lunes, 17 de agosto de 2015

El amor es fuerte pero el odio no se cansa


José Joaquín Rodríguez Lara


El problema de la memoria es que está dentro de la cabeza. Si la memoria estuviese en las esquinas de las calles o en las fachadas de los edificios o en los jardines, cualquiera podría acabar con ella en un santiamén. Pero no está ahí, está en las neuronas.


Y hay demasiadas personas empeñadas en que siga estando en carne viva, como una llaga sangrante, aunque sea en los sesos. Por más que intenten borrarla, siempre habrá alguien capaz de reescribirla. Sacará su pulverizador de teleserie policíal y dirá: aquí sigue.


Nadie cae ya en la cuenta de que en los castillos medievales se conspiró, se traicionó, se torturó, se asesinó... El motivo es muy simple: los castillos forman parte de la historia, no de la memoria. 


Recreación tridimensional mediante proyecciones de uno de los budas gigantes de Afganistán,
demolido en el año 2001 por los talibán fanáticos que consideran a estas imágenes enemigas del Corán.

Pero los nombres de las calles no; los nombres de las calles no son historia, sólo son un reflejo de la memoria. A la memoria se le puede echar toda la lejía que se quiera para intentar borrarla, o molerla a cañonazos como hicieron los talibán con los budas gigantes, pero la memoria no reside en los azulejos. Sólo se refleja en ellos. Ni reside en los azulejos ni en las rocas de las montañas. La memoria reside en la gente.


Si a la gente se le deja envejecer con sus recuerdos, se los llevará a la tumba y los nombres y las piedras perderán sentido y quedarán reducidas a cachitos de historia. Pero si se dispara contra sus recuerdos, se convertirán en símbolos, como los budas gigantes, incluso para quienes nunca tuvieron simbolismo alguno o hasta desconocían su existencia.


El ser inhumano es el único animal que no sólo es capaz de matar a un semejante por una simple discrepancia política, o por una cuartilla de garbanzos, sino que levanta un monumento y le pone el nombre a una calle para dejar constancia de su hazaña. El amor es fuerte, pero el odio no se cansa. Y contra el odio, de los que erigen monumentos y de los que los derriban, sólo hay un remedio eficaz: la historia, que es una forma encuadernada del olvido. 


No confío en que este país pueda reunir alguna vez suficiente olvido para tanto odio, y de tan buena calidad, como genera. Pero aún confío menos en que llegue a tener políticos capaces de distinguir entre la historia y la memoria. Para eso se necesitaría que se hubiesen formado en colegios regidos por una ley de educación inmune al odio de quienes hacen las leyes y de quienes las deshacen. 


Con todo, lo más sorprendente es que se le arranque el nombre a las calles y, sin embargo, el No-Do, memoria radiográfica -radiográfica de radiografía- de España, todavía no haya sido imputado. Ni imputado ni tampoco sacralizado, como hace la Iglesia Católica con los solsticios, con los monumentos megalíticos, con los dioses antiguos y con todo lo que le huele a pagano. Le pone una cruz y asunto solucionado: Dios es el único dios verdadero, no el genitivo de Zeus, a pesar de que Dios es una palabra que significa 'de Zeus'. (Zeus-Dios).


Espero que haber estudiado, que no aprendido, algo de griego -clásico, muy clásico-, no sea delito, aunque la ley de educación con la que lo estudié ya no tenga calle ni monumento ni perro que le ladre, pues sólo quedan rescoldos de ella en la memoria de algunos recalcitrantes como yo.



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