Pedir perdón es una muestra de humildad, un reconocimiento de los errores cometidos y un gesto que evidencia grandeza de carácter.
Exigir que te pidan perdón es una demostración de soberbia, un exabrupto de arrogancia y un intento de humillar a quien se le exige que pida perdón.
Exigirle al jefe del Estado de un país que pida perdón por los presuntos abusos cometidos hace 500 años, como acaba de exigirle AMLO, también conocido como Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, a Felipe VI, rey de España, es un clara demostración de soberbia, de arrogancia y de total carencia de sentido común por parte del mandatario mexicano.
Porque ni el Rey ni los actuales gobernantes de España ni la ciudadanía española tienen culpa ni responsabilidad alguna por lo que ocurrió o dejó de ocurrir hace 500 años.
La España actual es muy diferente a la que conquistó América. El mundo entero es completamente distinto; la realidad mundial del siglo XXI es difícilmente equiparable a la que había en los siglos XV y XVI. Pretender medir y sancionar hechos del pasado con criterios actuales equivale a tergiversarlos haciéndolos pasar por el confesionario de la historia, como si el arrepentimiento fuese un jarabe que pudiera recetarse, en vez del resultado de un proceso interno en el que confluyen impulsos emotivos y sosegadas reflexiones.
Exigir que te pidan perdón y, por lo tanto, mostrar arrepentimiento, es tan ridículo como exigir amor. Se le pida al Rey de España o se les pida a los asesinos de ETA. Te pueden querer o no, pero exigir que te quieran es una estupidez sólo al alcance de personas devoradas por su egocentrismo.
Ni siquiera puede exigirse que un estado pida perdón a otro esgrimiendo principios éticos o morales. Las relaciones entre los estados no se basan ni en la moral ni en la ética. Se basan en acuerdos bilaterales o multilaterales, en la ley, en el derecho positivo. Y hace 500 años, el ordenamiento jurídico amparaba acciones, aunque sólo fuera por omisión, que actualmente no cuentan con ese beneplácito.
Pero, en cualquier caso, si alguien tuviese que pedir perdón por los abusos que se hubieran cometido durante la conquista de América tendrían que ser los descendientes de los conquistadores y de quienes les ayudaron a conquistarla. La Conquista fue una operación tan gigantesca que en modo alguno podría haberse llevado a cabo con una cifra ínfima de soldados desconocedores del terreno, mal pertrechados, a miles de kilómetros de su casa y en inferioridad de condiciones con respecto a los aborígenes del Nuevo Mundo.
Sin la ayuda de la ‘lengua’ Malinche, llamada también Doña Marina, como muestra de respeto e integración, nacida en lo que actualmente es el estado mexicano de Veracruz, y sin el apoyo de totonacas, de tlaxcaltecas y de otras tribus, ni Cortés, ni Pizarro, ni Valdivia, ni Alvarado, ni Hernando de Soto, ni Vasco Núñez de Balboa ni los demás descubridores, conquistadores y evangelizadores podrían haber llevado a cabo sus hazañas.
Si alguien debe cargar con la culpa de los abusos deben ser los descendientes directos de quienes los cometieron. Y tengo la impresión de que la mayoría de ellos están en América. Es más, para ser ecuánimes, es el presidente de México, como descendiente de españoles, quien debería pedirles perdón a las víctimas de tales abusos. ¿O es que el señor López Obrador, de origen cántabro, se considera la reencarnación de Moctezuma?
(Centésimo octavo artículo publicado en extremadura7dias.com,
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