La subasta
José Joaquín Rodríguez Lara
La obra es de gran formato. En su mayor parte es un rectángulo de tres metros de ancho por nueve de alto. Está inclinada en un ángulo de 45 grados. Su base prácticamente roza el suelo. El conjunto descansa sobre un gran caballete de madera que se mueve sobre doce ruedas, una por cada mes del año, también de madera.
En la parte inferior de la obra, casi rozando el borde del lienzo y trazando ligeramente en arco invertido, hay un texto escrito con letras negras, de imprenta: "Soy 'El Negocio'. Me pintó Pascual Morato por encargo y al dictado de don Eulogio Buenadicha, quien pagó todos los gastos."
Las palabras se entrecruzan con las extremidades y las colas de varios perros que devoran lo que parece ser la pata de una silla de plástico; también se ve parte del hondón y un trozo del respaldo. Dos de los chuchos se miran con fiereza y enseñan los dientes sin soltar los despojos del asiento. Un tercer animal, un cachorrete, reclama su parte de la carroña al tiempo que intenta colarse en la pelea.
Casi toda la tela, desde su base hasta la cima, está ocupada por la imagen de una mesa de casino; la mesa de la ruleta, con su cilindro dorado y sus curvas concéntricas, su tapete verde, las 37 casillas, la bola cuya textura imita al marfil, con su ansiedad, su fe ciega, sus miedos, sus frustraciones, sus risas, su desesperación...
En los laterales de la mesa se apiña la sacra congregación de quienes aún creen. Huesos que sin embargo se mueven. Casi todo el mundo está en pie. Hay ancianas con joyas y cabello recién cuidado, viejos de ojos nubosos, mujeres con hijos a cuesta, jóvenes que dan sus primeros pasos como pareja, un señor atildado con gafas de mucho uso que chupa la punta de un lápiz y hace anotaciones en una libretilla, otro, un poco más joven, que arrastra el carrillo de la compra, vacío, gente de jersey sobre mono y de americana y pantalón a juego y con el pelo pintado y con las carnes atravesadas por los metales del capricho. La comezón de la impaciencia se los come y la enredadera de los tatuajes les devora.
No hay fichas. Sobre los números del tablero montan guardia el pan, la leche, los huevos, el arroz, las lentejas, los macarrones, bastantes cebollas, alguna sardina, una coliflor, dos coles, tres tomates... Ojos no. Todas las miradas dirigen su crispación hacia la parte alta del cuadro. Allí están la crupier y su equipo, con uniformes de supermercado, alzando amenazadoramente sus rastrillos para arrastrar la comida hacia la ruleta, la boca insaciable de la banca. Trabajan sin emoción, con muecas muy profesionales, disecadas por la sempiterna repetición.
Un poco más arriba, el empresariado, con traje y corbata, se abraza la barriga intentando contener la risa. A su lado, el presidente del Gobierno, Sánchez que te mastico Sánchez, y sus hacendosas ministras del buen vivir y sus obedientes dirigentes sindicales, de vida resuelta, sus bufones redichos, sus gentilesdamas, palafreneros, asesores y otros alcotanes a sueldo. Desde este horizonte hasta que se acaba la tela se ven las caras, cada vez más diluidas en la grisalla de la penumbra, de parlamentarios y señorías y jueces y señorías y canallas y señorías y más gente de mal vivir y señorías a granel.
En la parte inferior de la pieza, como a un metro de la base, hay un segundo rectángulo, un travesaño, también de lienzo, que le da a la obra cierta apariencia de cruz invertida. "Tú eres Pedro y con tu misma piedra te abriría la cabeza". En cada uno de los dos brazos del patibulum está representada una sala de subastas. "Lote sin número: 'El Negocio', también llamado 'La Hambruna'. Arte moderno. Autoría sobreseída."
En el ala izquierda del lienzo, como si dirigiese una orquesta, el martillero alza al cielo su maza de madera invitando a los postores a levantar las manos y a pujar para quedarse con 'El Negocio'. Durante la subasta de lágrimas ajenas, nadie llora. Está muy mal visto.
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