miércoles, 30 de agosto de 2017

El pimentón extremeño


José Joaquín Rodríguez Lara


Me encanta el pimentón de La Vera. Es uno de los tesoros que Extremadura le ofrece al mundo.


Una pizca de pimentón verato da sabor; dos pizcas dan color y tres pizcas conservan.


Y lo más asombroso es que siendo por sí mismo una joya gastronómica, el sabor del pimentón de La Vera, tanto si es dulce como si es picante o es agridulce, mejora una barbaridad, pero una barbaridad, cuando se le añade chorizo, se le unta queso, se cubre con unas sopas de ajo, se acompaña con un frite de cabrito, con lomo en vela o con cualquier otra cosita...


El pimentón de La Vera es increíble: admite cualquier acompañamiento. Yo lo he probado hasta con pulpo gallego y, oye, ¡genial! El pimentón.


martes, 29 de agosto de 2017

El otoño, tras la cerca de los calendarios


José Joaquín Rodríguez Lara


Primera gran tormenta del estío. Caliente. Explosiva. Violenta. Atronadora y cargada de relámpagos. Con goterones gordos como altramuces y granizos que sacuden la tierra con su descarga de fusilería. ¡Fuego graneado, que se acaba el verano!


La charca de Almamés, que estaba completamente seca, ha cogido agua en media hora de diluvio y la humedad le vendrá bien a la aceituna, muy agostada, y a la bellota. Salvo que volvamos al horno inmisericorde de los 40 y más grados y se pierda buena parte de la cosecha y de la montanera. Habrá que esperar unos días para saber como le ha sentado el agua a los higos y a las uvas.


El verano no se acaba por una tormenta, pero anuncia que algún día, al fin, se irá. A su pesar, claro. El estío es una estación invasiva. Depreda sobre las demás y las devasta. Lo mismo se adelanta y pisotea a la primavera, que se encarama a lomos del otoño y lo cabalga sin permitirle que salte la cerca de los calendarios y galope en libertad.


El verano es un ególatra y está convencido de que la pelota que arde sobre nuestras cabezas es suya. Así que si él no juega, no deja jugar a nadie. No se resigna a la jubilación el verano. Por el 21 de septiembre deja el empleo, pero enseguida, a final de mes, reaparece con el Veranillo de San Miguel (29 de septiembre), también conocido como Veranillo del Membrillo y como Veranillo de los Arcángeles. Llamarlo Veranillo de la Feria de Zafra tampoco sería descabellado, pues en el centenario certamen agroganadero extremeño hay de todo y, por supuesto, abunda el calor.


Con tantas intromisiones veraniegas, al otoño le cuesta relinchar. Las calores no terminan con estos ramalazos del estío, sino que vuelven a mediados de noviembre con el Veranillo de San Martín. El verano es agobiante. Por el calor y por lo mucho que dura. ¡Qué pesadez!


El otoño, en cambio, tiene como bandera la moderación. Situado entre el bochorno veraniego y el frío invernal, el otoño no molesta a nadie. Es el salón dorado de las estaciones. Nos ofrece frutos consistentes, como la bellota, la castaña y la nuez, que tantas hambres han remediado; nos obsequia con la fragancia de las uvas, de las granadas, del pero sanmigueleño y del membrillo. No es abundante en flores, pero nos viste y nos abriga con el hermoso manto tornasolado de las hojas en vuelo, mariposas de noviembre, y con la toca mullida del musgo, que lo mismo arropa a gigantes de piedra que a setas diminutas y a duendecillos del bosque.


En las ciudades, en las que se venera a la primavera, se idolatra al verano y se festeja al viejo de las nieves, se suele menospreciar al otoño. Es como si no existiese o como si fuera simplemente la antesala del invierno. Pero el otoño es fundamental en el reloj de la vida; una pieza muy importante en el engranaje de los días. En el campo lo saben bien.


