viernes, 26 de febrero de 2016

Nuevas elecciones

José Joaquín Rodríguez Lara

Cada día parece más inevitable la convocatoria de unas nuevas elecciones generales en España. Me niego a admitir que haya que repetir los comicios, porque si se repitiesen sería en todos sus extremos y volveríamos a estar como estamos: en un callejón con una única salida. Las urnas. Pero me parece muy lógica  y conveniente una segunda convocatoria electoral.


Ni contigo ni sin ti / tienen mis males remedio. / Contigo, porque me matas / y sin ti, porque me muero. La letra de esta coplilla popular puede aplicarse perfectamente a lo que está ocurriendo estos días en el hemiciclo de España. La falta de pactos diluye a las fuerzas políticas, y la posibilidad de pactar las desencuaderna. Como resultado de semejante encrucijada, formar un gobierno estable resulta prácticamente imposible.


Se culpa de lo que está ocurriendo a los políticos, pero el verdadero culpable de la situación es el electorado. Los votantes y quienes pudieron haber votado y no lo hicieron son los auténticos responsables de lo que ocurre, que tiene su origen en la dispersión del voto. La derecha está rota y la izquierda, molida, atomizada, pero hay mucho menos sentido de estado en la población que en los partidos.

De todos modos, aunque la situación política española parezca un laberinto sin salida, no constituye un drama ni mucho menos es una tragedia. Es una situación perfectamente democrática y contemplada en la Constitución, que prevé la convocatoria de nuevas elecciones si en el plazo de dos meses, después de la primera votación de investidura, no se ha logrado formar gobierno.

Si el electorado no lo impide y las fuerzas políticas no optan por las coaliciones electorales, es posible que, en una segunda llamada a las urnas, se repitan los resultados y que, escaño arriba/escaño abajo, volvamos a estar como estamos. Cosa que no ocurriría si la Ley contemplase una segunda vuelta electoral que obligara a los partidos a coaligarse, reduciendo así la dispersión del voto.

Algunas personas consideran la convocatoria de unas nuevas elecciones como la demostración del fracaso de los políticos, exculpando de ese fracaso al electorado. No me parece justo. No es un fracaso, sino una posibilidad democrática, perfectamente constitucional. Y si fuese un fracaso, lo sería de todos, no sólo de los políticos.

Siempre será mejor buscar la solución en unas nuevas elecciones, como establece la Constitución, que llegar a acuerdos de gobierno sumamente inestables que, casi con total seguridad, en el plazo de muy pocos meses obligaría a convocar nuevos comicios.

Pero bienvenido sea todo lo que está ocurriendo si sirve para encontrar una solución que, obligatoriamente, debe incluir una profunda reforma de la Ley Electoral.


sábado, 20 de febrero de 2016

Extremeños sin tierra


José Joaquín Rodríguez Lara


Los extremeños no somos de tierra adentro. Somos de tierra afuera. Los extremeños nacemos en una tierra que, o no es nuestra o nos expulsa de su seno, cual útero estremecido por los latigazos del poder. Político, económico, religioso, social, cultural, periodístico... 

Extremadura no es la tierra de los extremeños. Es el cortijo de otra gente a la que los extremeños recibimos siempre con los brazos abiertos, aunque su llegada acarree salidas. Los extremeños nacemos emigrantes. Aquí las torres siempre son albarranas y los cortijos son o terminan siendo inevitablemete ajenos. Extremadura es muy madrastra con los suyos.


A veces me cuesta creer que Extremadura sea madre e, incluso, dudo mucho que Extremadura sea tierra. Es muy posible que los extremeños vengamos al mundo sobre un mar de polvo, de rumiado olvido, de molida resignación. 

Incluso puede ser que Extremadura sólo sea un galeón que hace una eternidad encalló en los riñones de España, y del que un ejército de hormigas provenientes de lejanos agujeros se han ido llevando los mástiles, el aparejo, los castillos, la fe, las cubiertas, la esperanza y todo lo que había en las bodegas, en una cadena interminable de latrocinios.

