Barcarrota le debe una calle a Fernando Serrano y la Junta, una medalla
José Joaquín Rodríguez Lara
Desde el alto que coronan los mataderos, la carretera juega a ser un martín pescador y se lanza en picado hacia el arroyo de los Linos que, camino del río Guadiana, une su menguado caudal al del Valbellido para darle agua al arroyo de la Pata de la Mora, cuyo cauce desemboca directamente en el embalse de la rivera de Nogales (Unión Europea).
Me gusta este tramo de la EX-320 y cada vez que pasó por él, en dirección a Barcarrota (UE), aprovecho para hablar un poco con mi amigo, con mi hermano, Fernando. Yo siempre le doy novedades, en voz alta, y él me escucha en silencio.
Ya sé que no se puede hablar de viva voz con los muertos. No estoy tan loco. No se les puede hablar ni de viva voz, ni con el baile brujeril de la ouija, ni recurriendo a los médiums, ni a otras sandeces infranaturales.
A quienes ya se fueron para siempre de nuestro lado sólo se les puede hablar con el corazón. Por eso pongo el corazón, todo mi corazón, en cada una de las frases, de las palabras, de las sílabas, de las letras y de los silencios que dedico a Fernando Serrando Mangas, mientras desciendo hacia el hilillo verdinegro que dibuja el arroyo de los Linos y me aproximo a la última morada del hijo más insigne que Salvaleón (EU), ha dado al mundo.
Hace ya más de cuatro años y medio que la maldita enfermedad nos robó a Fernando. En tierra quedó su impresionante obra, páginas y más páginas de pulida prosa, fichas con datos valiosos, ideas apenas esbozadas, pero lo mejor de él, su viva inteligencia, su incansable capacidad de trabajo, su curiosidad nunca satisfecha, su generoso afecto, su mente abierta al mundo, su universal socarronería de pueblerino sabio… todo esto y mucho más se lo llevó el mismo viento que preñaba las velas de las naos para abrir veredas en el Océano y empedrar con sueños, con vida, con pensamientos, con oro y con plata del Nuevo Mundo, el hondo camino de la Carrera de Indias que Fernando hizo y deshizo durante años navegando sobre miles de legajos en el Archivo General de Indias, en Sevilla (UE) y en otras catedrales de la memoria.
Algunas de las muchas personas que conocieron a Fernando por sus libros, por sus artículos, por sus conferencias y su actividad docente saben lo que perdimos con su muerte. Y otras, que sólo le trataron como vecino, colega, transeúnte o conciudadano, tal vez nunca lleguen a imaginar lo que fue el profesor, historiador, investigador y escritor don Fernando Serrano Mangas, porrinero, extremeño y doctor en Historia por la Universidad Hispalense.
Tal vez algún día, alguien casi tan capaz como él, tan enamorado de la investigación como él, tan despierto y generoso como él tenga el honor de desempolvar sus fichas y reanudar el trabajo que el gran investigador dejó sin concluir.
En los trazos de esas minuciosas anotaciones, Fernando ordenó datos reveladores. La enfermedad lo derribó cuando, entre otras cosas, estaba trabajando en los misteriosos orígenes de Hernando de Soto; y nunca concluyó su investigación sobre Milano, el naviero judío que contaba con una flota de barcos en Sevilla, para comerciar, y tenía propiedades en Barcarrota, Salvaleón y en otras localidades extremeñas.
Son piezas del mosaico que componen el pasado, el presente y sin duda el futuro de la historia extremeña. Todas ellas y otras teselas históricas deben de estar guardadas bajo siete llaves, en el cofre de sus fichas, tan inmunes a la perdida, como expuestas al olvido.
Ya perdimos a Fernando una vez, el 19 de enero del año 2015, y no deberíamos cometer el error de echar cada día un esportón de tierra sobre su memoria. Todo lo contrario. Es imprescindible mantener en pie su obra, como fuente de conocimiento e inspiración, y su trayectoria vital, como ejemplo de que, con ambición y tesón –Fernando fue una autoridad mundial en la Carrera de Indias-, se pueden alcanzar las más altas cimas profesionales aunque se nazca en el seno de una familia humilde y se crezca en un pueblo de la Extremadura preterida.
En un pueblo como Salvaleón, que honra al profesor Serrano Mangas vinculando a su nombre un colegio, un archivo y su casa de cultura.
La Fundación Academia Europea e Iberoamericana de Yuste (que es más de la UE que Bruselas) le recuerda convocando el premio de investigación a través de tesis doctorales ‘Fernando Serrano Mangas’, “con el propósito de fomentar y apoyar las creaciones científicas relacionadas con el ámbito europeo e iberoamericano”.
La Junta de Extremadura, sin embargo, se olvida de él cuando concede las medallas de la región. En este apartado es como si Fernando nunca hubiese existido. No le publicó su imponente libro ‘El secreto de los Peñaranda’, en el que Fernando Serrano Mangas dejó claro como el agua quién, cuándo y el porqué emparedó en el doblao (vulgo desván) de una casa del llano de la Virgen los once textos, hallados en 1992, que integran ‘La Biblioteca de Barcarrota’, entre los que brilla con la luz de un gran diamante una edición, hasta entonces desconocida, de ‘La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades’.