La otoñada es el gozne, la bisagra del año, que para la gente que subsiste a pesar del campo no se inicia en enero, sino al comienzo del otoño, por San Miguel, cuando empiezan y acaban los contratos campestres, cuando se vende y se compra el ganado, se enceta la montanera y arranca el engorde de los cochinos. Por San Miguel, el otoño salta las cercas y galopa los calendarios. Si el verano le deja.


martes, 15 de agosto de 2017

El grillo

José Joaquín Rodríguez Lara


Cuatro de la mañana. El grillo lleva cantando desde las once, cuando todavía era ayer, como si viviéramos en Canarias. Y no se cansa. Es un grillo insobornable. A pesar de que son las cuatro de la madrugada. ¿Dónde estará escondido el puñetero grillo? ¿En este rincón? No. ¿Detrás de la pilistra? No. ¿Debajo de la alfombrilla? Tampoco. Enciendo la luz, y se para. La apago y reanuda su serenata. Me acerco a la ventana, porque parece que suena junto al visillo, y vuelve a callarse. Pero no lo veo.

 

- ¡Aquí tampoco está!


- ¡Ay, pero déjalo ya y duérmete! (Me dicen.)


Pero, ¿cómo se puede dormir con un grillo cantándote entre las orejas? Dentro de la cabeza. Y no es un grillo cualquiera; es un grillo de categoría. Un grillo 'ralete' -de real- que parece una reencarnación de Fidel Castro, que en paz descanse. Si es que el grillo le deja descansar en paz. Me recuerda a Fidel no por la barba, sino por las peroratas que soltaba El Comandante.


Cuando yo era niño cazaba grillos, como todos los niños que hemos sido niños y no informáticos criados a base de petits suisses; cazaba grillos 'raletes', en Barcarrota, los enjaulaba y los alimentaba con cerrajas, lechuguinos y otras hierbas. Aquellos grillos solían cantar mucho. Pero, como este, ¡como este, ninguno!


Ni siquiera Joselito -"¿quién ha pintao tus ojeras, la flor del lirio real, quien te puso Campanera, ¡ay! Campanera, por qué será?"- ni la portentosa figura de Joselito puede equipararse a este grillo. Diminutos, los dos, negrinos, ambos, y cantantes, pero a decibelio por kilo, gana el grillo. 'El Pequeño Assserrrrradoor de Seis Patas', un vozarrón. ¡Dónde va a parar!


- "Aquí, aquí está!"


- ¿Dónde?


- "Debajo del umbral, en el desagüe".

 

Los umbrales de las casas de pueblo suelen tener en la piedra un orificio para que salga el agua de fregar el pasillo, si es que no se recoge toda con el trapo. El agujero tiene el tamaño justo de una grillera y viene de serie con la piedra.

 

- ¿Está en el agujero del umbral? ¡Este grillo es un puto okupa!


Con el tallo de una planta, como cuando vivía en Barcarrota, hurgué en el escondrijo del bicho. Salió al instante. Tuve que perseguirle por el pasillo y me costó alcanzarle, a pesar de que el grillo huía vestido de frac y con el violón a cuestas. Pero lo conseguí.

 

- Ven aquí, canalla, que te voy a dar lo tuyo.

 

- "¿Dónde vas en calzoncillos?".

 

- ¿Dónde voy a ir, mujer? ¡A la calle, a desahuciar a este artista!

 

- "Pero, ¿y si te ve alguien?".

 

- Si me ve alguien, que se tape los ojos. Pero el grillo este duerme hoy fuera de España como que me llamo Joaquín.

 

Salí a la madrugada y tiré el grillo en el llano, en mitad de los coches aparcados.


¡Y cantó! El muu..., se puso a cantar en cuanto tocó el suelo. La madre que lo parió. Entré en casa, cerré la puerta y me fui para la cama sin saber si luchaba contra un grillo portentoso o contra una gramola.


sábado, 12 de agosto de 2017

¡Qué fatiguitas!



José Joaquín Rodríguez Lara


¡Qué asco de calores! Se te quitan hasta las ganas de hacer de comer. 


Había pensado merendar una tortilla de papas, pero por no batir los huevos... Lo he dejado para otro día. Y aquí estoy, a raja y pela, con un gazpacho recién hecho, en la batidora, claro, y sacándole lascas a la paleta de la cochina. 


Y es que no tiene ganas uno de 'na'. 


Pues como el tiempo siga así, me echo la siesta en la alcoba, con la sábana por encima, y al Lorenzo que le ponga cremita su santa madre. 


