Cartas entre Juancho y la duquesa
José Joaquín Rodríguez Lara
Cáceres, 20 de mayo y nublado.
Admirada duquesa de Aveiro:
Señora, disculpe la osadía de pretender enjugar en su pecho el pesar que me causa la pérdida de nuestro común amigo don Juan José Viola Cardoso.
Tan pronto como hemos dejado a Juancho en el cacereño camposanto de Sierra de Fuentes, al cuidado de su madre, que le esperaba desde hacía años, mis ojos se han elevado al cielo. La buscaban precisamente a usted. Pero un toldo de nubes deshilachadas arropaba los llanos de Cáceres durante esta mañana de estufa fría y no la he encontrado.
Al no haberla visto ni en la iglesia de San Mateo ni tampoco en el cementerio sierrafuenteño, he buscado su sereno rostro en mi memoria. Y no sólo como remedio para el desconsuelo. También como humilde homenaje al amigo y al caballero que se nos va.
Bien sé, señora duquesa, que a usted le duele tanto o más que a mí la marcha de Juancho. Y tiene usted fundadas razones para ello. A fin de cuentas, es usted, señora duquesa de Aveiro, letra de la letra y carne de la carne de nuestro común amigo.
En el funeral de Juancho he visto, y hasta he saludado, a más de un personaje. Usted no estaba entre ellos porque usted, admirada duquesa, no es un personaje, usted es una persona.
Lo descubrí mientras editaba las cartas que, una semana tras otra, le enviaba Juancho. Aquella tarea laboral fue muy enriquecedora para mí. A través de las 'Cartas a la Duquesa de Aveiro' la encontré a usted y logré conocer profundamente a nuestro amigo Juancho.
Con qué facilidad enlazaba el refinamiento y la elegancia de los salones con la autenticidad y la rústica galanura de la gente del campo. Juancho hizo de la amistad un templo y de la conversación una religión. Frecuentó a nobles y a plebeyos, a vaqueros y a banqueros, y con todos supo tener el trato adecuado en cada situación. Fue un hombre tan risueño en la amistad como serio en los compromisos.
Y le gustaban los teckels, como a mí. Cuando Sali (en realidad se llamaba Salima), mi segunda téckel, salió en celo, la llevamos a Cáceres para cruzarla con el téckel del consul de Portugal, cargo y sobrenombre que ha acompañado a Juacho hasta el nicho de Sierra de Fuentes. Así conocí a nuestro amigo: emparejando teckels.
Después, todo fue muy sencillo: hablábamos, nos reuníamos para comer, nos pasábamos textos literarios... Me pidió un téckel y se lo di; él me regaló un burro entero que lleva años oteando el Norte desde el alto mirador de Los Cañuelos, a los pies del castillo de Salvatierra de los Barros. Se llama Roberto, pero le llamamos Bertín porque Roberto nos parece inapropiado para un ser tan noble y cariñoso.
Muchas veces conversé con Juancho sobre usted, admirable señora. Tenía él un cierto pudor al hablar de la Duquesa de Aveiro, de como se le había aparecido en el campo, en la espesura del ramaje, allí donde la intimidad de la naturaleza se hace pasión y misterio. Él la apreciaba mucho, señora, y yo me impregné de ese afecto sin haberla visto más que a través de los visillos de 'Cartas a la Duquesa de Aveiro'.
Me gustaría haberla conocido personalmente, palpar la dulzura de su voz, aspirar el perfume de sus cabellos, oírla cabalgar por las cañadas... Cualquier cosa que me convenciese de que es usted un sueño, encantador, pero sólo un sueño, imaginación de la imaginación de Juan José Viola Cardoso, conversador, cazador, escritor, cónsul de Portugal en Cáceres, brote de la tierra trasplantado a los salones, amigo, creador de mitos, experto en lobos, en veredas y en pastores, enamorado del pinar de Jola, la joya de la corona, hombre cabal, siempre fronterizo, haciendo camino entre España y Portugal, un hidalgo de ley entre la nobleza y el surco.
Creo que así era Juancho e imagino que, al otro lado de los celajes, así será usted, admirada señora.
Si cuando cabalgue por los campos vuelve usted a encontrarse con Juancho, dígale, por favor, que sigo a su disposición para editar cuantas cartas le escriba. Siempre será un honor hacer de cartero entre el amigo Juancho Viola y la admirable Duquesa de Aveiro.
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