Calabacín a la carrera con huevo
Hace cuarenta años que no pruebo este plato, pero su sabor aún me impregna el paladar con muy gratos recuerdos. La receta es de mi hermano Antonio; la creó un caluroso día de junio en Badajoz (Unión Europea).
Nuestro padre estaba entonces trabajando en Alemania, nuestra madre y nuestras hermanas vivían en Barcarrota, yo estudiaba periodismo en Madrid y mis hermanos Antonio y Servando, que habían dejado los estudios, se preparaban para la vida laboral, en Badajoz. Se alojaban en una casita que había alquilado mi madre en una barriada periférica pacense. La calle no tenía nombre propio. Se llamaba 'traseras de la calle Linares' y sólo tenía una acera, pues las casas que hay actualmente en uno de sus costados aún no existían. Las 'traseras de la calle Linares' tenían casas a un lado y el horizonte de los campos de cultivo al otro.
Yo pasaba unos días con mis hermanos en aquella casa y conmigo estaba mi amigo Juan José, que se encontraba de visita en la capital pacense. Llegó la hora de la comida, abrimos el frigorífico y sólo había un huevo. Nada más. Ni carne, ni pescado, ni sopa, ni queso, ni fiambres... Aquel día ni siquiera había pan en la casa. Sólo un huevo de gallina, mondo y lirondo, para cuatro personas.
Ni corto ni perezoso, mi hermano Antonio salió a la calle, miró a un lado y al otro de la acera para cerciorarse de que no había vecinos en la costa, cruzó la tierra playera apisonada por los vehículos y se metió en el mar verdeamarillo del sembrado: un campo de calabazas. Sin perder ni un segundo arrancó los dos o tres calabacines que le cayeron más a mano, se los puso bajo el brazo y a la carrera regresó a la vivienda.
Al verle correr desbocado hacia el umbral, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante y los calabacines bajo los brazos, es fácil suponer que parecería un jugador de rugby lanzado hacia la línea de ensayo, pero no; yo lo recuerdo más como un avión de caza lanzándose en picado, cargado de bombas, contra un objetivo: el buen apetito de nuestros 16/18 años.
El calabacín es una calabaza que aún no ha madurado,
por lo que es más tierno que su hermana mayor.
(Imagen publicada por
Ya en la cocina, lavamos los calabacines para quitarles el polvo, los pelamos, los troceamos y los pusimos al fuego en un perol con un chorro de aceite, un diente de ajo y un poco de sal. Cuando la hortaliza estaba casi sofrita, mi hermano batió el único huevo que había en el frigorífico y se lo añadió, removiendo a continuación el contenido del perol.
Con aquel plato comimos ese día cuatro personas. Estaba tan apetitoso que no sobró ni una migaja. Yo lo recuerdo como un manjar.
por lo que es más tierno que su hermana mayor.
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Las migas del plato
Primero.- Para que este plato salga bien hay que tener cerca un campo de calabacines propiedad de una persona ajena a los comensales, pues de lo contrario el plato que, no lo olvidemos, se llama calabacín a la carrera, se desvirtúa. Si los calabacines están lejos, se gastará más energía corriendo que la repuesta al comerlos, con lo que perderemos en la operación. Y si no hubiese necesidad de correr porque el sembrado fuese tuyo o de un amigo, el plato ya no podría llamarse a la carrera.
Segundo.- Es importante que antes de cocinar este plato se tenga hambre y no haya otra cosa para comer, pues de lo contrario la receta pierde mucho.
Tercero.- La cantidad de calabacín que lleva el plato es opcional y depende de la capacidad de acarreo que tenga el cocinero, pero es importante controlar el ingrediente proteínico de la receta. De huevos, los justos; ni uno más, ni uno menos. Si no le pones huevos, el plato no sale adelante, y si te pasas echándole huevos, tendrás tantos calabacines ajenos que sólo comerás calabacín.
Buen provecho.
José Joaquín Rodríguez Lara
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