Fernando tuvo en sus manos esas joyas, esos once textos, cuando ni la Junta de Extremadura sabía que existían y antes de que las mentes más preclaras de las de Madrid buscasen sin éxito una explicación a la procedencia de los libros.
Descubrir su origen, ponerle nombre y apellido a su propietario, establecer la época en la que fueron emparedados y dejarlo todo por escrito, negro sobre blanco, no fue suficiente para que la Junta publicase ‘El secreto de los Peñaranda’. Fernando se vio obligado a salir fuera de la región, cosa muy rara, pues ya se sabe que los extremeños nunca necesitan emigrar para vivir o triunfar, para que se publicase, en el año 2003, su extraordinaria obra.
Por entonces, la Junta, liderada por el presidente Juan Carlos Rodríguez Ibarra recurría a expertos ajenos a Extremadura, como el profesor y académico Francisco Rico, para aclarar el misterio de los libros emparedados durante 400 años en un doblao de Barcarrota. Rico atribuyó el emparedamiento a “un librero irresoluto e ignorante”. Fernando Serrano rebatió esta peregrina afirmación, de dudoso gusto intelectual, demostrando que no había sido “un librero irresoluto e ignorante” quien escondió los libros, sino un médico judío, natural de Llerena (EU), población que le ha dedicado una calle, y vecino de Barcarrota llamado Francisco de Peñaranda.
Unos años después, en el 2010, haciendo gala de su nobleza y generosidad, Fernando, a través de la Biblioteca de Extremadura, que entonces dirigía el novelista Justo Vila, le regaló a la Junta, a la sazón ya presidida por Guillermo Fernández Vara, un libro, una joya bibliográfica, un tesoro, un ejemplar de la edición príncipe de 'El Romancero del Cid', editado en Lisboa en 1605. Es uno de los tres ejemplares que se conocen de esa fecha, anterior a la edición más difundida, de 1611. Uno de esos tres libros pertenece a la Universidad de Harvard; otro desapareció en Portugal; el tercero está en la Biblioteca de Extremadura gracias a Fernando Serrano Mangas.
‘El Lazarillo’ y los demás textos de ‘La Biblioteca de Barcarrota’ y esa edición príncipe de 'El Romancero del Cid' forman parte del tesoro de la Biblioteca Regional de la Junta de Extremadura. Un tesoro estrechamente vinculado a Fernando Serrano Mangas, al que el Gobierno regional extremeño, tan pródigo en el reparto de condecoraciones a quienes le cantan o le bailan el agua, nunca ha concedido la medalla de Extremadura. Creo que es de justicia saldar esa deuda. No hay excusa posible. Vara le concedió en el 2018 esa misma condecoración al pintor Jaime de Jaraíz, fallecido once años antes.
También estamos en deuda con Fernando, con Carmen, su viuda, y con sus hijas y demás familiares, quienes hemos nacido o vivimos en Barcarrota. El pueblo le debe al menos una calle al profesor Fernando Serrano Mangas, que nació y vivió en Salvaleón y se desvivió por Barcarrota, donde estudió el Bachillerato, donde investigó y donde sacó a la luz la extraordinaria peripecia histórica de ‘El Lazarillo’ y de sus diez compañeros de cautiverio. Afortunadamente son más de uno los porrineros muy relacionados con Barcarrota, pero pocos, si es que hay alguno más, se han vinculado a este municipio con tanta intensidad y con tan gran repercusión como Fernando Serrano Mangas, cuyo nombre debe, más pronto que tarde, darle nombre a un tramo urbano de la carretera EX-320, el cordón umbilical que comparten Barcarrota y Salvaleón. Además de una carretera, la EX-320, que tantas veces recorrió el descubridor del secreto de los Peñaranda, debe ser la avenida de Fernando Serrano Mangas.
Espero que algún día lo sea y que yo pueda contárselo a mi amigo Fernando mientras bajo la cuesta de la EX-320, seguramente por el otro lado, desde el alto de Paniagua, en dirección al arroyo de los Linos. Lo más probable es que lo celebremos después en el café bar Centro, de Salvaleón, con sendas copas de mosto y aceitunas machás (vulgo, machadas, machacadas y hasta maltratadas) como siempre le gustó hacer a Fernando, para quien si no había aceitunas machás, no había mosto (vulgo Salobreña) ni necesidad alguna de celebración.
Magnífico artículo, Joaquin. Sólo una cosa: "El secreto de los Peñaranda" fue reeditado -bellamente- por la BIEX....
ResponderEliminarGracias por el elogio. La reedición de 'El secreto de los Peñaranda' beneficia a Extremadura, pero no borra el desprecio con el que la Junta, negociado de Cultura, trató a Fernando Serrano y a su obra. A las autoridades extremeñas, desde Ibarra hasta Vara, les encanta hacer gala de un papanatismo interesado para el que ser extremeño es un desdoro y no serlo, un mérito generalmente muy bien retribuido.
ResponderEliminarGracias amigo por este relato,recordar a un compañero de colegio me trae mucha nostalgia.un abrazo.
ResponderEliminarGracias a ti, amigo.
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