domingo, 6 de octubre de 2024

En la Universidad de Badajoz


José Joaquín Rodríguez Lara


Pasear por los mercadillos es como realizar un peripatético y ocasional curso en la Universidad de la vida. Se aprende muchísimo. Yendo a clase todos los domingos, o todos los martes, los jueves o el día de la semana que tenga a bien el alcalde, a poco que se preste atención se sale del mercado poligonero con una licenciatura, y hasta con un doctorado, en bragas, colchas de hilo, castañas, orégano, aceitunas, cinturones y demás bienes imprescindibles para tener una existencia plena.

    Hace años, muchos, muchos años, había folcloristas y escritores que recorrían las calles y las plazas y los campos escuchando, anotando y publicando refranes y pregones populares casi tan impactantes como los actuales de calcetines a un euro. Eran los acentos de aquel mapa.

        ¡Cántaros y barriles. Porrones vedriaos!, gritaba el botijero de Salvatierra de los Barros, acompañado siempre por el burrillo que le hacía las veces de establecimiento, mostrador, furgoneta y almacén. Los botijeros fueron siempre profesionales valientes, esforzados y austeros que han recorrido el mundo con sus cacharros y sus pregones. Llegaron hasta el Amazonas. Las mujeres del norte de Europa les compraban la loza por compasión. Les apenaba ver a los burros, a los que les daban caramelos, todo el día cargados con las angarillas rebosantes de tiestos. En el último cuarto del siglo XX, los botijeros salvaterreños se instalaron en las playas mediterráneas y adecuaron sus pregones a las nuevas circunstancias. Very good, very nice, aseguraba el famoso Bonanza mostrándole los pucheros a las bañistas.

      ¡Puntillas. Tiras bordás!, pregonaba el vendedor de encajes y coloridas orlas para los vestidos. O ¡El último. Uno me queda. Me queda uno. Seis mil pesetas a la peseta!, anunciaba incansable el lotero, repartidor de fortunas etéreas. 

     Todo ello hay que darlo prácticamente por desaparecido. Por obra y gracia de los grandes medios de comunicación, aunque en Extremadura nos hayamos quedado atascados en el polvo de los caminos de asfalto y en el humo de las vías férreas de tierra, vivimos sumergidos en una sopa publicitaria en la que casi todos los pregones suenan lo mismo. Y si es americano, mejor. 

        Mientras recorría las aulas de la Universidad de Badajoz, en el polígono El Nevero, he visto un cartel que me ha llamado la atención. Gajes del oficio. Se trata de un letrero escrito con letras de imprenta en una cartulina plastificada de color verdiamarillo anaranjado algo gris. El cartel, colgado entre la mercancía, viene a decir: estos artículos no tienen cambio ni devolución. Una forma sencilla y directa de informar a la clientela de que si compra ahora, calle para siempre. Eficaz advertencia que ha desaparecido hasta de las bodas. Rápidamente he buscado al jefe del puesto, he esperado que dejase de hablar por teléfono y, muy respetuosamente, le he ofrecido mi colaboración. Señor, perdone usted la impertinencia, le he dicho, pero puede mejorar el letrero diciendo que sus artículos no tienen cambio ni marcha atrás. El hombre me ha mirado fijamente y se ha sonreído. Sí, sí. Está bien tirao, me ha dicho. Creo que le ha gustado. Lo mismo, a partir de ahora, cambia el currículo de su asignatura.

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