viernes, 24 de abril de 2020

Chernóbil, Fukushima y mi centro de salud



José Joaquín Rodríguez Lara


En abril de 1986 estalló el reactor de la central nuclear de Chernóbil, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Una gran tragedia. Fue el mayor accidente nuclear ocurrido en el planeta Tierra. La URSS puso a 600.000 personas, conocidas como 'liquidadores', a enterrar el reactor bajo toneladas y toneladas y más toneladas de hormigón, así como a intentar limpiar la zona. Casi 35 años después, en Chernóbil hay un nivel de radiación tan alto que el riesgo que conlleva para los seres humanos mantiene el lugar deshabitado.

En marzo del año 2011, un tsunami dañó gravísimamente la central nuclear de Fukushima, en Japón. El país asiático envió a expertos de avanzada edad a tratar de controlar el reactor. Estaban protegidos por trajes y equipos apropiados, y trabajaron en turnos organizados para minimizar los daños personales. A pesar de ello, la radiación les afectó. Se les conoce como los héroes de Fukushima. 

El mismo año del accidente, los 'liquidadores' del reactor de Fukushima fueron galardonados con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.

En marzo del año 2020 la pandemia causada por el coronavirus Covid-19 se extendió por España. Después de no pocas indecisiones y gravísimos titubeos, el Gobierno de España, presidido por el socialista Pedro Sánchez, confinó en sus viviendas a la ciudadanía cuyo trabajo no resultaba indispensable y ordenó a todo el personal médico, de enfermería, sanitario y parasanitario en general, así como a los cuerpos y fuerzas de seguridad, a los parques de bomberos y a otras personas que forman parte del servicio de protección civil, a que se pusieran a atender a las miles de víctimas del coronavirus. 

Son quienes están liquidando el coronavirus en España, los héroes y heroínas de la pandemia.

Se les envió a luchar en lo hospitales, en los centros de salud, en los depósitos de cadáveres, en las residencias de personas mayores, en las calles, en las carreteras... Se les conminó a luchar contra un enemigo desconocido pero sin armas para enfrentarse a él. Sin mascarillas, sin ropa apropiada, sin pasar test de control, sin fármacos, sin aparatos, sin experiencia, sin conocimientos indispensables... Pasadas unas semanas les enviaron mascarillas y resulta que no servían; luego también les proporcionaron test y no valían...

Más de 30.000 'liquidadores' se han infectado con el terrible virus. Bastantes, tanto figuras eminentes como profesionales sin notoriedad pública antes de caer en el frente, han muerto.

Y no hay un crespón negro, ni una bandera a media asta, ni un minuto de luto nacional. Nada. Como si nadie hubiese muerto. El Gobierno no tiene corazón. No hay muertes que le conmuevan. El mayor reconocimiento público que están recibiendo estas heroínas y héroes son los aplausos de la población.


La gran mayoría recibe sueldos muy por debajo de lo que debería corresponder a su cualificación y al riesgo que asumen. A quienes se contrató para atender el tsunami de personas infectadas ya se le empieza a comunicar que el contrato toca a su fin, que les espera el paro.

Muchas de estas personas, tanto funcionarias como contratadas con prisas, así como lo colegios y organizaciones laborales en las que se encuadran acusan ante los tribunales al presidente del Gobierno y al ministro de Sanidad. Defienden ante los jueces su derecho a la salud y a la vida.

Nunca se debe esperar demasiado que la Justicia nos resarza por los daños sufridos, pero hay otro tribunal, el de la sociedad, el de la ciudadanía, corazón a corazón, persona a persona, que ya está preparando su alegato, su dictamen y su sentencia. 

Y por ahora no parece que en su proceso judicial quepa aplicar ni siquiera un atenuante tan sencillo como el del arrepentimiento espontáneo.

jueves, 23 de abril de 2020


El juego del escondite


José Joaquin Rodríguez Lara


Al prisionero del famoso romance anónimo, "una avecilla" le "cantaba al albor" para decirle "cuando es de día y cuando las noches son". A quienes padecemos el asedio mortal del coronavirus, las estadísticas sobre las personas infectadas, sobre las fallecidas y sobre las dadas de alta nos cantan cada mañana el paso de los días. 


