligación de hacer otra cosa, para intentar conseguir resultados diferentes. Utilizar los minutos de silencio como un burladero protector contra el incumplimiento de las obligaciones que conlleva el desempeño del cargo me parece, sencillamente, una locura.
(Septuagésimo quinto artículo publicado en extremadura7dias.com,
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