domingo, 27 de noviembre de 1983



Jamás, nadie



José Joaquín Rodríguez Lara


Mil elogios se merece la niebla. Un millón de frases recién planchadas. Incontables artículos de rendida admiración.

La niebla es el agua que baila en el trapecio del aire; la mano amorosa que recorre el vientre de las plazas y se detiene en los pliegues de la mañana; el misterio que se eleva de las orillas y Ilena de puntos suspensivos el horizonte.

¿Cómo no sentir en la niebla el algodón con que se quiere proteger la fragilidad del hombre, el cobertor maternal que cubre por unas horas nuestra presencia?

¿Por qué no ver en ella un abrazo atmosférico, una inmersión universal en la incógnita, traslúcida y opalina, de los mejores sueños?

La niebla oculta, cobija, sorprende; concentra la realidad en unos pasos de transparencia. Más allá no hay nada. La niebla gime y enmohece la voz de los campanarios dominicales. Hasta eso.

Mil elogios se merece la niebla. Un millón de frases resonantes. Todos los versos que jamás nadie podrá escribir. Nadie.

Jamás, nadie, porque tras la niebla elemental de los días alguien se está jugando nuestra carta. Nadie, porque nos señalan con circulos verdes o rojos o inconcebibles. Jamás, porque empezamos a sentir la niebla como el pañuelo reglamentado para el último amanecer. Alguien debe inventar pronto un surtidor insobornable de sentido común. Se hará rico. La niebla empieza a ser insuficiente.