Elogio a Fernando Serrano Mangas con motivo de la inauguración de un hito, erigido en su honor, entre los términos municipales de Salvaleón y de Barcarrota
José Joaquín Rodríguez Lara
Buenos días.
A título personal, como amigo y como condiscípulo de Fernando Serrano Mangas, os agradezco la asistencia a este sencillo acto.
Nos ha reunido aquí, sobre este balcón del paisaje extremeño, en este viejo camino de herradura que hilvana los campos y los pueblos, el ejemplo de un ser singular, el recuerdo de nuestro añorado Fernando. Una persona que aunó en sí misma virtudes que pocas veces caminan juntas.
Fue Fernando muy de su pueblo, muy porrinero y, a la vez, muy del pueblo de al lado; y subrayo lo de al lado, muy de Barcarrota, donde se le quiere, se le respeta y se le admira como al barcarrotero insigne que fue y que es.
Vivimos en un Estado de amores excluyentes, pero en el corazón de Fernando no cabía el tribalismo. Él, junto a Carmen, su compañera, novia y esposa, con José Manuel Silva, con Modesta Gago, con Santi García, con Isabel Torres y su hermano Leandro, con Aquilino Cuenda, con Emilia Gago, con los hermanos Sanjuán -Dolores, Emilio, Diejo y Juan- con María José Cuenda, con Juan Espinosa, con Eli Cuenda, con José Manuel Ferreira y con tantos y tantos y tantos estudiantes salvaleoneros -sé que me olvido de muchos- él, insisto, nuestro amigo Fernando Serrano Mangas hizo lo necesario para convertir la carretera que conecta a Salvaleón con Barcarrota y a Barcarrota con Salvaleón en una fraternal avenida para la cultura y para la convivencia. Nunca se lo agradeceremos bastante.
Y se hizo en unos años muy difíciles. Cuando estudiar exigía un sacrificio, en tiempo y en dinero, que iba mucho más allá del esfuerzo inherente a cualquier proceso de aprendizaje.
Deseo y espero que, más pronto que tarde, esa carretera se llame avenida de Fernando Serrano Mangas. Pero no para focalizar en él los méritos del estudiantado, de Salvaleon, de Barcarrota, de Almendral y de otras localidades, que se formaron con don Hilario, con don Antonio ‘Cuerda’, con don José Antonio Hernández, con don Modesto Píriz y demás profesores de un centro educativo que, para quienes estudiamos en él, será siempre el Instituto.
Lo importante, en mi opinión, no es homenajear a Fernando, por mucho que se lo merezca, pues ya no lo necesita. Lo verdaderamente necesario es mantener palpitante su ejemplo. Que no se olvide lo que hizo, que fue mucho, aunque también dejó muchas cosas sin terminar debido a que la enfermedad nos lo arrebató en la parte más fecunda de su trayectoria intelectual, cuando tenía todos los conocimientos y la experiencia que exigen la docencia, la investigación y la escritura y, además, conservaba la fuerza, la ilusión, la imaginación y la constancia necesarias para realizar su tarea.
Nació Fernando en una familia sin tradición universitaria ni humanística y aun así alcanzó la excelencia intelectual. Vino al mundo en un pueblo de tierra adentro y, a pesar de ello, cimentó su obra en el océano, investigando y divulgando todo lo referente a las naos, los galeones, los armadores, los astilleros, las singladuras, los pertrechos, los naufragios, la plata y el oro de la Carrera de Indias. Sus investigaciones sobre este aspecto de la historia de España tienen relevancia internacional de primerísimo nivel. Son un verdadero monumento intelectual.
La Junta de Extremadura había contratado, en Madrid y en otras cortes, a los más prestigiosos expertos del momento para desentrañar el misterio del Lazarillo de Barcarrota y demás textos de la Biblioteca que, en 1992, se había encontrado emparedada en la tapia de un ‘doblao’. Los expertos estudiaron los libros, pero nada averiguaron sobre las andanzas de Lázaro y de sus compañeros de tapial. En todo caso, con el trajín del estudio difuminaron un poco más sus huellas.
Sólo por esto, por haber aportado gratis et amore lo que no pudieron aportar los expertos convocados por la Junta, Fernando se hizo acreedor entonces y se merece todavía la Medalla de Extremadura, que es el máximo galardón extremeño. Espero que algún día la Junta reconozca sus méritos, le conceda la medalla, puesto que legalmente es posible, y su familia la recoja en el Teatro Romano de Mérida.
Pero es que, además, Fernando Serrano hizo gala de su generosidad regalándole a la Biblioteca Regional de Extremadura un ejemplar de la primera edición de El Romancero del Cid; un libro impreso en el año 1605. Sólo se conocen tres ejemplares de esa primera edición; uno está en la Universidad de Harvard, la más antigua de Estados Unidos, a otro se le ha perdido la pista y el tercero lo tiene la Junta porque Fernando Serrano Mangas se lo regaló a la Biblioteca de Extremadura para que lo disfrutara toda la ciudadanía.
Podría seguir recordando virtudes y méritos de Fernando para explicar las razones que han llevado a la colocación de este monolito en su honor, pero no encuentro motivo de mayor peso que la esperanza de que los caminos del buen hacer intelectual que abrió y que recorrió Fernando Serrano Mangas tengan siempre quien los transite. Que su ejemplo no sólo no se pierda, sino que fructifique, en Salvaleón en Barcarrota, en Extremadura y en todo el mundo.
Fernando, desde esta costura de los campos en la que este domingo 26 de marzo de 2023 nos hemos reunido en torno a tu ejemplo, justo en la confluencia de las tierras de Salvaleón y de Barcarrota, los dos pueblos en los que vistes la primera luz, te mando un abrazo de agradecimiento fuerte, fuerte, muy fuerte. Cuídanos mucho a todos, amigo, cuídanos.
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