El sol nos sale por el televisol (sic). Nuestro amanecer son estúpidas ruedas de prensa. Nuestros crepúsculos, dolorosas ausencias. El río del último adiós arrastra en sus crecidas aguas el nombre de pesares conocidos, de penas vecinas, de aflicciones amigas y hasta de tragedias familiares. 


No hicimos nada ilegal, no somos culpables, pero nos han condenado al confinamiento. Nuestro hogar es nuestra mazmorra. Pero no estamos encerrados en nuestras casas: estamos escondidos. Y si salimos a la calle, salimos disfrazados, embozados como ladrones que fuésemos a robar un sorbo de aire libre, un pañuelo de viento limpiándonos la frente, una cucharada de pasos, un trago de libertad...


Seguimos en pie, los que en pie todavía seguimos, porque hasta en sueños vivimos jugando al escondite con el virus, con la muerte que se agazapa en el lugar menos pensado.


Ahora más que nunca, vivir es eso, jugar al escondite con la muerte.


- Vivir es jugar al escondite con la muerte.


domingo, 19 de abril de 2020

Solapar las competiciones deportivas, una posible solución al parón del coronavirus

José Joaquín Rodríguez Lara


Defunciones, dificultades respiratorias, tos seca, fiebre alta, pérdida del gusto y del olfato, erupciones cutáneas… Cada día se conoce un poco más del coronavirus covid-19 y de sus síntomas.


El más grave de todos es sin duda la muerte. El que tendrá una mayor repercusión en el futuro tal vez sea la depresión económica. Y el más extendido, la parálisis. El covid-19 ha parado el mundo. Su poder infeccioso es tan enorme que ha obligado a que se paren hasta las personas a las que no ha infectado. Muy pocos son los sectores a los que el coronavirus ha acelerado. Servicios fúnebres, producción de material sanitario y poco más.


El mundo está atascado y hay parcelas de la actividad cotidiana que no saben cómo salir del barrizal. El deporte es una de ellas. ¿Cómo reanudar las competiciones? ¿Cómo poner fin a las ligas? ¿Cómo decidir los equipos campeones, los que ascienden, los que descienden, los que deben acceder a las competiciones continentales? No es que falten soluciones, es que todas parecen injustas y cuesta decidirse por una de ellas, aunque sea la menos mala.

Como ciudadano, como aficionado y como profesional del periodismo, recientemente jubilado pero todavía interesado por la actualidad, me pregunto si no sería lo mejor considerar el parón deportivo causado por el covid-19 un ‘tiempo muerto’ en las competiciones deportivas. Es decir, que las ligas y las demás pruebas y torneos se reanuden, justo en el punto en el que se pararon, cuando la situación lo permita, sin que se produzcan ascensos, descensos ni otros cambios semejantes.

Si, por calendario, llega el momento de comenzar una nueva competición sin que se haya completado la anterior, por ejemplo las ligas de fútbol, deberían solaparse los dos campeonatos, que mantendrían los mismos contendientes, ya que no se habrían producido ni ascensos ni descensos.

El nuevo campeonato debería comenzar con la estructura del campeonato no concluido, que se situaría al inicio de la nueva competición, sorteándose solamente los enfrentamientos de las demás jornadas. De esta forma y en esas primeras jornadas, cada partido y cada resultado del nuevo campeonato valdrían para esa competición y para la anterior.

Así, en muy pocas semanas se habrían completado las ligas suspendidas y se estaría jugando una liga nueva. Por supuesto, los títulos de campeón correspondientes a las competiciones paradas por el covid-19 serían meramente honoríficos y sólo tendrían valor estadístico. No habría ascensos ni tampoco descensos y diputarían las competiciones continentales los clubes que se hubiesen clasificado para ellas en los torneos anteriores al estallido de la pandemia.

Con esta solución no se crearían agravios comparativos entre clubes y la pandemia sería considerada como lo que es, una trágica pesadilla que nos hizo perder el sueño, también en el deporte, pero que no debe impedirnos volver a poner el mundo en marcha, aunque sólo sea como homenaje y tributo a quienes desgraciadamente no lograron despertar de ella.


martes, 14 de abril de 2020

jueves, 9 de abril de 2020

Personas odiosas

José Joaquín Rodríguez Lara


Esas que conducen por las autovías por el carril de la izquierda y muy por encima del límite legal de los 120 kilómetros por hora y que, cuando van a sobrepasar a un camión, a un autobús o a otro vehículo cuya velocidad no supera el límite máximo permitido, sufren un repentino e inexplicable ataque de prudencia.

