domingo, 26 de julio de 2020

- Hay quien llama amor a las cenizas de la pasión.


martes, 14 de julio de 2020

- De todo lo que se pierde,

 lo más difícil de recuperar es la fe.



miércoles, 8 de julio de 2020

Prostitución, gasolineras, teletrabajo y virus


José Joaquín Rodríguez Lara


El idioma es un reloj delicado, una maquinaria de precisión que siempre exige ajustes finos, manos de relojero, para que no se atrase ni tampoco se adelante. Cada palabra, en el contexto del engranaje con sus vecinas, significa lo que significa y no lo que a veces queremos que signifique. Ni siquiera los términos sinónimos significan exactamente igual. No es lo mismo la honradez que la honestidad, ni la ética que la deontología, por ejemplo.


Procuro tenerlo en cuenta cuando hablo y, sobre todo, cuando escribo, porque de palabras se nutre la onda del pensamiento y el arroyo de la ideología.


Para mí no existen mujeres putas ni tampoco hombres prostitutos. Hay varones que ejercen la prostitución y mujeres prostituidas. Aunque me parece mucho más fiel a la realidad hablar de mujeres puteadas y de hombres igualmente puteados.


No acepto que, como suele asegurarse de forma temeraria, la prostitución sea el oficio más antiguo del mundo. ¿Dónde están las pruebas arqueológicas que lo demuestran?


El origen de los oficios se remonta a los primeros colectivos humanos organizados, a las primeras sociedades. Sin sociedad no hay oficio. Carece completamente de sentido ofrecerle bienes o servicios a alguien que no existe o a quien no se puede acceder.


Los primitivos grupos de cazadores y recolectores, que son las primeras agrupaciones a las que podemos llamar sociedad, estaban integrados por no más de unas treinta personas estrechamente vinculadas por lazos familiares. En esas sociedades primarias, en las que posiblemente se practicase la poligamia o la poliandria, o ambas a la vez, y en las que la promiscuidad e incluso el incesto estarían permitidos, o al menos no mal vistos, así como el intercambio de 'parejas', dada la situación de aislamiento y la necesidad de refrescar las líneas genéticas, resulta difícil de imaginar que algunas personas estuviesen tan necesitadas de sexo o de alimentos para buscar cualquiera de ambos bienes en intercambios profesionales reglados. No había mercado para lo uno ni para lo otro. 


Y aún me parece más extraño que, en una sociedad integrada por no más de treinta personas de todas las edades pudiese prosperar alguien que ejerciese la prostitución. ¿De dónde saldría su clientela?


Sin embargo, sí existían tareas especializadas -cazar, recolectar frutos y raíces, fabricar armas y herramientas de piedra, curtir pieles, curar enfermedades...- cuya práctica asidua las convierten en una suerte de protooficios. Incluso se practicaba la forma más antigua y elemental del comercio, el trueque que, si era realizado entre grupos distintos, hasta puede considerarse la primera forma de exportación / importación comercial.


Habrá quien sostenga lo contrario, pero no creo que haya personas que elijan la prostitución como un oficio, como un ejercicio profesional remunerado. A la prostitución te arrastran organizaciones criminales, personas delincuentes, los prejuicios sociales, el entorno familiar, el desamparo personal, desequilibrios emocionales y, seguramente, alguna causa más. No creo que haya quien disfrute sometiéndose a las reglas de la prostitución. Es más, imagino que para sobrevivir, la persona prostituida procurará distanciarse lo más posible de quien la use.


Camilo José de Cela, gran creador de historias y Premio Nobel de Literatura, plasmó de modo muy plástico en uno de sus escritos la indiferencia que exige el psicoanálisis sexual. Cuenta que un joven se afanaba con el mayor de los entusiasmos en su práctica amatoria, previamente pagada, mientras la mujer, muy ilustrada ella, leía una novela del Oeste; concretamente, una obra de don Marcial Lafuente Estefanía. Sin dejar de leer, la mujer le preguntó al cliente: "¿Gozas, vida?". A lo que el joven, sin cejar en la imperiosa tarea, le respondió: "Sí señora".


Como puede ver, esta escena de prostíbulo llena de socarronería celana es lo más parecido a servirse carburante en un surtidor de gasolinera; tal vez con la diferencia de que el surtidor habla más. "Gracias. Buen viaje".


No es bondad todo lo que reluce, pero en los lechos de la prostitución hay mucha buena gente. Mucha. Personas que han sufrido, que sufren, que tienen corazón y que, si llega el caso, hasta pueden apiadarse de la clientela. Procuran siempre mantener la distancia para no cargarse con los problemas ajenos; pero no carecen de afecto. Lo que ocurre es que lo usan poco.


Y el sexo sin algo de afecto, no digo sin amor, digo sin algo de afecto, sin una pizca de interacción emocional, es como pasar por el surtidor de la estación de servicio. "Ha puesto usted gasolina sin plomo".