Desde luego, quien llamó a esta tierra Extremadura, que fatiguitas debió de pasar. Con el buen agua que hace el espiche y lo tranquila que está la sombra. ¿Extremadura? ¿Esta tranquilidad es extrema y dura? ¡Anda 'p'allá', ignorante! 


Si hasta el Sol prefiere veranear debajo de las encinas.



martes, 8 de agosto de 2017

A la caza de la caza

José Joaquín Rodríguez Lara


La caza tiene muy mala imagen pública. Salta a la vista. Es una mala imagen originada, azuzada, reforzada, proyectada y sostenida por los medios y las redes de intercomunicación social. Es una mala imagen injusta, pero palpable y muy perniciosa para todo el sector cinegético.

Habrá personas a las que no les importe lo que las demás piensen de su comportamiento, y están dispuestas a seguir viviendo su pasión cinegética, mientras puedan y se lo permitan, como lo han hecho siempre.

Esas personas no se dan cuenta o, si se dan, no les importa que la actividad cinegética no es inmune al poder de persuasión, de auténtica presión, que tienen quienes están en contra de la caza. Son gentes que votan, que se organizan, que se manifiestan, que ocupan escaños en los parlamentos y que gobiernan o pueden gobernar. Tienen mucha más fuerza que el mundo de la caza, en general, muy poco propenso a la cohesión, aunque, sólo en España, sin incluir en la cuenta al resto de la Unión Europea, la actividad cinegética mueva a centenares de miles de personas, genere muchos millones de euros de Producto Interior Bruto y también tenga practicantes y defensores sentados en las cámaras legislativas y en los gabinetes de gobierno. Pues en el balance de fuerzas a favor y en contra de la caza, que se enfrentan en el ruedo de la opinión pública, ganan, por goleada, estas últimas.

La caza es una actividad natural, legal, regulada, sometida a numerosos controles, que paga impuestos y hunde sus raíces más allá de los orígenes del ser humano, hasta el punto de que sin caza no existiría la Humanidad tal y como la conocemos. Sin embargo, los cazadores somos acosados por la Administración, perseguidos por quienes están en contra de esta práctica ancestral, tachados de asesinos y despreciados como si fuésemos delincuentes.

No se puede, ni mucho menos se debe, permanecer impasibles ante tantos y tan injustos ataques. Tendría que ser la Administración la que saliese, de oficio, a defender al sector cinegético, del que sólo se acuerda a la hora de recaudar. Pero el mundo de la caza también debe esforzarse para corregir y reconducir, en la medida de lo posible, esa mala imagen que, sin duda, contribuye a mantener y a acrecentar con hechos que no tienen encaje en un mundo que les otorga a los animales derechos que, hace muy pocos años, estaban reservados exclusivamente para las personas.

Desde el punto de vista geopolítico, España es predominantemente rural. Pero desde el punto de vista sociopolítico, España es mayoritariamente urbanita. El mundo rural parece un ámbito de guardarropía, de museo. Los valores que más ruido hacen y que terminan imponiéndose son los propios de las grandes urbes, que están devorando a los pueblos abduciendo a sus habitantes y descapitalizando sus economías. Para el mundo urbanita, que contamina más que cualquier otro, con humos, ruidos, luces.., el mundo rural es su jardín de descanso y está empeñado en que siga siéndolo, con sus pueblitos y su naturaleza intacta.

El mundo urbanita no sabe, ni quiere saber, que el mundo rural es un paraíso natural porque generaciones y generaciones de pueblerinos han explotado el campo con prácticas sostenibles. Ignora el urbanita que la dehesa, por ejemplo, es un maravilloso ecosistema modelado por el hombre con actividades como el pastoreo, el carboneo, la agricultura y, por supuesto, la caza, que es tan natural como la encina o el agua de los arroyos.

Pero la caza no es vista con buenos ojos. Tiene mala prensa la caza. Y buena parte de la culpa la tienen los propios practicantes de la actividad cinegética. En un mundo en el que la comida se vende de tal modo que es necesario hacer un esfuerzo de imaginación para convencerse de que las pechugas de pollo, las rodajas de salmón, las costillas de cordero y cualquier otro tipo de proteína fileteada y envasada alguna vez tuvieron vida, no se puede sostener la bondad medioambiental de la caza mostrando una catarata de imágenes en la que las perdices, los conejos, los venados, las palomas… caen en manadas, como si en vez de personas falibles, quienes disparan fuesen dioses con poderes de destrucción inconmensurables. Ni el rayo de Júpiter fue jamás tan certero como una ensalada de disparos servida por televisión.

