Aparte de mí su programa
José Joaquín Rodríguez Lara
elpostigodelara.blogspot.com
"Programa, programa y programa", decía don Julio Anguita resaltando la importancia de los compromisos políticos. Y tenía toda la razón el líder andaluz. Lo que ocurría, entonces, es que el programa era él. La declaración de intenciones y de objetivos de aquel Partido Comunista y de aquella Izquierda Unida residían en don Julio Anguita. La gente podía o no compartir su ideología comunista, pero creía en su honradez. Lo mismo que creyó en la honradez de Gerardo Iglesias, que dejó la política y pidió la reincorporación a la mina.
¿Queda en España algún político en uso que genere un grado equivalente, no digo superior, solamente parecido, de confianza?
No afirmo que los políticos actuales sean todos unos delincuentes. No es verdad. No lo son. Los hay merecedores de ingresar en el campo de concentración de Guantánamo, o en la cárcel de su pueblo. Y otros que han perdido la pátina de la honradez no por arrastrarla por el suelo, sino por compartir militancia política, banco parlamentario o gabinete de gobierno con quienes han hecho de la delincuencia su modus operandi.
De forma real o vicaria están manchados todos, a ojos del electorado. Limpiar esas manchas va a ser dificilísimo. Casi imposible. El servidor público que roba cava muchas tumbas. La suya. La de sus hijos. La de la sociedad a la que se había comprometido servir. Las de lo demás políticos.
La imagen pública del político, la actitud que genera, siempre ha sido más importante que los proyectos que vende. Ahora no es más importante. Ni siquiera muchísimo más importante. Es determinante. Crucial. Fulminante. Definitiva. España está cayendo al abismo y hemos llegado al punto de no retorno.
Así que aparte usted de mí ese programa electoral. No voy ni a mirarlo. No me interesa. No creo en él. No creo en usted. Lo conozco tanto y tan bien, como político y como persona, a pesar de que nunca hayamos viajado juntos ni comido juntos ni delinquido juntos, que de usted no espero nada bueno.
Creo que no se debe votar a una ideología. Se debe darle el voto a las personas a las que se considere más capaces para solucionar los problemas que tiene la sociedad. En cada momento. Independientemente de la ideología que tengan esas personas. He llegado a votar a cuatro partidos diferentes en unas mismas elecciones generales.
Cambio la orientación de mi voto cada vez que lo considero necesario. Y no por el contenido de los programas. Por la credibilidad de las personas. ¿Qué puede hacer un gobernante que no pueda hacer otro en un mundo vigilado por las armas, controlado por el capital, socavado por la delincuencia, infectado por la desesperanza? ¿Qué grado de holgura, de alternativa honrada, cabe en la gestión pública? ¿Un instituto? ¿Media carretera? ¿Un impuesto más o menos justo? Nada. Nada que sea determinante para mejorar la sociedad.
Para mejorarla de verdad. El programa se lo lleva el viento y no deja ni las letras ni el papel. Lo único que tiene peso en la política, como en casi todos los órdenes de la vida, es la honradez. La credibilidad.
El programa, programa, programa está muy bien. Pero un programa sin Anguita es como un jardín sin flores. Si por un prodigio esotérico resucitase don Julio Anguita González y se presentara ahora en España a cualquier elección, la ganaría de calle y con mayoría absoluta.
Y no por su programa. Por su carisma. España está pidiendo a gritos políticos honrados que además sean honestos, que de sinvergüenzas y puteros ya vamos servidos.
Anguita sería presidente del Gobierno y, siendo republicano irrecuperable, mostraría más respeto a la Constitución y a sus instituciones que muchos constitucionalistas de nuevo cuño. Estoy convencido de ello.
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