Es probable que llamemos Extremadura a lo que sólo son los restos de un naufragio. De un pecio que explicaría la vocación transoceánica de gentes como Hernando de Soto, Hernán Cortes, Francisco Pizarro, Inés Suárez, Vasco Núñez de Balboa, Pedro de Valdivia, Francisco de Orellana y tantos otros hitos de la historia. Porque quinientos años después del descubrimiento y de la conquista de América, de las apolilladas cuadernas del galeón extremeño, de las escuálidas costillas de esto que llamamos Extremadura, continúa saliendo gente con tanta vocación marinera que se echa a la mar sin necesidad de haber visto ni siquiera una playa.

Personas como el desaparecido y eminente historiador, profesor, investigador y escritor Fernando Serrano Mangas, que fue una autoridad mundial en la navegación indiana y cuyo nombre ondea ya en la proa del colegio público de Salvaleón, oteando los cielos del Oeste, las nieblas del Atlántico, para indicarnos que, tanto para la gloria como para la mera supervivencia, los extremeños siempre tendremos marea alta en el Océano.



viernes, 19 de febrero de 2016


Paisaje español con familia


José Joaquín Rodríguez Lara


España es un documental. De la 2. Naturaleza en estado puro. Salvaje. Así que si usted ve una aleta triangular, con pinta de velero, navegando el suelo patrio y dejando tras de sí una estela de caca y na, no lo dude, debajo de España hay un tiburón. Negro. Un depredador despiadado. Experto en la mordida. Ducho en quedarse con la parte del león. Un águila en los negocios con marchamo oficial. Un lince al acecho de todas las oportunidades para-particulares. Un bicho tan maestro del camuflaje que lo mismo disimula un maletín, de cuero, cerrado, con dos candados, sumergiéndolo entre 604 billetes de cien euros, 233 billetes de 200 euros y 1.630 billetes de 500 euros (eche usted la cuenta que a mí me da asco), que asa una vaca con billetes de curso legal para parecer un piel roja haciendo señales de humo desde el Monte Robado de la corrupción. Porque la corrupción española no es cosa de riscos. Es una verdadera cordillera. Suiza. Sobre la niebla que oculta las vértebras del latrocinio hispano, asoman, con nombres, apellidos y hasta siglas, los picos de la desvergüenza. Y entre desvergüenza y sinvergüenza, conectando las cumbres, desde la Penibética hasta la Selva Negra, están  los collados, también llamados cuñados, parientes políticos y familiares en general. A la hora de la comida, llegado el momento de saquear las arcas públicas, la familia es imprescindible. Sin saqueo no hay familia. Ni aquí ni en Sicilia. La familia que roba unida permanece unida. O sea, en familia. En Sicilia y aquí. Salvo que la Justicia y las autoridades penitenciarias la dispersen.


miércoles, 10 de febrero de 2016

El negocio del cine


José Joaquín Rodríguez Lara


Lo peor que tiene el arte no es que te mueras de frío, sino que hasta puedes morirte de hambre a nada que dejes de comer. Por eso la producción artística, que es el más espiritual de los oficios -incluido el oficio religioso-, necesita su miajina de negocio para mantenerse en pie.


Lo saben hasta los músicos callejeros, que tocan la bandurria -o lo que toque- por las esquinas. Por eso mismo lo hacen siempre al lado de una gorra, de un platillo, de la funda del instrumento o de lo que sea. El caso es no tocar en balde, aunque se toque de balde.


Esto lo conocen muy bien todos los artistas. Y aquel que lo ignora, o lo aprende pronto y bien o bien y pronto deja de ser artista.


Lo sabe todo el mundo, pero nadie lo conoce mejor que la gente del cine, el mundo del séptimo arte. En el cine hay mucho arte, pero hay muchísimo más negocio. En realidad, el cine no es un arte, sino una ensalada de artes aderezada con todos los aliños propios de la actividad empresarial. ¿Y qué le da sabor a la ensalada, la lechuga o el vinagre? El negocio.


El cine es teatro -un arte-, y fotografía -mirarte-, y música -escucharte-, y literatura -inventarte-, y maquillaje -pintarte-, y efectos especiales -asombrarte-, y decorados -engañarte-, y peluquería...


