viernes, 8 de agosto de 2014

El ébola, Rajoy y la lógica


José Joaquín Rodríguez Lara


Al repatriar al misionero español infectado por el virus del ébola, el Gobierno de Mariano Rajoy ha tomado una decisión controvertida, polémica, arriesgada y valiente. Desde luego ha actuado en el uso legítimo de sus competencias, pero da la impresión de que lo ha hecho contra toda lógica.

La lógica y la práctica sanitaria aconsejan, desde la más remota antigüedad, alejar a los focos infecciosos de la población sana. Sobre todo cuando no hay fármacos que curen la enfermedad y el riesgo de contagio y de mortalidad es tan elevado que se necesitan medios muy drásticos de aislamiento. Y a pesar de ello no se asegura la curación ni tampoco se garantiza al cien por cien que no haya más contagios.

Son medios y dependencias hospitalarias que no estaban en funcionamiento en la sanidad española y que se han habilitado en el hospital Carlos III de Madrid a marchas forzadas. Y no estamos ante una emergencia inesperada. Todo lo contrario. Se veía venir. En España no había virus del ébola, que se sepa, hasta que se produjo la repatriación del religioso Miguel Pajares, pero se conocía la presencia de españoles en los países afectados por la epidemia y, sin embargo, el sistema sanitario español no disponía de las instalaciones necesarias para controlar la propagación del virus hasta que se improvisaron las que acogen al misionero español en el hospital madrileño. 

Uno es tan mayor que hasta hizo la mili, pero aún recuerda las teóricas de aquel teniente: "Los americanos necesitan muchas piezas nuevas, pero un soldado español es capaz de arreglar un ANPRC-¿63? con un alambre". El ANPRC es una emisora de campaña que el Ejército norteamericano usó en la guerra de Corea y con la que yo aprendí a hacer la guerra en Almería. Han pasado 35 años, pero tengo la impresión de que, en lo esencial, mantenemos las virtudes que nos definen.

Imagen del traslado del misionero español Miguel Pajares desde Liberia
 hasta el hospital Carlos III de Madrid. (Fotografía publicada por lavanguardia.com)
Los gobernantes están obligados a velar por la salud y la seguridad del conjunto de los ciudadanos y no parece muy lógico romper las barreras naturales -la distancia, el mar, etcétera- que separan a un virus tan letal, como actualmente es el del ébola, acercándolo a la población sana para que un ciudadano enfermo reciba una atención sanitaria que no garantiza su curación y que podría llevarse a donde se contagió. Se asegura que las medidas de aislamiento empleadas -en los vehículos, en el personal sanitario, en las dependencias hospitalarias y en el tratamiento del aire y de los residuos- garantizan que no se produzca ni siquiera un contagio a través del misionero enfermo. Hay que confiar en que así sea, pero lo cierto es que el virus está ahora mismo muchísimo más cerca del conjunto de la población española y en una ciudad superpoblada, como es Madrid, que lo estaba antes de repatriar al religioso español.

Desde el punto de vista del humanitarismo y de la solidaridad, tampoco parece lo más lógico esforzarse en sacar del foco epidémico a una persona que, consciente y voluntariamente, decidió dedicar su vida a cuidar a los más necesitados del Tercer Mundo, y no hacer lo mismo con niños y jóvenes africanos condenados a sufrir los estragos del ébola simplemente por haber nacido en África. Las mujeres y los niños primero debe de ser un dicho aplicable en las catástrofes de ficción, pero no en las reales. Hubiese sido mucho más eficaz contra la enfermedad, bastante más solidario y un ejemplo mucho mayor de comportamiento humanitario el haber llevado a Liberia los medios con los que se está atendiendo a Miguel Pajares en Madrid.

Sin embargo, el Gobierno consideró que debía optar por la repatriación del religioso y de una monja española, que está enferma pero parece que no es de ébola, y se puede discrepar de su decisión, pero es legítima. Muchísimo más legítima que aquellas que tomaron gobernantes anteriores, empeñados en la financiación de las civilizaciones, para liberar a ciudadanos españoles que fueron secuestrados por piratas del mar y hasta por piratas de secano.

Visto lo visto, sólo queda esperar y desear que no se produzca ningún contagio más, que el enfermo se recupere y que las instalaciones sanitarias improvisadas en Madrid adquieran consistencia y estabilidad. Si es así, y no tiene el porqué ser de otro modo, estaremos ante un éxito médico que elevará la calidad de la sanidad española, reforzará la solidaridad aportando medidas eficaces y, por supuesto, tendrá una repercusión política favorable. 

El Gobierno tiene razones que a la razón se le escapan. Y no digamos a la lógica.

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