Con la muleta al brazo
José Joaquín Rodríguez Lara
EL catalán Miguel Poveda ofreció el martes en Mérida un concierto, titulado ‘La bien amada’, que encantó al público. Los flamencos más exigentes hubiesen querido que el concierto fuese más ‘jondo’; algunas fans intentaron que fuese más ‘colorista’ y el cantaor, generoso pero en su sitio, se entregó en la copla, se asomó al hondón del cante y se dejó querer en los boleros. El público, puesto en pie, se lo agradeció con numerosos y largos aplausos.
Escuchar a Poveda en la noche emeritense fue una delicia y una demostración de que lo clásico, si es bueno, ni pasa de moda ni choca, aunque pregone valores superados por la historia. Cantó Poveda ‘Ojos verdes’, pieza con la que triunfó Miguel de Molina, así como la zambra ‘La niña de fuego’, tan ligada a Manolo Caracol, y otras piezas cuyas letras no por archisabidas ni políticamente incorrectas –la llamada canción española, en general, es notablemente machista y, de haber sido escritas hoy, sus letras generarían no poca polémica–, dejaron de interesar al público asistente. Un público que había ido a escuchar a Miguel Poveda cantar las canciones de siempre y al que no había que explicarle el porqué llega montado a caballo el protagonista de ‘Ojos verdes’, ni tampoco qué es el quicio de una mancebía. La gente quería escuchar al barcelonés cantando coplas clásicas y se habría reído y hasta habría echado los pies por alto si Poveda, para adaptar la copla a los tiempos actuales y para que el público comprenda lo que escribieron Quintero, León y Quiroga, al protagonista de ‘Ojos verdes’ en lugar de ‘cantarlo a caballo’ lo hubiese llevado en una motocicleta de gran cilindrada, y a la que estaba apoyada en el quicio de la mancebía, la hubiese ‘retratado’ sentada en la barra de un‘puticlub’. Para facilitarle al público la comprensión de los clásicos, Poveda cantó e interpretó la copla, que es un género de mucho teatro, pero no la desarmó. Tuvo un respeto hacia losautores quemuchas, pero muchas veces no tienen los directores de teatro que presentan montajes en el Festival de Teatro Clásico (pero en ocasiones muy revuelto) de Mérida.
El problema que tienen los clásicos es que han dejado de escribir. Ya. Y Quintero, León
y Quiroga hace tiempo quedejaron este mundo. Pero ahí está su obra, para que los artistas como Miguel Poveda la interpreten y el público la disfrute, sin necesidad de disfrazar a los generales griegos de ejecutivos agresivos ni de llenar la escena del Teatro Romano de artefactos. Los clásicos no son intocables, por supuesto, pero muchas cosas de las que dijeron hace milenios siguen valiendo. Sus obras perduran y algunas de las ‘deconstrucciones’ que se han hecho de ellas, y que se han puesto sobre la escena del Teatro Romano, duraron lo que dura una rueda de prensa.
Poveda triunfó el martes y loh izo sin artificios. Con una parquedad de medios que asusta. Cantó sobre una tarima, acompañado al piano por Juan A. Amargós, iluminado por una docena de focos y con la noche emeritense y la Luna como testigos. Y no cantó en el Teatro Romano, sino en un rincón de la Alcazaba, posiblemente en el más feo, ante las cupas y otras piedras que los árabes sacaron de las necrópolis de Augusta Emérita para hacer el murallón de la fortaleza musulmana, que tiene mucho más valor histórico que artístico. Era como verle cantar delante del clásico mix de clásicos: piedras romanas en una pared árabe. Cuando terminó de cantar, a modo de muleta se terció la americana sobre el antebrazo izquierdo y salió por la puerta de hierro, como un torero triunfador, entre los aplausos del respetable. Donde se pongan los clásicos y los artistas que los entiendan y la gente que se viste por los pies no cabe el fracaso.
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