¿Cómo se va a 'hacer el amor', en el caso de que el amor exista y se pueda fabricar, con una máquina, aunque esté completamente desnuda?


Pues parece que sí se puede y, gracias a la pandemia covid-19, he caído en la cuenta de que es posible hacerlo desde hace bastante tiempo. La prostitución no es el oficio más antiguo del mundo. Eso lo tengo muy claro. Pero algunas personas que ejercen la prostitución se han adelantado muchos años a la eclosión del teletrabajo, la nueva normalidad productiva, beneficio colateral de la pandemia covid - 19. Nadie sabía nada del virus Covid-SarS - 2, ni mucho menos se pensaba en llevarse el trabajo a casa, cuando el sexo frío de las líneas calientes, por teléfono o por ordenador, ya era un próspero negocio.


Sexo impersonal, sí; lejano, también; anónimo, casi; pero sin mascarillas ni otros envoltorios protectores. Y con la ventaja de que se puede leer una novela de don Marcial Lafuente Estefanía mientras se goza. ¡Vida!


domingo, 24 de mayo de 2020

Publicidad un pelín machista


José Joaquín Rodríguez Lara


Acabo de ver en televisión un anuncio de ING, "el banco no banco", perteneciente a un grupo financiero de origen neerlandés. Para 'invitar' a su clientela a 'sentirse libre', el "banco no banco" muestra a una mujer de espaldas con el torso desnudo.

Esa mujer, 'para sentirse libre', se suelta el broche del sujetador. Confieso que, hasta ahora mismo, nunca he usado sujetador, pero sospecho que oprime y quitárselo debe de tener algo de liberación. Pero también intuyo que lo mismo debe de pasar con los zapatos de tacón de aguja, con las medias y, por supuesto -lo sé de buena tinta- con las corbatas, con las chaquetas, con las camisas ajustadas y con otras prendas del vestuario masculino.

 

¿Por qué se usa -del verbo usar, primera conjugación- el cuerpo semidesnudo de una mujer para un anuncio que, en principio, va dirigido al público en general?


 

No se me ocurre otra explicación que debido al hecho de que el machismo es un residuo contaminante que aún pervive en el mundo de la publicidad.

 

En mi opinión, con este anuncio de ING no estamos ante un caso gravísimo de machismo pero, además de sorprenderme este ramalazo machista en la publicidad de una entidad bancaria de los Países Bajos, me asombra que se caiga una y otra vez en el lenguaje sexista en vez de esforzarse en buscar formas de expresión inclusivas sin desvirtuar la realidad y sin caer en expresiones estúpidas como contribuyentes y contribuyentas, jóvenes y jóvenas, jueces y juezas, periodistas y periodistos, presidentes y presidentas, todos y todas... y tantas otras.

 

Sé por experiencia lo difícil que es expresarse correctamente sin caer en fórmulas machistas o feministas, pero creo que este texto que está usted leyendo demuestra que sí es posible. Considero que las palabras contribuyente, joven, periodista, presidente y muchas más valen tanto para referirse a mujeres como a hombres si se emplea el artículo, femenino o masculino, apropiado.

 

Emplear expresiones sexistas es como tirar plásticos al suelo: de uno en uno no degradan el medio ambiente, pero una tras otra no sólo mantienen vivo el machismo, sino que lo propagan. Y no creo que sea bueno hacerlo si puede evitarse. Es como soltar virus sobre quienes nos rodean. Tal vez uno no sea suficiente para causar una infección, pero ¿para qué arriesgarse?


jueves, 14 de mayo de 2020

Pedro Sánchez nos quiere preñar


José Joaquín Rodríguez Lara


No salgo de mi asombro. Nos mantienen confinados durante meses, cierran las fábricas, los bares, las escuelas, los parques... Nos machacan con mensajes amedrentadores, con pelotones de fusilamiento disfrazados de ruedas de prensa... Todo para que no nos contagiemos, para que no nos alcance el coronavirus covid-19.

 

A pesar de lo cual, al 14 de mayo del 2020, las últimas cifras oficiales hablan de casi 230.000 personas contagiadas y de cerca de 30.000 víctimas fallecidas.


Pero, cuando se comprueba mediante sondeos estadísticos que sólo ha tenido contacto con el virus el 5% de la ciudadanía, hay lamentos, porque estamos muy lejos del 60% / 70% de contagios necesarios para alcanzar la protección llamada 'inmunidad de rebaño'.


Esta es una expresión procedente de la sanidad animal, pero resulta perfectamente aplicable a las personas. Se llama así porque si el 70% del rebaño está inmunizado es muy difícil que se contagien los animales no vacunados, ya que los ejemplares inmunes forman tal barrera física, en torno a los indefensos, que al virus le resulta muy difícil superarla, pues no puede saltar de un animal vacunado a otro también inmune.


Entonces, ¿qué es lo mejor contra un mal bicho tan virurápido -lo de virulento se le queda corto- como este homicida? ¿Enterrarse en casa para que no te encuentre el coronavirus o salir a la calle a buscarlo para contagiarte y, si hay suerte y no te mueres, inmunizarte?


