Patía de la buena
José Joaquín Rodríguez Lara
CUENTAN que Shakespeare mató a Mercucho, el locuaz espadachín amigo de Romeo, para que no terminara seduciendo a Julieta y quedándose, además, con la taquilla. Algo parecido le hizo el ONLAE al Calvo de la Lotería. Se lo cargó para salvar al Gordo y para ahorrarse el pico que cobraba, que no era precisamente una terminación. Perdimos con el cambio. Hay gente a la que no le toca la lotería desde que se cargaron al Calvo; incluso la hay a la que no le toca desde antes de que se lo cargasen. Pero no por ello dejan de soñar. Badajoz más que Cáceres.
Ahora, en vez del Calvo que repartía suerte, sale una chica rubia que la comparte. Es guapa, pero hay gente a la que no le gusta y pide que se la carguen. Que desaparezca su anuncio y toda la publicidad sobre juegos de azar, reclama una organización de ludópatas suficientemente rehabilitados para saber que jugarse el puchero al azar es malísimo, pero no tan repuestos de su adicción que no corran el riesgo de volver a caer en la ruleta del desvarío.
Es comprensible que reclamen -el gato escaldado del agua fría huye-, pero el mayor ludópata de este país, el Gobierno, que juega a todo y siempre le toca, seguramente no esté por la labor. También se comprende. Hay que publicitar el chiringuito playero, aunque se ahoguen de fatiguitas quienes ya no saben nadar y tampoco hacen pie. El negocio es el negocio.
Y no es que el Gobierno se desentienda de la ludopatía; le preocupa tanto o más que la cardiopatía, la antipatía y todas las patías juntas. Hasta le preocupa la simpatía, que, a pesar de tener patía, es como el colesterol bueno. No daña. Y le preocupa tanto que tiene como portavoz a María Teresa Fernández de la Vega.
Después del Calvo, nadie mejor que ella para repartir..., sonrisas.
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