Supongo que además de una denominación comercial y hasta de una identidad de ficción, este personaje, al que me resisto a llamar espantapájaros, tiene un nombre propio, por el que lo conocerán en su casa. Como no sé cuál es, lo llamaré Pánico, aunque me suene a pan con miedo.
Pánico ha reaparecido. Ocupa un sitial de preferencia en el chaflán de una esquina en el pacense paseo de San Francisco, lugar en que ya ‘se apareció’ hace unos meses. Estuvo unas semanas y desapareció reemplazado por un personaje de corte militar.
Desde el balcón acristalado de un segundo piso, Pánico muestra su rostro descompuesto y su atuendo negro. En su aparición, alzaba una mano, la derecha, como si saludase a la romana, pero en realidad empuñaba un puñal o, al menos, así lo parecía a ras de suelo, desde las baldosas de la calle. Ahora, parece que agarra un hierro del balcón. Tal vez trate de escapar de su cárcel.
Encerrado en su urna de cristal, Pánico pudiera ser un cadáver expuesto a la adoración pública, o una diva -no se adivina el sexo- conservada en el formol de su soberbia o, incluso, una máscara del Carnaval levantada en armas contra la Cuaresma.
Pero para mí que es una autoridad presidiendo una corrida de toros. Encastillado en su balcón, contempla el discurrir de la lidia, de gente que va y viene, que entra y sale de Hacienda, que hace un alto en uno u otro kiosko del paseo de San Francisco, santo y seña de Badajoz, para tomarse una cerveza y ver pasar el tiempo, que barre cagadas de palomas, que pasea al perro, que empuja el carrito de un bebé y arrastra a otro niño que camina a regañadientes, que protesta y se manifiesta por mil y una razones, que cruza entre arriates embebida en el confesionario de su teléfono móvil, que pasa junto al templete de la música sin reparar ni en su existencia ni, por supuesto, en la importancia de su arquitectura forjada en hierro, que...
Sí, definitivamente, Pánico preside la corrida pacense. Ha reaparecido, como los toreros, y desde sus órbitas vacías contempla a la ciudadanía con espanto. Lo suyo debe de ser una vocación muy firme. Sin embargo, a pesar de las faenas que continuamente se ven en la ciudad, no hay constancia de que Pánico alguna vez haya concedido un trofeo. Ni oreja, ni rabo, ni nada. Ni siquiera uno. Ni una miserable vuelta al rectángulo del paseo para los integrantes de una terna con años de escalafón, varios toricantanos y algún que otro sobresaliente.
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