 
Entonces, durante unos centenares de metros, las personas odiosas circulan en paralelo con el vehículo lento, incluso a menos de 120, y forman un tapón que no sólo impide que otro vehículo adelante, sino que ponen en serio riesgo de colisión por alcance a los vehículos que circulan a 120 inmediatamente por detrás.

 
Fiera, si puedes y quieres adelantar, adelanta y vete. Pero vete ya, fiera, lárgate. No pongas en peligro a los demás con tu doble conducción temeraria: primero por exceso de velocidad y después por exceso de prudencia. Eres un peligro para ti y para las demás personas usuarias de la autovía, fiera, tanto cuando circulas a 150 kilómetros por hora como cuando conduces a 110.


domingo, 5 de abril de 2020

El profesor asesino


José Joaquín Rodríguez Lara


"Nunca se ha vivido como se muere ahora" dejó por escrito el poeta Manuel Pacheco (Olivenza, 1920 - Badajoz, 1998). Pacheco fue un importante autor de poemas sociales. Sus versos rezuman dolor humano. Él, tan maltratado por la vida desde muy niño, escribía estrofas atormentadas en una Extremadura, en una España y en un mundo que apenas si lograban sacar la cara del fango para tomar aliento.


Manuel Pacheco se nos fue Guadiana abajo, camino del infinito, convertido ya para siempre en un puñado de ceniza azul. Pero su poesía sigue vigente pues, como estamos viendo, nunca se ha vivido como se muere ahora. Ahora, este domingo 5 de abril del año 20, en el que debemos alegrarnos por la muerte de 674 personas -674 seres humanos- por el mero hecho de que son 135 menos que las víctimas del día anterior.


El maldito coronavirus, el asesino que nació en China, nos está enseñando mucho sobre el amargo sabor de la alegría. A lomos de su caballo desbocado desnuda a los poderosos parapetados detrás de la verborrea; corona de laurel a los profesionales, desde quienes limpian los hospitales a quienes cambian el fusil por la manguera de fumigar; nos enseña a malvivir sin besos, sin abrazos, sin libertad...


Pero, sobre todo, el coronavirus nos está enseñando matemáticas: 130.759 personas infectadas, 58.744 hospitalizadas, 6.861 jugándose la vida en las UCI, 12.418 borradas de la faz de la tierra, 674 de ellas en las últimas 24 horas, para alegría de quienes cuentan cadáveres, y 38.080 supervivientes. Ni siquiera los virus letales son infalibles, pero, eso sí, ya lo dijo Pacheco, "nunca se ha vivido como se muere ahora".


viernes, 3 de abril de 2020

- ¿Qué hice para merecer esta condena, este silencio atroz sin huellas de la voz que anhelo?


jueves, 2 de abril de 2020

El virus que nos gobierna


José Joaquín Rodríguez Lara


Se dice que después de la pandemia, nada sera igual. Salvo el coronavirus que ha venido para quedarse y, seguramente, permanecerá agazapado entre la población esperando su nueva oportunidad.


Me parece innecesario esperar a que termine la pandemia para constatar que este patógeno ha cambiado al mundo. Que lo ha cambiado ya. Nada es igual desde que el coronavirus empezó a matarnos. Han terminado las aglomeraciones, hemos dejado de estrecharnos las manos, salimos a la calle, cuando salimos, con guantes y mascarilla, se apaga el trabajo presencial y se enciende el teletrabajo, se cierran los centros educativos y las calles, las plazas y las carreteras están prácticamente vacías de personas mientras empiezan a ser ocupadas por animales silvestres.


Hasta la detección de los terremotos ha cambiado. Afirman los sismólogos que, con la cuarentena y el correspondiente cese casi total de la actividad productiva, los sismógrafos han empezado a detectar sacudidas de la corteza terrestre que antes pasaban desapercibidas. No hay más terremotos, pero ahora se notan más.


¿Cuantos de estos cambios permanecerán después de que el coronavirus deje de cebarse con la humanidad? Seguramente más de uno; el teletrabajo, las mascarillas, tal vez también la mala imagen de los saludos compulsivos...


