viernes, 2 de noviembre de 2018

Origen, finalidad y futuro de las religiones


José Joaquín Rodríguez Lara


La fortaleza de la religiones, en su conjunto, la grandiosidad de los templos y la complejidad de los ritos sacros constituyen, en mi opinión, una muestra evidente de la fragilidad, de la pequeñez y de la simplicidad del ser humano. Para hacer frente a esa fragilidad, a esa pequeñez y a esa simplicidad surgen la religiones, como un paliativo contra la debilidad humana.


Todas las religiones merecen respeto y todas son verdaderas pues, con cada una de ellas, los seres humanos han intentado y continúan intentando responder a tres cuestiones importantes que les preocupan y hasta les angustian: el origen de la vida, su destino tras la muerte y el modo en el que deben comportarse mientras tengan resuello.


Cada religión tiene su propia explicación sobre la aparición del Universo, en general, y respeto a la procedencia del ser humano en particular. Para las personas cristianas es archiconocido el relato de que Dios creo el mundo en seis días, modeló al primer hombre, Adán, con barro y, una vez terminado, le extrajo una costilla para hacer a Eva, su compañera y madre de sus hijos.


Se trata de una explicación muy simple destinada a confortar las incertidumbres de personas igualmente sencillas. Pero la ciencia no sólo echa por tierra la 'poética' explicación sobre la creación de Adán 'a imagen y semejanza de Dios' -que en ese caso, a la luz de los conocimientos científicos, sería una figura simiesca, peluda y encaramada en los árboles- y de cualquier otro origen totémico, sino que demuestra con cada descubrimiento que el 'modelado' de la estirpe humana ha sido, sobre todo, muy complejo.


Hay avances científicos, por ejemplo en arqueología, que ratifican el relato bíblico al hallar vestigios que prueban la veracidad del texto sagrado cristiano, pero otros descubrimientos rectifican ese mismo relato. Y no es que la ciencia tenga como finalidad desmontar las creencias religiosas. Lo que ocurre es que la ciencia y la religión difieren en su esencia. Mientras la religión es rígida, dogmática y persigue la herejía y hasta cualquier interpretación 'excesivamente novedosa' de los preceptos sagrados, la ciencia es flexible, se muestra dispuesta en todo momento a la revisión de sus hallazgos, está abierta a  la reinterpretación de sus datos y es herética por naturaleza.


La religión se basa en la credulidad y en la verdad revelada y la ciencia, en la búsqueda de la verdad oculta y en su verificación sistemática.


A pesar de ello, pueden coexistir y de hecho lo hacen. Es más, hay científicos profundamente creyentes y, en el pasado, hubo muchos que  fueron religiosos.


Bastante más importante que su papel apaciguador de los desasosiegos sobre el origen de mundo y de los seres humanos me parece su función normativa. Todas las religiones establecen como deben comportarse las personas; desde el no robarás y no matarás, hasta la alimentación y las relaciones familiares y sociales.

 

Muchos de esos mandamientos han inspirado las leyes civiles y están recogidos en los ordenamientos jurídicos por los que se rigen las diferentes comunidades. Incluso se aplican en la vida diaria como si fuesen derecho positivo. Pero, en general, las leyes 'humanas' son muchísimo más minuciosas, coercitivas y eficaces que las 'divinas' y, al menos en el mundo occidental, los códigos legislativos de origen civil se han impuesto a los de raíz religiosa. Así que en este importantísimo apartado, la necesidad de la existencia de la religión también está en franco retroceso.


Queda el apartado que más angustia a los seres humanos, incluidos los que son ateos: ¿que hay más allá de la muerte? Cada conjunto de creencias religiosas y antirreligiosas tiene su explicación, pero ninguna de ellas, ni siquiera las que no creen en 'el más allá', aportan pruebas irrefutables sobre si la muerte es un punto y seguido, un punto y aparte o un punto y final. Por ahora no pasa de ser una sucesión de puntos suspensivos, pues tampoco la ciencia ha podido desvelar el enigma.


En este tercer apartado, las religiones mantienen la posición más fuerte, pues aunque no den explicaciones incontestables, al menos ofrecen unas esperanzas que ni la ciencia ni el agnosticismo ni tampoco el ateísmo aportan. La cercanía de la muerte, una de las etapas de la vida en la que más débil se muestra el ser humano, hace que muchas personas 'descreídas' se reconcilien con la religión. Se suelen interpretar estas conversiones postreras como gestos de cordura, cuando en realidad son muestras de una debilidad extrema y del exacerbado temor a la muerte que esa misma debilidad genera, mientras que los gestos de cordura se asientan generalmente en la fortaleza del ánimo.


Si el impacto social de las creencias religiosas está retrocediendo en dos de las tres funciones primordiales que se les atribuyen en este texto, ¿debe inferirse de ello que la religión no sólo esta en retroceso, sino que terminará por desaparecer?


No.

 

Mientras quede algún vestigio de la sociedad que la puso en pie, es muy difícil que una religión desaparezca. En la Península Ibérica desaparecieron las religiones prerromanas y Endovélico, Ataecina y otros dioses muy poderosos en su momento, por el respeto que se les tenía, pasaron de los altares a los museos; desapareció el Imperio Romano y la Hélade y sus portentosas divinidades pasaron de ser espíritus temidos a convertirse en mármoles admirados.


Las grandes religiones, por el extraordinario número de sus fieles, están tan extendidas actualmente que resulta absurdo vaticinar su desaparición. Además, ni los avances científicos ni la maquinaria legislativa hacen menos frágiles, ni menos pequeños ni, por supuesto, tampoco menos simples a los seres humanos. Más bien ocurre lo contrario. Así que en vez de reducirse el número de las religiones existentes en la actualidad, lo más probable es que aumente, aunque la cantidad de fieles practicantes sea menor, tanto desde el punto de vista individual, en cada religión, como globalmente, en el conjunto de ellas.

 



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