Antonio Resines, presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, y Dani Rovira,
presentador de la 30 Gala de los Premios Goya.
(Fotografía publicada por www.lavanguardia.com)

El cine es todo esto y una buena ración de triquiñuelas de negociante. Porque al final, la gente del cine, la que hace cine, la que se gana la vida con el cine, cuando habla de cine habla muy poco de arte y mucho más de negocios. De negocios con arte, pero de negocios. De subvenciones, de financiación, de cuota de pantalla, de recaudaciones, del impuesto sobre el valor añadido, de piratería... El cine es el único arte que se mide en dinero. El valor de una película no está en lo que le aporta a la sociedad, sino en lo que la sociedad le aporta a la película a través de la recaudación. 

 
Como heredero del circo y del más difícil todavía -recuerde usted aquellas películas mudas, incluidas algunas de Charlot, llenas de forzudos y de equilibristas-, al cine no le falta imaginación. Le sobra. Porque hay que tener mucha imaginación para asegurar que sólo hay arte en el arte de hacer negocios con el cine.


Por eso me asombra que un mundo tan imaginativo y lleno de ingenio -aunque sea ingenio prestado- como es el cinematográfico, tenga que recurrir constantemente a las artes ajenas, cuando no a las malas artes propias, para llevarse dinero al bolsillo. Especialmente en España.


El más importante premio cinematográfico de Estados Unidos se llama Óscar, como una retahíla de personajes cinematográficos o paracinematográficos a los que se asocia la estatuilla dorada. En Francia, al más importante galardón cinematográfico se le llama César, ya que el trofeo es obra del escultor César Baldaccini, cuyo apellido suena a cine. En el Reino Unido de la Gran Bretaña, los premios se llaman BAFTA, siglas de la British Academy of Film and Television Arts, institución que los concede.


En España se llaman Goya, como el pintor de Fuendetodos. ¿Por qué? Porque reproducen la cabeza de Goya y porque a don Francisco de Goya y Lucientes, pobre hombre, no lo conocía nadie y es muy justo que la gente del cine le apoye para que sus cuadros, patrimonio de la cultura española, no sigan muriéndose de risa en el Museo del Prado, que es la primera o la segunda pinacoteca del mundo en orden de importancia. Haberle llamado Goya a los premios Goya es una demostración de generosidad del mundo del cine español, siempre dispuesto a hacer lo que sea por los demás de forma absolutamente desinteresada.


Y, por supuesto, no sólo una vez, sino en cuantas ocasiones haga falta. Como un paso más en el proceso de desespañolización, en Cataluña existen unos premios catalanes de la catalanidad cinematográfica y han hecho lo que se suele hacer en España en estos casos: bautizarlos apropiándose del nombre de un artista consagrado por la calidad de su obra no cinematográfica. Los Goya catalanes se llaman Gaudí, como el pobre arquitecto que diseñó el templo de la Sagrada Familia, y al que nadie conocería si no fuera por los Goya catalanes de cine.


Vamos, que el cine es el arte más propio para machacar arte ajeno. Y si es cine español, además, de machacar arte, machaca al Gobierno y al país entero. En Estados unidos el cine es una industria de propaganda, casi de guerra, que vende el sueño americano por todo el mundo. En España el cine es una industria de descrédito que, en buena parte, intenta terminar con la España de la que vive.


¿Por qué tiene tan poco éxito el cine español dentro de España? Pues porque el cine español no quiere a este país, que está integrado fundamentalmente por personas, y lo demuestra tanto en las películas como en las fiestas que organiza. 


Grande no es quien sobresale por encima de los demás, sino quien destaca sin necesidad de cortar las piernas o la cabeza a quienes le rodean, sean internautas o constructores de yates.


Por cierto, ¿para cuándo una película sobre los vericuetos del negocio del cine?


martes, 9 de febrero de 2016

- Me aseguran que la película es muy buena, pero me da pereza ir al cine.
Creo que esperaré a que publiquen el libro.