Minucias si se comparan con los grandes cambios que se necesitan. Para empezar, a los políticos hay que exigirles responsabilidades penales cuando antepongan sus intereses personales, de partido o ideológicos a la salud de la ciudadanía. Es necesario legislar para que, en el Gobierno, al cubrir puestos de libre designación prime la capacidad sobre el amiguismo y el reparto estratégico de poderes. En algunos países se examina a las personas candidatas.


Pero como en España esto sera muy difícil, por no decir imposible, hay que rediseñar el sistema sanitario, teniendo muy en cuenta el número de hospitales, de camas, de profesionales, de reservas estratégicas de aparatos, fármacos, y consumibles de todo tipo. También es imprescindible organizar el suministro sanitario de tal modo que no se dependa exclusivamente de la producción ajena. No es prudente poner todos los huevos -fármacos, batas, mascarillas...- en la misma cesta china.


Y es muy importante redimensionar las ciudades limitando su crecimiento. Como ha ocurrido siempre, esta pandemia se está cebando con los mayores núcleos de población, allí donde el contacto entre las personas es mayor. Milán, Madrid, Barcelona, Nueva York están siendo los monstruosos escenarios de esta pandemia.


Desde los romanos hasta la Edad Media, en las grandes epidemias históricas, buena parte de la población se refugió en el campo para intentar salvarse. Con ciudades más pequeñas, diseñadas a la medida del ser humano, construidas en horizontal, no en vertical, con menos ascensores, con menos desplazamientos en masa para ir a trabajar, a divertirse, a dormir..., los virus tendrían menos facilidades para propagarse.


Además, está demostrado que la multiplicación ordenada de los núcleos de población facilita el desarrollo económico de los territorios y corrige la despoblación. Es conveniente y necesario poblar la España vaciada y para ello hay que redistribuir las inversiones. Las grandes capitales y sus cinturones industriales deben dejar de ser los agujeros negros del país, vórtices insaciables que devoran a las pequeñas localidades absorbiendo a sus habitantes y, con ellos, sus recursos.


Esta es una carrera de gran fondo para la que se necesitan menos políticos que estadistas, y más expertos en ordenación del territorio, en creación de redes de comunicación, de intercambio, de interrelación, que especialistas en juegos de magia. Mientras sigan gobernándonos políticos corruptos, inútiles y trileros, el coronavirus y cualquier virus al que se le dé la oportunidad de invadir a los seres humanos camparán a sus anchas.

 

Ahora mismo, en España, tiene más poder el coronavirus que Pedro Sánchez, todavía presidente del Gobierno.


miércoles, 1 de abril de 2020

Himnos contra la peste


José Joaquín Rodríguez Lara


No suelo publicar en mi blog textos que no son míos, pero dada la situación excepcional en la que estamos muriendo, me hago, metafóricamente, coautor de estos dos himnos universales en lengua castellana y los ondeo desde aquí como banderas y espadas contra la peste.



Romance del prisionero

(Anónimo)


Que por mayo era, por mayo,
Cuando hace la calor,
Cuando los trigos encañan
Y están los campos en flor,
Cuando canta la calandria
Y responde el ruiseñor,
Cuando los enamorados
Van a servir al amor;
Sino yo, triste, cuitado,
Que vivo en esta prisión;
Que ni sé cuándo es de día
Ni cuándo las noches son.
Sino por una avecilla
Que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
Déle Dios mal galardón.



Resistiré

(Dúo Dinámico)


Cuando pierda todas las partidas
Cuando duerma con la soledad
Cuando se me cierren las salidas
Y la noche no me deje en paz
Cuando sienta miedo del silencio
Cuando cueste mantenerme en pie
Cuando se rebelen los recuerdos
Y me pongan contra la pared
Resistiré, erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla
Pero siempre sigue en pie
Resistiré, para seguir viviendo
Soportaré los golpes y jamás me rendiré
Y aunque los sueños se me rompan en pedazos
Resistiré, resistiré
Cuando el mundo pierda toda magia
Cuando mi enemigo sea yo
Cuando me apuñale la nostalgia
Y no reconozca ni mi voz
Cuando me amenace la locura
Cuando en mi moneda salga cruz
Cuando el diablo pase la factura
O si alguna vez me faltas tú.
Resistiré, erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla
Pero siempre sigue en pie
Resistiré, para seguir viviendo
Soportaré los golpes y jamás me rendiré
Y aunque los sueños se me rompan en pedazos
Resistiré, resistiré.