Sinceramente, no sé qué es lo menos terrible. Pero lo que está haciendo el Gobierno con los españoles me recuerda a un pasaje de la novela 'Jarrapellejos', del gran Felipe Trigo. En esa obra del autor extremeño, castigan a una joven soltera por haberse quedado en cinta, en primer lugar; por haber dejado que la embarazase el pastor de la finca, en segundo término; y, ante la consumada e irreversible preñez campestre, finalmente también la castigan por no haber retozado con su novio oficial, después del bucólico desvirgamiento, para borrar pistas de sus cochinas andanzas rastrojeras.


Así que no está claro si debemos poner a salvo la honra frente a la rijosa calentura del coronavirus o, por el contrario, lo más conveniente es retozar con el bicho y entregársela para que nos fecunde.


En cualquier caso, parece que Pedro Sánchez, todavía presidente del Desgobierno de España, nos prefiere preñados. Cogidos por el Covid-19, pero poquito; entre el 60% y el 70%.

Me tiene perplejo, auténticamente ojiplático, este Pedro, Pedrillo, Pedrete, que tiene nombre de pastor.

 



viernes, 8 de mayo de 2020

Donde no habite el olvido 


José Joaquín Rodríguez Lara


Que la noche arrope con su luto a la tristeza,
que las lágrimas laven los quebrados ventanales de la vida,
que la pena haga nido en los corazones
y los llene para que ningún nuevo dolor pueda invadirlos,
que la memoria sea tu camino cada día
y que cada instante te dé fuerzas para hacerle justicia a la sonrisa.


(De mi poemario 'Poemas sin libreto')


domingo, 3 de mayo de 2020

El coronavirus, un remedio para la España rural


José Joaquín Rodríguez Lara


Entre las muchas interrogantes que rodean a la pandemia originada por el coronavirus covid-19, una de las más importantes es ¿qué será de la humanidad a partir de ahora?

Existe el convencimiento, casi general, de que la pandemia cambiará los comportamientos sociales, tanto públicos como privados. ¿Cuántos de esos cambios serán beneficiosos? Y, ¿a quién beneficiarán, más allá de a quienes están dando pelotazos multimillonarios actuando como tiburones intermediadores en la compra de mascarillas, test, ventiladores y demás?

Una cosa está quedando clara: quien da primero da dos veces. Eso le ha ocurrido a algún despacho español que, en una cuarentena, ha pasado de facturar unos miles de euros al año a ganar decenas de miles. Como se ve, eso de que la economía española está en hibernación no es completamente cierto.

En el sector inmobiliario también se están registrando iniciativas de negocio:  aumenta el interés por vivir lejos de los grandes núcleos de población. ¿Qué impulsa a ello? Dos visitas que han llegado para quedarse. El virus de los virus, que da mucho miedo; y el teletrabajo, que ha dejado de darlo.

Las inmobiliarias empiezan a recibir consultas sobre viviendas situadas a decenas y centenares de kilómetros de los grandes núcleos de población. Casas aisladas en el campo, chalés unifamiliares, pareados, adosados... En resumen, viviendas sin ascensor, sin metro en la puerta y sin hipermercado en la manzana, pero con mucho espacio tanto dentro como fuera.

Si estos arrepíos iniciales cuajasen en un comportamiento que frenase la despoblación de la España vaciada o, incluso, en el colmo del optimismo, si se revertiese el flujo migratorio y hubiese un retorno importante a la España rural, algunos de los problemas más importantes de este país -desempleo, masificación, contaminación, mala calidad de vida, etcétera- podrían paliarse.

Pero para que eso ocurra, la España vaciada tendría que reaccionar con diligencia. La gente no emigró a las grandes ciudades para construirlas; se fue porque en las ciudades había empleo, aunque fuese construyendo pisos de 60 metros cuadrados para encerrarse en ellos. Pasaron de la casa con corral y el campo abierto, al piso sin balcón y el metro lleno.

Ahora hay personas, familias enteras, dispuestas a vivir lejos de la ciudad; la España vaciada debería prepararse para ofrecerles alojamientos acordes con la nueva situación, redes informáticas para que puedan teletrabajar y colegios y centros sanitarios adecuados. No se trata de construir nuevas ciudades en el campo, sino de proporcionar los servicios imprescindibles para que vivir en la España rural no sea un paso atrás, sino un paso adelante, en el que se conjuguen la seguridad y el progreso.

En las crisis, en las guerras, en las catástrofes naturales... siempre hay personas, demasiadas, que se arruinan y gente que se enriquece. Los ricos siempre actúan con diligencia y ofrecen lo que los demás necesitan, sea pan, vivienda, fibra óptica, seguridad...
 
Hay personas dispuestas a cambiar de vida con tal de seguir viviendo. Es una oportunidad que si no la aprovecha el mundo rural, alguien la aprovechará, en perjuicio de la España vaciada.