Y la caza no es eso. Cazar no es matar. La muerte es y ha sido siempre el punto culminante de la cacerería, pero cazar es mucho más que capturar o abatir la presa. Si la caza se limitase a un ejercicio para aprovisionarse de carne, no patearíamos los cazaderos, cazaríamos en las carnicerías. Mucho más barato e infinitamente más cómodo.

Las imágenes, repetidas hasta la saciedad, de los disparos y de los animales inertes dispuestos en orden cuadrangular, como víctimas de una catástrofe, le hacen daño a la caza. El alarde, no pocas veces arrogante, del matador que posa a lomos de su trofeo no beneficia a la actividad cinegética.

No digo yo que haya que prohibir la filmación de esas escenas, pero sí estoy convencido de que es muy pernicioso utilizarlas como el estandarte de la actividad cinegética. Sobre todo en medios generalistas, especialmente el televisivo, que, al contrario de lo que ocurre con esta revista y con las demás publicaciones especializadas, llegan a casi todos los sectores de la población y causan un fuerte impacto entre personas que desconocen el mundo cinegético.

Una imagen vale más que mil palabras, asegura un proverbio chino, y una mala imagen causa más daño que mil palabras de elogio, añado yo. Especialmente cuando hay tanta gente empeñada en ir a la caza de la caza.

Y si no lo cree, piense en los galgueros, practicantes de uno de los sistemas de caza de liebres más naturales y ecológicos, que están siendo denigrados a troche y moche tras difundirse imágenes de galgos ahorcados o abandonados. En Ibiza y en las islas Canarias se practica otra modalidad de caza al diente, en este caso de conejos, con podencos ibicencos y con podencos canarios y, sin embargo, no se persigue a los podenqueros con tanta saña como a los galgueros.

Aun más, los cetreros tienen una altísima consideración social, a pesar de que, en esencia, hacen lo mismo que los galgueros y los podenqueros: ponen a sus pájaros tras la presa. ¿Pero alguien vio alguna vez un alcón colgado de una higuera?

Si usted continúa creyendo que el uso prudente de lás imágenes cinegéticas no contribuiría a frenar y reducir la mala prensa de la caza, fíjese en la pesca. Desde que las televisiones y los medios impresos hacen hincapié en la pesca sin muerte, los pesquiles parecen peanas sobre las que, caña en mano, se asientan santos milagreros. Y mire usted, mucho más cruel me parece a mí cebar las aguas para engañar a los peces con la comida y sacarlos del agua, para verlos, sólo para verlos, con la intención de soltarlos unos minutos después, que patear los campos para arriba y para abajo buscando perdices, liebres y conejos. Los peces deben de creer que en su charco ha caído el maná y comen confiados. Las liebres, conejos y perdices saben desde hace tres meses que mañana correrá la pólvora y, haciendo gala de su prudencia y de su sabiduría, huyen o se esconden.

Lo mismo deberíamos hacer los cazadores: disfrutar de la pasión cinegética con pruencia y sabiduría. Porque lo importante no es colgarse hoy una pieza más, sino contribuir a que mañana no haya una pieza menos para empiolar. Hay que defender la caza desde abajo, desde el cazadero, esforzándose en que produzca lo que la naturaleza permita sin convertirlo en una granja intensiva, ni mucho menos en una pasarela de especímenes desnaturalizados. Ante todo y sobre todo, la caza es algo natural.

Y hay muchas formas de defender la caza. Como guarda, como cazador, como promotor, como hostelero, como periodista o como editor, faceta esta en la que José Antonio Rodríguez Amado lleva 24 años de esfuerzo. Es difícil encontrar publicaciones que como las suyas – ‘Caza Extremadura’ y ‘Senderos’ - defiendan con tanto ahinco, durante tanto tiempo y con tanta constancia el mundo natural y la actividad cinegética como parte indisoluble del mismo. Me quito el sombrero y levanto mi copa para que mantenga su defensa al menos veinticuatro años más.

(Artículo publicado en la revista 'Caza Extremadura'.)