Un mar de nata
José Joaquín Rodríguez Lara
La niebla es algodón de lluvia, es merengue de luz y puntos suspensivos sobre la certidumbre del paisaje. Me encanta verla desperezarse en el valle del Guadiana, desde Badajoz hasta Salvatierra de los Barros, y contemplar como trepa por las faldas de los cerros y se desborda en los collados, lo mismo que si fuera espuma de leche escapándose del hervidor. En las mañanas de niebla, apetece tomar el sol, allá en la alta playa de Los Cañuelos o de Peña Utrera, a la vera del castillo, entre encinas, castaños, higueras y zarzales, tumbado frente a un mar esponjoso y barbado de limpia nata.
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